Reconciliación (III)
(Artículo de opinión
publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/Reconciliacion-III_0_791920850.html),
el viernes 12 de febrero de 2016)
Hace 10 años que publiqué en este diario los
dos primeros episodios de esta reflexión sobre la reconciliación: Reconciliación
(I) el 20/01/2006 y Reconciliación (II) el 03/02/2006.
Hoy,
aunque las circunstancias son un poco diferentes, ya que la agravación de
nuestros problemas ciudadanos es crítica y las soluciones, hasta el momento, inexistentes,
sin embargo, los ánimos caldeados y las posiciones antagónicas, así como los
deseos y expectativas revanchistas e hirientes, no están dejando espacio ni a
la amnistía, ni a la reconciliación.
La
situación en que nos encontramos en este momento en este país es la
consecuencia, no solo de políticas socioeconómicas erradas o inexistentes y de
actitudes de desprecio de las instituciones, empresas y personas, también lo ha
sido, en gran medida, de la desunión y de la insidiosa y maligna campaña de
contraponer a los ciudadanos unos contra otros, de forjar casos criminales
donde no los hubo, de mantener presos sin juicios y sin oportunidades de
defensa, a los opositores más visibles, y por supuesto, al uso del lenguaje
soez e insultante, como arma de agresión directa, artera, descalificadora y
degradante, cuando no beligerante, jaquetona y excluyente.
Decretar
la ley de Amnistía es necesario, siempre lo fue y siempre lo será, hasta Chávez
hizo una, aunque chucuta. De hecho la Constitución contempla esa atribución
como propia de la Asamblea Nacional.
Pero,
obviamente, la amnistía no llena completamente nuestras aspiraciones
ciudadanas. Es insuficiente, porque la amnistía es solo una parte del problema,
es la parte que le toca al orden público, al poder judicial y que debe ser
cumplida y respetada por el poder ejecutivo, que, en este y en casi todos los
casos, es el que causó el enredo falaz que trajo como consecuencia la
criminalización de los actos cívicos de discordia y protesta contra el gobierno.
No
me agrada como ciudadano que se brinde amnistía a quien, obviamente no debería
haber sido condenado por cargos forjados y alevosía oficialista. Libertad plena
y castigo ejemplar para sus captores y verdugos, es lo que deberíamos ver. Pero,
si vamos a buscar paz, esta debe comenzar por libertad para todos los presos
políticos.
A
esa amnistía hay que sumarle, de necesidad, la reconciliación. Sin este
aspecto, todo lo demás no será más que un momento de “taima” como se dice en
ese juego criollo que se llama guataco y entonces comenzará de nuevo el
gobierno a repartir chaparrazos a diestra y siniestra sin concierto, sin
compasión y sin justicia.
La
reconciliación, como lo planteamos en los dos primeros artículos de esta
trilogía, debería ser entendida como un acuerdo de paz interior individual que
alcance con su aura a todos los ciudadanos y no excluya a nadie.
Debemos
hacer nuestra la filosofía africana de Ubuntu. No permitirnos la agresión
personal ni grupal por motivo alguno y menos discriminarnos por intereses
políticos o económicos. Nuestra paz interior debe permear hasta el más soez y
agresivo defensor de sus ideas políticas, hasta el punto de defender con
nuestras vidas su derecho a hacer lo mismo que estamos intentando nosotros
desde la otra orilla.
Si
damos serenidad a nuestros actos, precisión a nuestro lenguaje y respeto a
nuestros semejantes, comenzando desde ahora, la amnistía se acompañará de la
reconciliación y la nación regresará a ser la madre nutritiva de todos los
venezolanos.