Por los cuatro costados
(Artículo de opinión
publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/costados_0_808119289.html),
el viernes 11 de marzo de 2016).
Venezuela arde por diversas razones. En el centro, el Ávila
y otros cerros se prenden en fuego con frecuencia, los barrios de Valencia,
Maracay, Caracas y Vargas se encienden casi todos los días.
Zulia, Táchira y Mérida, bullen con protestas,
manifestaciones y tanto desagrado social y político, que hay fuego en sus
dichos y acciones.
Al sur, Guayana, siempre alerta y dispuesta a los más
grandes sacrificios por su individualidad y el éxito de la región, indómita y perseverante
en sus ilusiones, está siendo maltratada con asesinatos individuales y
colectivos, imposiciones, ocultamientos, disimulos y mentiras. Una de las
regiones más abandonadas por la falta de ejemplos y valores de sus gobernantes,
que ha desembocado en la instalación de grupos anárquicos, interesados en su
propio beneficio, ilegalidades y complicidades a todo nivel, militar,
empresarial, gubernamental e internacional, que, además, ha traído como
consecuencia la aparición de representantes sindicales con más intención
criminal que social y la instauración de la minería ilegal más ecocida que
pueda imaginarse.
Pero, nada de eso es tan impresionante como el hecho de que
el gobierno nacional y los entes judiciales involucrados en el mantenimiento
del orden en el país, viendo que las historias de asesinatos, masacres,
agresiones violentas y otras acciones igualmente repudiables, se repiten en
Guayana, año tras año, no hayan tomado las medidas necesarias para la
protección de los ciudadanos –aunque sean mineros ilegales o sindicalistas
violentos– y sus comunidades, y estemos, este año, como en 2015, pasando por el
bochornoso, triste y desesperante espectáculo que han protagonizado los
ciudadanos y las familias afectadas y los representantes del poder nacional,
que negando las realidades y no queriendo ver la ausencia de las personas,
piensan que se trata de un montaje para fregarles la paciencia y tumbar al tren
ejecutivo del país.
También en el este del país y en la Isla Margarita están
los ánimos más que caldeados, a punto de explosión. Quizá algo menos dramático,
porque hacen pequeñas protestas frecuentes y eso desactiva el fusible por
algunas horas. Pero la angustia por el agua potable, tantas veces prometida y
tan poco cumplida, es hoy un drama trágico sin solución aparente.
El caso del agua es tan patético como el de la
electricidad. Ambos tienen el mismo origen: el rezago en el mantenimiento y
puesta al día de equipos y nuevas fuentes.
La electricidad y el agua van de la mano en muchas ocasiones y en Venezuela,
como en casi todas partes, dejar perder la oportunidad del agua y su potencial
generador de energía es un acto negligente que no tiene perdón.
El fenómeno de “El Niño” es una buena excusa y como tal
está siendo usada, pero no se puede creer que, aún sabiendo que tal fenómeno
existe y se hará patente en algún momento, no se hubiesen tomado las
previsiones necesarias para aminorar su efecto. Pero no, tal y como es la
actitud del gobierno, los culpables siempre son externos. No hay
responsabilidades ni responsables entre los planificadores y ejecutores de las
políticas gubernamentales.
Esa es la Venezuela que tenemos en este momento, ardiendo en
el centro y por los cuatro costados, paralizada por la desidia, la negligencia,
la irresponsabilidad e ineptitud de sus gobernantes.