La China prometida
(Artículo de opinión
publicado en la página 7 del diario El Nacional, el viernes 27 de septiembre de
2013)
En Venezuela desde la época de
Job Pim (1889–1942) para acá, siempre ha habido “sopotocientos diecisiete
chinos”, la diferencia está en que en ese momento histórico eran sólo varones.
Hoy, seguro que hay de ambos sexos y siguen siendo, como siempre, sopotocientos
diecisiete, ni más, ni menos. La referencia, simplemente, refuerza la creencia
popular de que los chinos son incontables, aquí y allá. No se trata de ningún
prejuicio y me apresuro a decirlo, pues siempre hay quien descubre a un racista
en un simple comentario. De hecho, el mismo Job Pim en otros versos incita a
los legisladores a hacer “una ley que a respetar impela los derechos del chino
en Venezuela”.
El hecho es que en los tiempos
posteriores a la muerte de Gómez y hasta hace relativamente pocos años, no
sabemos si la no utilización de la “a” para definir a la mujer china fue la causante
de esa apreciación recogida por el humorista o realmente sólo estaban
registrados chinos con “o” porque eran sólo varones.
A mi me basta con saber lo que
todo el mundo sabe, que China es un país inmenso, que está lejísimo, superpoblado
y allí no cabe un alma más. Que en algunas partes son pobrísimos y en otras
riquísimos. Que no se les entiende lo que hablan pero se hacen entender como
sea. Que son muy trabajadores y ahorrativos. Que se levantan de la nada. Que
antes eran familias inmensas y ahora tienen poquitos hijos. Que les encantan
los negocios, el comercio y los fuegos artificiales. Que montan bodegas y casas
de abastos en todas partes y luego les ponen un restaurante al lado. Que son
vivísimos y todo lo compran baratísimo. Que todo lo pueden fabricar y que con
cualquier cosa hacen un negoción.
En fin, son unos genios del
comercio, de las finanzas y de la economía. Son industriosos y emprendedores.
No se andan con tonterías ni exigencias zoquetas y van al meollo de lo que les
interesa. Han logrado mezclar la chicha con la limonada: capitalismo de estado.
Además son paladines de los
derechos humanos y a todos se los garantizan sin exclusión, si hacen lo que
ellos dicen. No hay diferencias sociales pero sí económicas y eso les encanta.
Dicho lo anterior, que es “vox
populi”, no entiendo que fue Maduro a hacer allí, aparte de asistir a algún
banquete y a la ópera china (un fastidio mayúsculo). Sólo me cabe en la cabeza
que fue a entregar algo que le ofrecieron comprar y seguro que lo aceptó, pues
nada más fácil que vender lo que no es tuyo. Una persona puede vender su alma
al diablo, como Fausto, pero un mandatario como alma sólo tiene la esencia de
su mandato, que es la nación que representa y eso es lo que acaba de pasar,
otra vez.
Así que, queridos compatriotas,
a aprender chino, a no censarlos y no se preocupen, que del petróleo es que se
obtiene la vaselina, que seguramente importaremos de China.