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viernes, 4 de marzo de 2011

¿Imprescindibles?

(Artículo de opinión publicado en la página 9 del diario El Nacional, el viernes 4 de marzo de 2011)

Ya es bastante creerse indispensable, es decir, totalmente necesario, pero sentirse además imprescindible es un matiz que agota.

No todos sienten la diferencia, en principio no la hay, son sinónimos.

Sin embargo, hay diferencia.

Recientemente egipcios y tunecinos han demostrado, una vez más, que no hay nadie imprescindible ni indispensable.

Los votantes y su libertad para elegir son indispensables para el concepto de democracia. Si no hay votantes libres y por tanto elecciones, no hay democracia. La democracia exige, necesita, la posibilidad de elegir. Ese es un concepto indispensable, imprescindible. Es también indispensable que haya candidatos y que de las elecciones salgan gobernantes, representantes o lo que sea que se quiera elegir. Quienes resulten elegidos deberán ejercer sus funciones por el período acordado. La limitación del período para el cual se es elegido es, en sí, un acto democrático y necesario, pues significa que lo que uno ha hecho bien por un determinado período otros tienen que hacerlo también, pues lo importante es servir al pueblo y no el generar el concepto de ser imprescindible, que está reñido con el concepto de igualdad y de equidad ante la justicia y la sociedad.

Otra condición indispensable para el concepto de democracia es que todos tengamos la oportunidad de ser elegidos para lo que nos parezca, si captamos el favor de los votantes; posibilidad que disminuye si alguien limita las opciones de los ciudadanos y valiéndose de estrategias arteras y manipuladas se enquista en el poder. De lo cual se desprende que en democracia los únicos imprescindibles son los votantes.

La expectativa de poder elegir a otra persona es indispensable para generar el entusiasmo expectante de la lucha política. La meta electoral es riquísima en energía y esperanza. La voluntad de servicio público se estimula si la expectativa del candidato se acompaña de la posibilidad de lograr su objetivo a través del voto, pero se disminuye y crea desconcierto si siente que la conducción de sus semejantes no es por elección sino acordada y manipulada, estrangulando así sus esperanzas.

Sentirse imprescindible desde la más alta esfera de poder es una absurda y brutal negación del derecho de los demás: no pueden ser a la vez imprescindibles gobernantes y electores. Todos tenemos el derecho de tener expectativas de liderazgo y poder. No puede ser que un gobernante y su camarilla se enroquen continuamente y piensen que lo que toca al ciudadano es sólo la expectativa plebiscitaria de elecciones incompletas, manipuladas, para así aparentar que se ha cumplido con un postulado indispensable de la democracia, cuando lo que en realidad se ha hecho es inducir al pueblo a pensar que el gobernante es imprescindible.

Afortunadamente, ya hay un Mubarak y un Ben Alí menos en el mundo. Todavía faltan unos cuantos Castro.

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Médico psiquiatra en ejercicio