Rompiendo una lanza
(Artículo de opinión publicado en la página 7 del diario El Nacional, el viernes 20 de julio de 2012)
Últimamente me he sentido más
anacrónico que de costumbre. Completamente fuera de tiempo y desprovisto de los
nuevos valores culturales y morales en boga, o sobrecargado de los viejos valores
por los que he vivido con orgullo, al igual que lo hicieron mi padre y mi
abuelo, ambos médicos formados en el Hospital Vargas.
Con esa sensación es fácil
entrar en conflicto con el diario vivir en el mundo de hoy y más en esta tierra
venezolana, tan actualizada para lo inconveniente y practicante de la imitación
de aquellos que apabullan con su poder sin consideración de sus deberes y los
derechos de los demás.
Convivir es difícil, pero lo es
aún más, cuando la convivencia exige la sumisión, la pasividad y la aceptación
de lo inaceptable.
Está claro que el camino de los
pueblos no puede ser el de la pasividad y la sumisión. No es ese el camino de
nadie. No puede serlo. Las personas asumimos que somos únicos e individuales y
que nuestro destino nos pertenece y compartirlo nos hace crecer como seres
humanos. Decidir lo que queremos ser, hacer y decir, es la base de nuestra
libertad. Crecer como personas nos convierte en modelos y ser modelos es la
forma de inspirar personas que serán mejores ciudadanos.
Los médicos hemos sido, tradicionalmente,
modelos de entrega, de vocación de servicio, de apoyo personal y familiar.
Siempre nos hemos considerado una hermandad que junta sus esfuerzos en
beneficio de nuestra sociedad y que recibe de ella el respecto y la expectativa
por nuestro mejor hacer. El ejercicio de la medicina es una forma de vivir.
Nuestros conocimientos, autoestima y respeto personal son la esencia de nuestra
dignidad y de nuestro sano y esperanzador ascendiente sobre la sociedad y los
aprendices que nos sucederán.
Por esas razones llamo a la
reflexión a nuestros colegas. No puedo creer que ante los atropellos sufridos
por los médicos de los hospitales maltratados y abandonados, ante el
espectáculo lamentable del Hospital Vargas de hoy día, de la falta de insumos y
la dificultades de atención en otros hospitales y las retaliaciones
gubernamentales contra los desesperados colegas que informan a la sociedad de
aquello que la perjudica e impide a los médicos ejercer su ministerio, nuestra
reacción haya sido tan tibia y poco contundente. ¿Dónde está la lucha gremial y
la solidaridad?
¿Qué pasa, tenemos miedo?
¿Los únicos médicos sin miedo
son los que informan y denuncian las barbaridades y el Dr. Muci Mendoza, que
nos recuerda en sus escritos el dolor de la tragedia del ejercicio profesional
en este país, o somos más?
¿Hay alguna otra solución
diferente a emigrar o callar y esperar tiempos mejores?
¿Qué nos pasa? ¡Por Dios santo!
¿Qué nos pasa? ¿Es la política o la desidia?
Todos los médicos somos o
deberíamos ser líderes de opinión y servicio a la sociedad.