¿Arco Minero, arco de triunfo? (III)
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(Artículo
de opinión publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/opinion/Arco-Minero-arco-triunfo-III_0_908909260.html),
el viernes 26 de agosto de 2016)
En esta tercera parte de la
consideración que he escrito sobre el tema de los perjuicios a la humanidad y a
su hábitat natural nos ocuparemos del Estado.
Este es un tema muy difícil de
afrontar para un columnista de opinión, pues lo más seguro es que en honor a la
brevedad terminemos siendo superficiales y, en perjuicio de la razón, no
aportemos argumentos tan contundentes como deseamos.
Si tomamos como criterio para el
bienestar de los pueblos el aforismo utilitarista que señala que aquellas
decisiones que traen la mayor suma de felicidad al pueblo son apropiadas,
justas, buenas y morales, entonces, haremos como hacen actualmente algunos
países que, al igual que Venezuela, reparten sus riquezas al mejor postor en el
plazo más breve posible en la esperanza de que los aportes de esas
explotaciones, por ejemplo, mineras, añadirán a los habitantes un doble valor a
su ciudadanía: ganarán más y pagarán más impuestos y se sentirán contentos,
felices y seguros económicamente. A la vez, el estamento gobernante se hinchará
de orgullo por los bienes conseguidos y la apreciación de que son objeto por
parte de los favorecidos.
No entraremos en más
discusión filosófica, pero añadiremos una dimensión de tiempo futuro, de
progreso y desarrollo humano, comunitario y en definitiva, social. Eso nos
llevará, sin más argumentos, a que cualquier decisión que se tome respecto de
la extracción, modificación del medio ambiente y desbalance ecológico, no
podemos aceptar que sea puntual ni por motivos que no sean sustituibles por
otros medios más conservadores y estimuladores del balance ecológico y de la
relación íntima entre los humanos y el medio ambiente. Por tanto su
modificación, aun aceptando que pueda hacerse, debe conllevar unas seguridades
para la humanidad actual y por venir, que no constituya menos que balance
equitativo y ponderado de la interacción mencionada.
El Estado, léase los gobernantes,
son los últimos y reales responsables del desbalance ecológico y del acto
criminal que ello representa y ninguna justificación de tipo económico, filosófico,
ideológico o político, ni de emergencia puntual, puede justificar la toma de
decisiones en contra del planeta, de las sociedades que lo habitan y de los
individuos que garantizan la permanencia de la especie.
No es el Arco Minero en su
concepto lo que podría ser inadecuado, es que las circunstancias que han llevado
a los gobernantes a plantearse una fórmula de desarrollo de la parte más
central y vital del territorio, tenga que pasar por el desastre ecológico
brutal y desmedido como el que hemos vivido en los últimos cien años y particularmente
por la falta de supervisión, control, apoyo económico, social y de salud a la
minería, y por la falta de consideración con los pueblos indígenas, para
quienes la explotación minera representa una incomprensible cosecha de
barbaridades contra las personas y la naturaleza con la que están tan identificados.
El país no tiene ni la estructura
moral, ni la económica, legal y de supervisión y control, necesaria, tampoco la
clara comprensión de los habitantes naturales de la zona. Por tales razones, el
pretendido ordenamiento de la extracción minera y desarrollo posterior de las
17 zonas delimitadas por el Arco Minero, es, simplemente, un experimento en
grande de lo que ya ha sido el ensayo con la minería informal, semiformal y
formal de los últimos años.
Corrupción galopante y brutal a
todo nivel es la esperanza de algunos y la desesperación de muchos, que vemos,
con claridad meridiana, que sin estructura básica y formación adecuada, este es
otro proyecto ardiente que dejará cenizas en suelos y sociedades.
Pero, como decía al principio,
habrán responsables y en algún momento tendrán que rendir sus cuentas no solo a
la historia, también a los tribunales locales e internacionales y en ese último
detalle estará un verdadero progreso hacia la mejor, sana, equitativa y
verdaderamente productiva minería ecológicamente aceptable.