¿La odisea, hoy?
Es probable que Homero no haya
sabido nunca de la enorme influencia que tuvo la narración del largo viaje de
Odiseo (Ulises) a Ítaca. En los casi tres mil años desde la creación de esta
obra, ha sido lectura obligada de toda persona que supiese leer y tuvo siempre
alguna incidencia en el comportamiento de las personas del hemisferio
occidental. Aún hoy día sigue siendo lectura obligada y sigue influyendo en las
personas.
Son muchas las enseñanzas que
pueden obtenerse de la lectura y reflexión sobre esta obra. No es este el lugar
ni el momento de analizarlo, pero es bueno recordar que esas obras maestras que
son patrimonio de la humanidad por su calidad, ejemplo y facilidad de
entenderlas, son también modelos a seguir por quienes carecen de otros modelos
a imitar que puedan influir en su formación como personas.
Odiseo fue un personaje
terrible. Luchador incansable, aguerrido y sin compasión. No se le aguaba el
ojo, como decimos en criollo. No parpadeaba para de un flechazo o un lanzazo
despachar a un enemigo o a un sospechoso de serlo. Rodeado de su camarilla de guerreros
incondicionales, enfrentaba fuerzas mucho mayores en numero y armamento, y
cuando se queda solo, a su regreso a Ítaca, disfrazado de mendigo y ayudado por
su hijo y dos amigos, decide matar a los pretendientes de Penélope, su esposa.
Antes de asesinarlos, casi sin
pelear con ellos, pues les cae a flechazos y lanzazos, sin previo aviso, hay un breve episodio en la narración de Homero
que llama a reflexión por su repercusión en las letras y en la medicina. Se
trata del momento en que uno de los pretendientes de Penélope coge una pata del
buey que han asado y se están comiendo y se la tira a Odiseo, que la esquiva
mientras en su rostro se dibuja un rictus de amargura, dolor y hasta
satisfacción que ha sido denominado “sonrisa sardónica”. Quizá, mientras
pensaba: “… de qué te vale ese gesto de agresión con una pata de buey, que
esquivé y ahora, en un ratico, te voy a matar…” Y así fue.
Esa risa sardónica ha sido
tomada por los médicos como definición semiológica de algunos procesos de
enfermedad tales como la enfermedad de la Rabia y otras.
Como vemos, reírse puede ser
también una fuente de velada y terrible agresividad, incluso muy
desproporcionada con el hecho que origina esa expresión. Nunca sabremos si la
pata que le tiraron a Odiseo era para que siguiera comiendo, ya le habían dado
otra porción del buey –no nos olvidemos que estaba disfrazado de mendigo– o una
verdadera agresión. Lo cierto es que el destino estaba trazado, la estrategia
se estaba cumpliendo cabalmente. Para cualquier mente aguda y avezada en la
lectura de los comportamientos humanos y de la psicología de los gestos, no
hubiera pasado desapercibida la terrible y ominosa amenaza de esa risa
sardónica, presagio de un futuro fatídico. Y así fue, como dije antes.
Modernamente, hay muy pocos
Odiseos andando por el mundo. Quizá ninguno. Pero hay muchos imitadores de esas
cualidades indeseables que desplegó el héroe homérico en su tiempo. Hay
personas que se ríen ante las agresiones que desatan sus cómplices contra sus
enemigos y parecieran decirles lo que todos imaginamos…
Ojalá, como siempre, Dios
mediante y perdonen la redundancia, pero invocarlo siempre será insuficiente,
no sea eso lo que presagian los sucesos de la Asamblea de Venezuela y más bien
se trate de un rictus de temor ante la posibilidad de que María Corina se
levantase del suelo en medio de los golpes y patadas que le daban y dada la
cercanía le hubiese podido meter una cachetada o un puño –porqué no– al
Presidente de la Asamblea, que está en este mundo por que Dios lo regaló…, pero
que estaba en ese momento absorto en pensamientos de revanchismo, dominación y
odio clasista.
No me da la imaginación para
fantasear sobre que hubiese pasado en la Grecia antigua si en el Ágora hubiesen
sucedido eventos como los de la Asamblea Nacional de Venezuela. Como venezolano
siento vergüenza por la Asamblea. Como ciudadano siento orgullo de nuestros
diputados de oposición por su firmeza y valentía.