Y no pasó nada…
(Artículo de opinión
publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/paso_0_716328463.html),
el viernes 9 de octubre de 2015).
Hace un mes menos un día,
que Leopoldo López fue sentenciado a casi 14 años de prisión por razones que
muchos desconocemos, pero que la juez y la fiscal del ministerio público
determinaron como válidas y suficientes para tal sentencia. Nada ha sucedido
desde entonces, excepto que se publicó la sentencia. Los venezolanos indignados
o no, seguimos esperando que algo suceda. Cada quien tiene su esperancita y
todos tenemos optimismo y confiamos en la misericordia divina. Algo va a pasar,
eso lo creemos saber todos. ¿Qué es lo que va a pasar? No lo sabemos, pero,
como dije antes, lo esperamos. Hacer algo al respecto, lo que se dice hacer
algo, no estamos haciendo nada, excepto tener la idea fija de ir a votar el 6D.
Para algunos eso ya es bastante, para otros, como yo, es poco, muy poco, casi
nada, pero a la vez no sé qué hacer o qué puedo hacer y, como yo, hay muchos.
En estos días he sentido que
me hubiese gustado ser periodista y haber desarrollado las habilidades de
investigación necesarias para escribir la crónica de la sentencia emitida
contra Leopoldo López, con la información adecuada y veraz que merece tan
sonado brollo.
No desespero de encontrar,
en algún momento. un libro sobre el tema, publicado por alguno de nuestros más
conspicuos periodistas de sucesos, de esos que saben hacer digeribles los más
amargos eventos y las mayores truculencias criminales.
Planteado así, pareciera que
estaría hablando de Leopoldo López como el reo al que hay que estudiar, pero lo
que en realidad tengo en mente, es menos su biografía y la historia de la
infamia y el dolor de él y su familia y de todos cuantos hemos seguido su
ordalía y hemos padecido la desilusión y rabia de la más franca y apoteósica
injusticia que hemos visto cometer en nuestras vidas, y más la narración del
progresivo deterioro de la justicia y el evidente compromiso de muchos de sus
administradores con los jefes y otros mandamases de la llamada revolución
socialista del siglo XXI, así como la centralización de los poderes en la
discrecionalidad de muy pocos, que basan sus acuerdos y parámetros de decisión,
control y manejo político y económico, en su visión personal de los intereses
que han comprometido o esperan de la revolución mencionada.
Es obvio que como ciudadano
tengo y mantengo una opinión al respecto de los sucesos y actuaciones de los
políticos y otras personas de relevancia nacional. En principio esa es la razón
que a ellos les mueve, que personas como nosotros elaboremos opiniones que en
determinados momentos sirvan, entre otras cosas, para ganar o perder elecciones.
Pero mis opiniones y las de aquellos que como yo las expresamos, no pasan de
ahí. Pueden ser contundentes y hasta reveladoras o chocantes, pero no aportan a
la historia de la humanidad ni de la ciudadanía venezolana mas que un corte
transversal, personalísimo, de un momento específico, que entre otras cosas,
puede no repetirse más.
He ahí la diferencia con los
estudios documentales históricos a los que me refiero. No se tratará solo del
individuo objeto del daño y el maltrato, se tratará de ilustrar con meridiana
claridad un momento histórico que se viene desarrollando y que debemos conocer
en detalle para entenderlo, detenerlo y cambiarlo por aquellos actos
conscientes de la sociedad que están inspirados en sus más claros, generosos,
equitativos, solidarios y justos principios y necesidades.
Qué más quisiera yo que mis
palabras y opiniones permearan las molleras de aquellos que sienten que su
única verdad es la de la fuerza y la sumisión de los demás, que no existe más
ley que la de su voluntad y más raciocinio que lo que a ellos les parezca en un
momento dado. Que sienten que las leyes y las decisiones se toman de acuerdo a
sus intereses del momento. Que los derechos de los individuos no son más que
una serie de renglones escritos por ilusos en folletos que aprobados con el
nombre de “Constitución” o de “derechos fundamentales”, pasan a engrosar los
estantes de bibliotecas del pasado, consultables como elementos históricos sin
consecuencias actuales ni futuras, pues lo que vale es la oportunidad del momento
y los intereses de los cómplices en la mascarada que llaman estado nuevo
revolucionario.
Me gustaría leer un análisis
y conocer los intríngulis del juicio, narrado con el aplomo la distancia y el
desapasionamiento del cual son capaces los periodistas y los historiadores. No
creo que esa información cambie mi malestar para mejor, pienso que quizá me
llenaré de sorda rabia antigubernamental, pero también sé que quedará
diáfanamente claro a los venezolanos que calidad de vida tenemos y la que nos
espera si no cambiamos nuestra estructura política y nuestra actitud pasiva y
sumisa por una actitud proactiva, determinada, no altanera, pero sí definida
con la claridad que define al que tiene la solidaridad, la empatía, la verdad,
la compasión, el derecho, el respeto y la fuerza de su espíritu y la solidez de
su determinación, de su lado. Esa es la verdadera autoridad, la que no necesita
de armas, ni de tracalería, truculencias, mentiras, tergiversaciones ni
tramoyas y menos de amenazas o chantajes.
¿Quién le pondrá el cascabel
al gato?