(Artículo de opinión publicado en la página 9 del diario El Nacional, el viernes 26 de octubre de 2012)
Como a casi todas las personas,
los cambios me desestabilizan un poco y tengo que hacer un esfuerzo grande para
aceptarlos y adaptarme. No obstante, voté por el cambio y sé que hubiera sido
un drama si se hubieses dado tal situación. Imaginarme la TV sin tantas
cadenas, las radios y televisoras del estado actuando con equidad y respeto, la
descentralización… ¡Qué va! Demasiados cambios, como para que a uno le explote
el cerebro de lo increíble y desacostumbrados que estamos. ¡Con razón la gente
votó por seguir igual!
Es que los humanos nos
acostumbramos rápidamente a situaciones insospechadas y luego nos cuesta
cambiar.
Fíjense ustedes en este ejemplo:
El ciclista norteamericano Lance Armstrong, acaba de ser desposeído de sus
premios y se le prohíbe actuar oficialmente como ciclista federado. Está
acusado de doparse y dopar a sus compañeros de equipo, con la complicidad de éstos,
de médicos y entrenadores. Total, todo un frangollo de marca mayor. Tal cosa se
sabía desde 1999 y se siguió sospechando, comentando y se continuaron
recibiendo quejas por los siguientes siete años y hasta ahora. Le hicieron frecuentes
controles de dopaje, 218 durante los “Tour” de Francia que siempre dieron
negativos para drogas. ¿Qué tal? ¿Perfecto, verdad?
El mundo y las federaciones de
deportes se acostumbraron a que las cifras de laboratorio son la manera de
medir el dopaje. Mientras tanto, el dopaje continuaba. Nadie se atrevía a
pensar y aceptar que habían otras maneras de hacerlo y no dejar rastros.
A estas alturas ya los agudos
lectores se habrán dado cuenta del paralelo entre las cifras de “doping” y los
votos contados en las elecciones presidenciales. Ambas son medidas impecables
de una acción enmarcada en las leyes y sujetas a comprobación y auditoría.
¿Qué más auditoría que 218
determinaciones de “doping” en la misma persona en siete años, casi tres por
mes; qué más auditoría que las listas por máquina de votación, firmadas y recopiladas
por los observadores de la oposición?
Obviamente, el asunto es otro.
No sé que van a hacer los organismos deportivos respecto del dopaje de los
competidores, pero, ciertamente, los exámenes de laboratorio para dopaje,
solamente, no sirven.
¿Servirán las elecciones con
voto secreto emitido, contabilizado y auditado, cómo prueba fehaciente y
suficiente de la voluntad del electorado o será esa la simple y exitosa medida
del efecto del ventajismo, la propaganda, el chantaje y el abuso de autoridad?
Las reglas del juego no pueden
seguir estando basadas ni en el control antidopaje por muestras analizadas en
laboratorios, ni en el perfecto contaje de votos anónimos emitidos por los
ciudadanos.
La supervisión de los organismos
controladores debe ser estricta, implacable, equitativa y comprensible para
todos.