No hay alivio para este dolor
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(Artículo
de opinión publicado en la página 4 del diario El Nacional y en El Nacional-web
(http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/alivio-dolor_0_875312571.html) , el
viernes 1º de julio de 2016)
Mis apreciados lectores tendrán que perdonar este desanimado artículo que hoy escribo para sacar de mi pecho una congoja que me corroe y poner en blanco y negro, una vez más, cuánto sufrimiento padecemos en este país.
Aquí
estamos sufriendo todos.
Los
oficialistas, por su angustia y temor ante la muy posible pérdida del poder
omnímodo que hoy detentan y la seguridad de que si salen del gobierno, el pueblo
les va a cobrar su actitud negligente y su incapacidad para gobernar y respetar
a los ciudadanos.
También
sufrimos los demás habitantes del país que no somos oficialistas. Sufrimos porque
sentimos la incertidumbre de nuestro destino, lleno de esperanzas y motivador
para la lucha política y electoral, pero terriblemente angustiosa por la
imposibilidad de entender y aceptar que quienes dicen ser hermanos nuestros y
amar al país, hayan sido capaces de permitir la destrucción tan sistemática y
descarnada de nuestra economía, de los servicios de salud, del sistema judicial
y la corrupción tan generalizada y obscena de empleados públicos y militares.
Además,
nos toca a unos y otros padecer el rigor de la escasez de alimentos, medicinas,
repuestos y productos de aseo personal y para el hogar, fertilizantes,
insecticidas, herbicidas, semillas y productos para la producción industrial de
alimentos. De eso sufrimos todos, oficialistas o no.
Ningún
discurso político ministerial o presidencial, por muy optimista y mentiroso que
sea, alivia la sensación de abandono, de depauperación y miseria en la que
vivimos. Pero tampoco los discursos preñados de deseos de la oposición,
alivian.
Nuestras
esperanzas nos las generamos nosotros mismos. Quienes se van del país lo saben
muy bien, quienes nos quedamos lo demostramos día a día. Mantener las
esperanzas y el deseo de seguir adelante en medio del caos en que nos
encontramos es muy duro.
Practicar
la medicina con los recursos de hace más de cincuenta años es una tarea titánica.
Se nos mueren los recién nacidos y los pacientes y no podemos hacer nada.
Anteriormente fuimos capaces, debido al grado de tecnificación y sofisticación
terapéutica que ha alcanzado la medicina y del cual disfrutamos con mucho éxito,
pero en este momento es historia que forma parte de nuestros recuerdos y de un
amargo lamentar por no poder, no tener y que no nos dejan obtener. Eso es un
crimen, un asesinato en masa, un genocidio.
En
mi caso, como médico psiquiatra, debo decir que las situación es muy triste y mortificante,
no solo porque estoy viendo pacientes que se están cronificando, desgastando y
hundiendo en su padecimiento, algo que tendía a desaparecer, también por la
pérdida de días y meses de trabajo efectivo por los necesarios reposos, y la
incapacidad de afrontar sus labores profesionales durante los episodios de
enfermedad, así como la agravación de las enfermedades, al no poder cortar de
raíz su presentación y minimizar su impacto en la salud del paciente y en la
sociedad. A este paso resurgirán los manicomios y se harán necesarias las
largas hospitalizaciones psiquiátricas del pasado, pero, tal y como están las
cosas, ¿con qué los vamos a alimentar?