Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Dictadura y paranoia

Artículo de opinión publicado por mi en la red de internet hoy domingo 27 de noviembre de 2016.
Padecer de delirios de persecución es un estado terrible de angustia y desespero permanente. No hay paz ni un momento. Se pierde la serenidad. No hay lugar en el cual sentir seguridad ni cobijo, nadie es confiable y la inclemencia de esa situación lleva al aislamiento, a la suspicacia, al temor, al pánico, y arrastra al entorno familiar y social. La desconfianza se extiende a los alimentos y a los allegados, incluso a la naturaleza, a los niños, a los viejos, a las religiones y a las ideas.
El recelo es la regla, el aislamiento y el sometimiento de quienes le rodean, así como el control férreo de acciones, situaciones, alimentos, dineros, bienes, amistades y hasta de los supuestos o reales enemigos o adversarios.
Todo es con sospecha o bajo sospecha. Todos los insumos, materiales o intangibles, son prohibidos, desechados y rechazados.
Esa es, en parte, la vida de un paranoico.
Completa el cuadro su inmenso sufrimiento personal, equivalente a saberse único en el universo y en la mira maléfica y destructora de todos. Es el narcisismo llevado al grado superlativo: los que me adoren lo harán porque yo los seduzco, los obligo y los reduzco a mi voluntad, a mi deseo, únicamente. Ese aspecto de solo sentirse amado por la gestión de ellos mismos, conlleva un sufrimiento adicional de incomprensión, de sentir que sobre sus hombros pesa todo y así hay que llevarlo, con inmenso sacrificio personal, sin rédito, sin reconocimiento afectivo real.
¡Qué soledad tan grande! ¡Qué sufrimiento!
El cuerpo humano no soporta tanta exigencia, tanto tiempo y sin descanso. El cuerpo enferma y si su mente también lo está, esa enfermedad es creciente, perturbadora, inclemente y, o muere, o mata a otros.
Esa es la pintura de la paranoia de persecución. Quite o ponga un síntoma o un hecho más o menos, pero ese es el cuadro. Aplica tanto al individuo delirante encerrado en una esquina de su cuarto, temblando del miedo y amenazando a quien se le acerque, como al paciente escapado y recorriendo carreteras buscando incesantemente un lugar y unas personas que le infundan la paz que no tiene y no puede conseguir. Pero también es aplicable a jefes de estado, guerreros, políticos y hasta empresarios exitosos.
El desafuero es tal que estas personas, envilecidas por su malestar infinito, son capaces de todo a fin de adormecer la sensación de peligro inminente que les acecha en todo momento. El fin justifica los medios y los medios no son escrutados ni valorados, solo utilizados. Normas, regulaciones y leyes no son aplicables con la mesura que las originó, pero sí con la función añadida que la paranoia les endilga.
No se fían de nadie y nadie se fía de ellos, pero todos les temen y ellos temen a todos.
La Cuba depauperada, triste y taciturna de hoy, la Venezuela depauperada, todavía alegre, pero muy mal humorada de hoy, son resultado de la paranoia persecutoria de algunos de sus gobernantes, originalmente luchadores socialistas que devinieron en defensores paranoicos de prebendas y de una cadena interminable de injusticias, mentiras, tergiversaciones y maltratos opresivos y represivos a ciudadanos que se convirtieron para ellos en amenazas a su poder absolutamente corrompido.
La desaparición física de Chávez no cambió la cosas. La de Fidel, tampoco lo hará. Pero ambas pueden desatar las aspiraciones de algún otro iluminado intergaláctico que aspire a absolutista, esta vez, más encumbrado y más litúrgico.
Nos siguen esperando tiempos difíciles. Debemos seguir estando claros en nuestra intención y finalidad humanitaria y social, políticamente correcta: la democracia y la justicia.


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Caracas, Venezuela
Médico psiquiatra en ejercicio