Caricaturas
(Artículo de opinión
publicado en la página 10 del diario El Nacional, el viernes 30 de marzo de
2012)
La caricatura, como medio de
expresión artística, es muy antigua. Quizá los egipcios no practicaron ese
arte, pero los griegos y los romanos sí. ¿Qué caricatura más brillante que ese
dios campestre llamado Sátiro? Tanto, que terminó siendo sinónimo de crítica,
censura, mordacidad, ironía, sarcasmo y alegría festiva.
El humor satírico es compañero fiel
de los humanos. La risa, en su origen es temor y al perder la inmediata
impresión de amenaza se convierte en rictus que pasa a risa franca y se
acompaña de actitudes y pensamientos alegres. Si el estímulo se logra a través
del comentario jocoso o el dibujo grotesco de la representación imaginativa del
suceso y sus actores, mejor, pues más apreciación habrá del suceso y de los
sujetos. La burla no necesariamente destruye, también endereza al torcido y
finalmente terminamos considerándola, como crítica mordaz con intención
satírica.
A medidos del siglo XIX, en
Inglaterra y Francia, aparecieron publicaciones periódicas como Charivari y el
semanario Punch. Éstas y las muchas otras que desde entonces han sido, fueron
muy exitosas, pero Punch instituyó la costumbre de publicar semanalmente una
caricatura que, usualmente, tenía que ver con el consabido tema político, pues
la comunicación oficial, siendo escasa e insuficiente, obligaba a los artistas
a pintar los sucesos y sus protagonistas; y cuando, uno u otro o ambos, se
ponían a tiro, se les disparaban balas de humor satirizado para regocijo y
solaz de lectores y mirones. También servían las caricaturas para que
criticados o burlados y quienes actuaban igual, se diesen cuenta de su
inadecuada y risible actitud. Siempre bajo el concepto de que todos lo actos
humanos son calibrados dependiendo del ángulo desde el que nos toque mirarlos.
Los caricaturistas son, por lo
general, magníficos dibujantes, con gran habilidad para captar y desarrollar
los rasgos más conspicuos de una persona. Así, como Quevedo escribe de un
hombre a una nariz pegado, el caricaturista lo plasma en el cartón. Ambas expresiones
son igualmente risueñas y la imaginación crea la figura en nuestras mentes con
la misma definición que el pintor. Son verdades que no necesitan comprobación.
No es necesario probar científicamente que la nariz es grande ni de que tamaño
es. Nadie ríe de la nariz de Cyrano y sus poemas nos llenan de romántica
emoción, pero una caricatura de Cyrano puede llevarnos a la hilaridad y si sus
poemas son leídos con sorna y cierto dejo de chiste, pueden causarnos risa. El
buen humor, zumbón, burlón y satírico, nunca hará más daño que el suceso que lo
provocó.
Por supuesto, señores del
oficialismo, la caricatura se sigue nutriendo de la política, pero sobre todo
de los políticos y sus grotescas propuestas, como la de denunciar a los
caricaturistas por ser políticos. ¿Y qué más?