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sábado, 6 de noviembre de 2010

Incertidumbre sin esperanza

(Artículo de opinión publicado en la revista electrónica Visión Analítica.com, el sábado 6 de noviembre de 2010)

A primera vista resulta un contrasentido plantearse que la incertidumbre conviva con la desesperanza. De hecho, en la falta de certeza existe una esperanza, sin ella no echaríamos en falta aquello que completa el “conocimiento seguro y claro de algo” y no tendríamos en nuestra mente “firme adhesión a algo conocible, sin temor a errar”, que son las acepciones de “certeza” publicadas por la Real Academia Española. Así pues, cuando los humanos padecemos de incertidumbre, lo hacemos porqué la esperanza nos invita a la búsqueda de la certeza. Cuando a la incertidumbre se le añade la falta de esperanza algo incongruente, anormal, inadecuado y conflictivo sucede.

Para los grupos de humanos el organizarse en sociedades de complejidad creciente es la regla. La organización por definición exige parámetros y estos se deducen de normas, regulaciones y leyes, que no siempre están escritas y casi siempre son sobreentendidas.

El orden y la organización de los grupos de seres vivos, siempre será perfectible, es cuestión de grado. De hecho, lo que para algunos constituye un desorden para otros puede ser un orden menos visible, pero efectivo.

Así mismo, el orden adaptado a las condiciones de cada uno de los estadios del desarrollo de la especie y de la sociedad, obviamente, dará paso a un nuevo orden, cada vez, supuestamente, más adaptado a los cambios de los individuos en su conjunto. La adaptación del individuo suele ser al orden suscitado por el grupo en su evolución y de esa adaptación diremos que se trata de alguien, por ejemplo, conformista o rebelde y de a uno a otro extremo habrán grados de percepción que formarán parte de su definición como individuo.

Sucede que quienes no se adaptan a la sociedad, pueden actuar solos o conformar grupos constituyendo entonces grupos al margen de la ley o al margen de las costumbres de la sociedad. Estos individuos y grupos pueden llegar a perturbar la estabilidad de la sociedad en todos sus niveles, pues sus maneras de formular su identidad termina siendo la de sentirse referencia de lo inadecuado, inaceptable, ilegal, antisocial o lo que sea en ese mismo sentido de inadaptación. Siendo muchas veces la propia sociedad la que por anomia da pie a esa situación.

El efecto resultante para la sociedad es entonces la inseguridad, la incertidumbre, el temor y finalmente, la falta de esperanza. Es cuando el individuo se paraliza ante el presente sin futuro que le muestra la inercia, la ineficacia, el desinterés y el extremado egoísmo de los gobernantes, cuya meta es solamente el control y la dominación de las voluntades e ideas del ciudadano.

Esa sociedad, con normas y leyes pero sin aplicabilidad efectiva o potencial de las mismas, es una sociedad enferma de desesperanza que es agredida por gentes cuya orientación es el desastre y cuya incertidumbre no tiene alivio, igual que para el ciudadano, víctima potencial, que siente entonces que ya no cree en nada ni en nadie y que no le interesa nada ni nadie, excepto sobrevivir y no importa como.
Vivimos en la actualidad en un país cuyo norte no es el de sus habitantes, su constitución y sus leyes no se corresponden con la práctica de sus gobernantes y cuyas normas y procedimientos sociales para la convivencia han sido trastocados por las acciones individuales, intuitivas e impulsivas de quienes abusan de la autoridad emanada de la voluntad popular.

Remedio para tal desafuero sólo existe en la revolución verdadera, en la afloración sistemática y continua de nuevos personajes, no necesariamente líderes, pero si obligatoriamente adaptados y deseosos de seguirlo estando y mostrando con su ejemplo los parámetros del comportamiento social adecuado y rendidor que todos esperamos para seguir desarrollándonos y no estancarnos en este caos, que, a no dudarlo, se resolverá, pero su costo para las generaciones actuales es cruento, impagable y muy inmerecido.

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