Suicidio y asesinato en masa
(Artículo de opinión
publicado en el diario El Nacional (http://www.el-nacional.com/alvaro_requena/Suicidio-asesinato-masa_0_607139360.html),
el viernes 10 de abril de 2015)
Nadie pudo imaginar jamás que el
asesinato en masa durante el suicidio del copiloto del avión alemán que se
precipito contra los Pirineos, hace un par de semanas, fuese posible. La
concurrencia de los factores que sucedieron para tal tragedia se escapa a toda
lógica y entra dentro de lo imprevisible.
Ni siquiera el hecho de que el
copiloto estuviese en tratamiento por depresión explica lo sucedido. En todo
caso, como argumento, ayudaría a comprender su necesidad de suicidarse.
Hasta ahí lo que, como
psiquiatra, se me hace comprensible.
El asesinato en masa sucede con
relativa frecuencia. Hemos visto como hombres y niños armados, en los Estados
Unidos, Rusia y recientemente Kenia, han asesinado en escuelas y universidades
a muchos otros niños y profesores. También vimos en septiembre de 2011, el
horroroso espectáculo de los aviones estrellándose a propósito contra las
torres gemelas en Nueva York, el Pentágono y otro más que no logró su cometido.
Lo importante es que los perpetradores no necesariamente son o eran enfermos
mentales, por mucho que tengamos la tendencia a pensar que tales acciones solo
son posibles en las mentes perturbadas de enfermos mentales diagnosticados o inadecuadamente
diagnosticados.
El asunto no es la enfermedad
mental. La desgracia de padecer un trastorno mental no incluye ni excluye la
maldad. Hacer daño, maltratar, agredir, matar, no es síntoma de enfermedad,
aunque pueda acompañar al trastorno, como tampoco la excesiva pasividad, bondad,
desmotivación y contemplación, son signos de enfermedad mental.
Pensar que la culpa de estos
sucesos y el de el avión alemán en particular pueda recaer en un diagnóstico
insuficiente, es, cuando menos, una ingenuidad peligrosa. Debemos diferenciar
la salud individual de las acciones del individuo. La venganza, el fanatismo,
la vergüenza, la rabia, la sublimación, pueden conllevar dramas extraordinarios
y no estar, para nada, insertos dentro de la psicopatología. No son enfermedad.
Exigir seguridades de sanidad
mental absoluta comprobada, es poco menos que imposible y topará con la
mentira, el disimulo, el ocultamiento y la evasión de los exámenes y pruebas a
practicarse. Pasará como con el alcohol y las drogas. Sabemos que algunos
problemas como la celotipia y la paranoia, no aparecen de la noche a la mañana
y no desaparecen porque no bebiste o no aspiraste unos pases en los últimos
cinco días.
La enfermedad mental, o mejor
dicho, el fantasma de la enfermedad y su posible diagnóstico se está
convirtiendo, lamentablemente, en una amenaza terrible para ciertos grupos
laborales. No es esa la manera de batallar contra la maldad. A los enfermos los
tratamos los médicos y a los malvados les toca tratarlos a la sociedad como un
todo, incluyendo padres, maestros, religiosos, policías y jueces.