Salazar el espía, ¡qué desilusión!
He sido gran aficionado a las
novelas de espionaje y también a las historia de personajes que lo han ejercido.
Quizá por deformación profesional también me ha interesado leer sobre
falsificadores de todo tipo y sobre suplantadores y usurpadores de
personalidades, mitómanos, personalidades múltiples, cerebros grises y poder
detrás del poder. Como se puede ver una gama de personas con actitudes muy
similares en cuanto a la perversidad de sus conductas.
Siempre me parecieron, todos
ellos, unos bárbaros. Historias interesantes pero poco edificantes. Nunca vi en
ellos nada digno de admiración. Jamás reconocí el tan cacareado patriotismo que
algunos utilizaron como argumento para sus traidoras acciones.
Por supuesto, hay una diferencia
entre un agente secreto tipo James Bond y un espía, me refiero a un espía de
esos de verdad verdad, de los que se pasaron la vida ganándose la confianza y
aprecio de quienes luego traicionan. La triste realidad de los espías es la
traición, el engaño, la venalidad y el desprecio por quienes les brindaron
apoyo y afecto.
Los espías han sido una
necesidad antiquísima. Sun Tzu en el “Arte de la guerra” los cree utilísimos y
así debe ser dada la cantidad de ellos que hay y han habido.
Todos los espías terminan
sintiéndose héroes y algo de eso es cierto. No están exentos de valentía y
arrojo. Pero lo que me cuesta trabajo aceptar es que puedan constituirse en un
modelo a seguir, por muy frecuentes que sean entre la humanidad, por muy
necesarios y útiles que sean para la guerra y para el desarrollo económico,
científico e industrial de algunos países.
Cuando un espía alcanza
relevancia social, económica, política y de poder en un país y llega a creerse
arbitro máximo de la conducta de los ciudadanos y para colmo siente que debe
acusar a ciudadanos descarriados y desafectos con su jefe político extranjero y
lo hace a través de quien dirige la red local de espionaje político militar más
grande y exitosa que se conoce y que, además, ha conseguido el consentimiento,
anuencia y estímulo de los gobernantes y militares de ese agraviado país y de
muchos de los ciudadanos que han llegado a creer que tal actitud es adecuada,
moralmente aceptable y digna de imitación, algo no está bien en esa sociedad,
está podrida o es simplemente perversa.
Yo no conozco otro país que haya
sido entregado más mansamente a otro que Venezuela a Cuba. Todavía recuerdo
cuanto se luchó aquí contra las invasiones del los castristas, para nada. Al
final, sin disparar un tiro y sin más trauma que el ver su bandera junto a la
nuestra y oír el sonsonete cubano, se han cubanizado parte de nuestras fuerzas
militares, de los servicios notariales y de registro, los puertos, y hasta
diputados.
Me encantaría que la invasión de
cubanos a Venezuela hubiese continuado como venía, con gente trabajadora,
tristemente desplazada, que creía haber encontrado un lugar para crecer y
desarrollarse y dar a cambio una excelente tradición de familia, trabajo y
esperanza. Pero ahora no es así. Los cubanos que nos invaden, son
ideológicamente comprometidos con hacer de nosotros sus clones y llevar a la
sociedad venezolana a un estado de pasividad, aceptación y carencia de
agresividad, informe y moldeable a gusto y necesidades de los jefes
imperialistas cubanos del momento.
Nuestro muy famoso, gracioso y
vernácula, “Salazar el espía”, que todos conocen y nadie le paraba bolas,
resultó de verdad un peligro grave. Pero más allá de eso, desprestigió su propio
quehacer. Utilizar un cederrón en lugar de un micropunto fotográfico, una
entrega directa al jefe en lugar de intermediarios guillados y secretos. No
usar una transmisión radial encriptada, etc. Ese desprecio por lo tecnológico
indica el grado de seguridad que maneja el espía en las medidas y fuerzas de
contraespionaje e inteligencia de este país.
Ya no tenemos futuro, nos han
dejado sin esa posibilidad, porque individuos como ese presentador de TV que
envió descaradamente un CD con la información sobre la política y la corrupción
venezolana a Raúl Castro, también ha puesto de manifiesto que su falta de
recato, prudencia y respeto por la infame profesión de espía, significa, ni más
ni menos, que en Venezuela la impunidad es la regla y la actuación de muchos
políticos venezolanos, que yo y usted consideraríamos espías, es aupada,
reconocida y señalada como un mérito político e ideológico.
Por último, pretendo dejar muy
claro que defenderé el derecho de Mario Silva a decir lo que le parezca en su
programa de TV, en el entendido que es el único responsable de sus opiniones y
como tal deberá responder en caso necesario. Pero, así mismo, no le reconozco
derecho o permiso alguno para ser espía.
¡Qué tristeza y qué desilusión!