¿Qué es la habilitante?
(Artículo de opinión
publicado en la página 7 del diario El Nacional, el viernes 11 de octubre de
2013)
No espere el lector encontrar
aquí la definición última de “habilitante”, ni tampoco una explicación del porqué
tales leyes son solicitadas por el gobernante de turno. En primer lugar yo no
sé de leyes, ni de poderes, asambleas o política, y todavía menos de
administración de los recursos del estado. Así que sólo puedo hablar de lo que
siento. Que además parece que es lo que siente mucha gente.
En mi concepto, una ley
habilitante es la máxima demostración de desprecio y desconfianza que puede
enrostrarle un gobernante a una Asamblea democráticamente elegida. Su
aprobación indica un muy bajo nivel de autoestima por parte de los legisladores
y, por tanto, aceptación tácita y obsecuente de un gobernante que al humillarles
les convierte en subyugados mandaderos y ciegos observantes de su propia
anulación.
Hay algo más, al saltarse el
paso de las discusiones de la Asamblea, el gobernante de turno, consigue
introducir en esas leyes previsiones seguras para generar y apoyar la
complicidad en su camino al despotismo y al gobierno autocrático, que solíamos
llamar dictadura, pero ahora se conoce con variados nombres que defienden algún
punto oscuro de las libertades y muchas esperanzas sociales de los votantes. Eso
no es nada nuevo, al finado general J.V. Gómez le inventaron títulos que lo
definían como un ser necesario, imprescindible: “Rehabilitador de Venezuela”, “Ilustre caudillo”, “Benemérito”, etc. Franco
en España hizo lo mismo. Stalin, también.
Recientemente, se exaltaron los
epítetos hasta el punto de expandirse las famas y glorias del gobernante a
otras fronteras, islas, continentes y galaxias. Así mismo le fueron asignadas
tareas de reconstrucción, creación, estructuración y formalización de un modelo
ideológico único y actualizado al siglo presente.
Paralelamente, sus acólitos y
otros seguidores se dieron a la tarea inmensa de construir una forma de respeto
devocional religioso, que convierte al gobernante en alguien poco menos que
infalible. De esa imposibilidad de fallar, de errar en sus decisiones, surge la
necesidad de afianzarse en la mente del votante como ser omnipresente,
omnisciente, infalible y absolutamente desprovisto de la necesidad de consultar
a nadie, además de ser moralmente puro y expresión humana de los más altos y no
discutibles valores éticos.
Eso es, apreciados lectores, lo
que significa “habilitante”.
Claro que en Venezuela, donde
las cosas no siempre son como parecen, la potencialidad absolutista del
mandamás de turno habilitado, siempre se encuentra con las órdenes, líneas
políticas y las acuciantes necesidades económicas de los expertos comandantes
cubanos y lo que era un halo de santidad y prueba de su incomparable y único
destino, se convierte en una mascarada triste de obsequioso iluminado ante su
avasallante maestro.