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domingo, 25 de julio de 2010

Ser o no ser…

(Artículo de opinión publicado en la página 8 del diario El Nacional, el domingo 25 de julio de 2010)

Gracias a Dios los seres humanos siempre nos hemos hecho preguntas y casi nunca hemos tenido respuestas definitivas a la mayoría de nuestras cuestiones existenciales. Por eso seguiremos inquiriendo sobre el curso y sentido de nuestras vidas.

Shakespeare, cual ninguno, supo preguntarse sobre el derrotero de las vidas humanas. Hamlet en medio de su torturada existencia vio con claridad las incógnitas de ser.

La vida, desde que el mundo es habitado por animales que conservan y transmiten de unos a otros su historia, ha sido un permanente desiderátum entre ser y no ser, como se preguntaba el príncipe danés.

Esas cuestiones merecen el más alto respeto por parte de las personas y por parte de la sociedad en general. Preguntarme sobre mis actos y pensamientos es lo mejor que me puede pasar.

Sin embargo, a pesar de lo muy importante que es para la vida y desarrollo del ser humano hacerse preguntas y encontrar respuestas, aunque sean parciales e insuficientes, hay personas empeñadas en que no nos cuestionemos, en que no preguntemos, en que no hallemos, en que aceptemos sin cuestionamiento posible y sin crítica alguna lo que otros nos plantean de manera perentoria o nos imponen de forma tajante y sin salida alguna.

En nuestro país hemos vivido en los últimos años, del 1998 para acá, una constante imposición de situaciones, leyes, normas, decretos y hasta consideraciones personalizadas, que no han dejado lugar a la duda, que han cercenado la posibilidad de la crítica y han coartado las reacciones del individuo de tal manera que aceptar ha significado lo mismo que ser avasallado.

Afortunadamente todavía contamos con personas que son capaces de recitar sus cuestionamientos y que sienten que representan y no que deben imponer.

El Cardenal Urosa, a quien no tengo el honor de conocer pero respeto y admiro por su cordura y obvia buena intención, decidió, sabiamente, no acudir a la Asamblea Nacional a ser blanco de los ruinosos deseos de quienes no desean que pensemos sobre nuestro destino de una manera diferente de aquella que plantea el estamento político gobernante. Su presencia voluntaria o no, allí o en cualquier otro foro de ardientes y atrabiliarios oficialistas, sería un momento de grandeza para la sin razón a través del insulto y la descalificación y un momento de profunda tristeza para quienes piensan que discutir sobre los temas de la inconstitucionalidad y lo inadecuado de algunas de las leyes y reglamentos oficialistas, así como sobre las decisiones personalizadas extrajudiciales que luego son “ajustadas” a las leyes vigentes o por venir, es inútil.

Sólo las leyes aplicadas por jueces serios, responsables, sabios e independientes, pueden sancionar y cambiar el estado de anarquía política, social, legal y judicial con el cual nos estamos empezando a atragantar. La esperanza serán esos jueces. La aplicación de las leyes y el respeto a los ciudadanos sin distinción ni acomodo, está lejos, pero sigue vigente en nuestro pensamiento.

Tenemos que denunciar, tenemos que hablar, tenemos que recordar y preparar los legados de la historia, para que mañana, en otro estadio del desarrollo de nuestro país, hayan seres que sepan quienes son a través de habérselo preguntado mil veces y haber obtenido por única respuesta: sigue adelante, lucha y cree en ti.

Al final, habrán varios “cardenales urosa” entre nosotros. O, mejor aún, todos seremos “cardenales urosa”.

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