¿Y ahora, qué somos…?
(Artículo
de opinión publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/ahora_0_859114157.html),
el viernes 3 de junio de 2016).
Nunca me gustó, pero aprendí a
aceptar que como país éramos del tercer mundo. Quizá no como individuo, pues la
educación, la cultura y los viajes ayudan a deslastrarse algo del moho
ancestral de la pobreza crónica, la incultura generalizada y la miopía social y
económica. Lo acepté y, viviendo esa premisa, intenté llevar mi vida y la de
mis familiares por un camino más parecido al de los habitantes del primer
mundo, que lo usual en nuestro medio vernácula. Me fue bien, como a
muchos
otros compatriotas conscientes de nuestras limitaciones geográficas y
culturales.
Luego, apareció por aquí un
vociferador de consignas, agresor verbal, militarista y, como tal, brusco de
maneras y brutal e irreflexivo en sus decisiones populistas, que seguía viejos manuales
comunistas, haciendo uso de las únicas posibles salidas planteadas por el
marxismo ante las desgracias derivadas de la industrialización a ultranza y sin
consideración empática del siglo XIX y comienzos del XX, como fueron el planteamiento de la destrucción
de los esquemas económicos capitalistas, explotadores y opresores,
las expropiaciones, la renovación política de los estados y el
empoderamiento de las clases trabajadoras.
Ejecutó esos esquemas, obviamente obsoletos para el final del siglo XX,
con la frescura y direccionalidad de quien lucha contra los industriales,
banqueros y comerciantes de 1848 o 1890, por decir lo menos.
No era esa la Venezuela que
teníamos, ni eran esos nuestros empresarios e industriales. Quizás algunos,
pero las peores circunstancias no eran ni remotamente similares a las descritas
para el final del siglo XIX. Pero, como todas las cosas mal hechas,
al final, hoy, estamos viviendo más pobres, más carentes, más ausentes de la
cultura y del conocimiento moderno y universal, que nunca.
No estamos ya en el tercer mundo,
No calificamos tan alto. Sólo en desnutrición, mortalidad infantil,
recrudecimiento de enfermedades infecciosas, afecciones cardiovasculares
imposibles de tratar por carencia de insumos, diabetes, glaucoma, epilepsia,
psicosis, depresiones, etc., estamos igual o peor que durante la segunda guerra
mundial.
Estamos, eso sí, a la altura
política y de desarrollo de naciones tan conocidas como Corea del Norte, Cuba y
Zimbabue. Que podrán tener armas nucleares, pero la pobreza en todos los demás
órdenes de la vida y la sumisión ciudadana ante las carencias y el poder
represor, son, hoy por hoy, su sino y conforman así las características de
regímenes opresores, retardatarios y favorecedores de una camarilla cómplice.
Es absurdo que en uno de los
países más jóvenes del mundo, con las mayores riquezas potenciales, estemos
pasando por la desgraciada situación de estar inválidos ante la miseria que
hemos generado y rechacemos, además, la mano tendida de quienes, generosamente,
en el extranjero, se conduelen de nuestras penas, carencias e impotencia ciudadana.
No hay muchas opciones para
Venezuela, diría que solo un cambio de orientación política y económica, con un
liderazgo firme y comprometido,
ejemplar y resistente a la descalificación y a la crítica acerba y destructora,
puede sacarnos de esta irritante e intolerable sumisión en la que
las carencias, el miedo y la desesperanza, nos han colocado.
Es decir, volvimos a ser un
pueblo primitivo, pre-tercer mundo, a la espera de un mesías…