72 horas
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(Artículo de opinión
publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/horas_62595),
el viernes 16 de diciembre de 2016)
Tres días
para desmonetizar el billete de cien bolívares fuertes. Hasta el 15 de
diciembre valían legalmente, pero antes dejaron de servir. De hecho, ya nadie
los quería.
Es una
medida de sustitución de nuevo papel moneda muy extraña, imperiosa y bastante
alejada de la prudencia necesaria para no alterar la paz de los ciudadanos, que
siempre temen que su dinero pierda más valor y se vean, súbitamente, en la
calle. Pero en este caso, parece ser que la costumbre de encontrar siempre
culpables, villanos agavillados en contra del gobierno, llevó al jefe del
estado, pasando por encima de la Ley del Banco Central, a decidir cómo, cuando,
donde y a cual billete sustituir primero.
Pues bien,
lo que probablemente estamos viendo ahora es que una vez más el ejecutivo actuó
tarde, de forma insuficiente e ineficaz. Fueron negligentes y la paranoia de
persecución los llevó, como casi siempre, a calibrar mal el asunto de los
billetes y las enormes cantidades supuestamente represadas en el extranjero,
que resultaron ser menos de lo planteado y había, y hay, más billetes en cajas
de cartón, bolsas y latas, que en bóvedas extranjeras. Sin embargo, el caos del
martes, miércoles y jueves fue apoteósico.
Colas de seis o más horas en los bancos, solo para depositar.
Desesperación en algunas caras y frustración en otras. Imposible estar
contentos. Todos angustiados y todos esperando ver los billetes nuevos y
preparados para la cola el viernes para recogerlos —si es que los hay— y
combinándolos con las monedas nuevas —si es que las hay—, para poder pagar, al
menos el pan —si es que hay.
Hay algo intrínsecamente malvado en todo esto, por ejemplo, este
asunto de los billetes es una mortificación inducida en la población por un
gobierno dictatorial, que nos distrae así, con una preocupación perentoria e
imposible de resolver. Preocupación que nos desvincula de los otros problemas y
circunstancias y nos embarra más en el lodo de la sumisión y la aceptación tácita
e incontestada de la dominación que se está estableciendo, lentamente,
implacablemente.
72 horas de angustia sin solución. 72 horas de plazo para nada
útil. Como siempre, para que no pase nada. Para que sigamos igual:
empobrecidos, sometidos, hablando sin ser escuchados y aceptando que porque
pataleamos, estamos en democracia. Pero, entretanto hay nuevo CNE y algo más
vendrá por allí sin diálogo, sin consulta, sin control.