Simón y la salud
Los médicos
venezolanos estamos a la espera de escuchar y leer las opiniones de algunos de
nuestros colegas más sesudos respecto de las nuevas disposiciones que ha
impuesto el gobierno nacional. Me refiero al decreto de regulación de los precios
de las clínicas privadas: Providencia Administrativa 294 (Gaceta Oficial 40.160.
Pocas voces
se han levantado hasta el momento. En privado muchas, en público casi ninguna.
No creo que sea por miedo, más bien por perplejidad y por la espera de ver que
nos va a tocar a los actores de ese drama, porque por ahora están “regulando”
los teatros, pero luego, es obvio, lo harán con los autores de los guiones y
los actores.
No entiendo que es “regular”
según lo planteado en esa providencia administrativa, porque si regular es
calcular todos los costos reales, incluyendo las depreciaciones, ganancias de
capital y la reposición de equipos e inventarios, la capitalización y ahorro
para nuevos equipos y tecnologías, así como las eventuales pérdidas por
obsolescencia y asistencias en situaciones catastróficas, todas situaciones,
costos y programas que las clínicas privadas deben tener, es un absurdo de
marca mayor fijar precios a los servicios sin haber estudiado individual y
colectivamente esos costos mencionados. Fijar precios a las clínicas sin
estudiar sus costos es ahogarlas y condenarlas al más rotundo fracaso.
Una clínica privada no tiene el
apoyo gubernamental. El gobierno, para sus hospitales, puede, si lo desea, no
tomar en cuenta los costos que mencioné antes, pero sus responsabilidades
incluyen necesariamente todas esas situaciones y tendrán más tarde o más
temprano que resolverlas. Los privados, no. Nosotros no cobramos impuestos a
nadie, cobramos lo justo para mantener andando nuestros servicios médicos con poco
o ningún beneficio, por ejemplo, en los últimos veinte o más años yo no he
recibido un bolívar de beneficios de mi participación accionaria en la clínica
privada en la que laboro diariamente, todo se reinvierte en mejorar nuestros
servicios y el verdadero beneficio a los accionistas es la calidad del servicio
que prestamos y el adecuado, eficiente y agradable lugar y ambiente en que lo
hacemos.
Es probable que la medicina
privada deje de existir dentro de algún tiempo, pero primero habrá que tener
con que sustituirla y aquí no tenemos cómo hacerlo, hoy. El mañana está
bastante lejos. Entonces la solución no es estrangular la medicina y asistencia
privada, es hacer que la pública por su calidad y ubicuidad sea preferible.
Llámennos a integrar el sistema, dótennos de posibilidades, dennos sueldos
dignos que nos permitan vivir adecuadamente y continuar formándonos. Hasta las
piedras saben que los médicos estudiamos todo el tiempo, toda nuestra vida útil
profesional.
Recientemente Simón, un primo, que
es un mortificado colega, médico internista y cardiólogo, ha escrito una carta
pública dirigida a sus pacientes, familiares y amigos, que toca estos puntos
muy sentidamente y con la ansiedad propia de quien sabe que se le ha impuesto
una sentencia letal sin juicio y sin defensa posible, con sólo la presunción de
la que es capaz una ideología trasnochada que cree que las cosas que benefician
a la humanidad se aplican y organizan solas. La de él es una de las pocas voces
que han sonado en ésta ocasión. Necesitamos de todos para que nuestras
opiniones al unísono demuestren nuestro compromiso con la salud y el rechazo a
la imposición de precios a la fuerza a los servicios que prestan las clínicas. Precios
desarticulados de la realidad del funcionamiento y costos que les toca afrontar
para su funcionamiento óptimo.