Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Se salvó uno

(Artículo de opinión publicado en la revista electrónica Analítica.com, el miércoles 28 de octubre de 2009)

No me es posible entender por qué mataron el 24 de octubre pasado, a los muchachos jugadores de fútbol que fueron secuestrados el 11 de octubre en el estado Táchira.

Según cuentan los diarios de Venezuela y de Colombia eran doce los secuestrados, diez colombianos, un peruano y un venezolano. Encontraron diez cadáveres perforados a balazos a mansalva, un herido que escapó por milagro y un desaparecido.

No se sabe quienes los secuestraron, cada país tiene sus teorizantes que acusan indistintamente a la guerrilla, los paramilitares de un lado y supuestamente del otro también y hasta al hampa común y la organizada. También ha habido quien culpase a los gobernantes locales. El asunto es que no se sabe nada.

Lo que si parece cierto es que los secuestrados estuvieron todo el tiempo en territorio venezolano, que tenían apoyo logístico local, tal como alimentos, camionetas para transporte, comunicaciones, uniformes militares verde oliva adornados con apliques con la cara del Ché Guevara y eran al menos 18 secuestradores. Además, estuvieron en la cima de una montaña lejos de zonas habitadas y los asesinatos se llevaron a cabo en zonas distantes a poblados, pero en un radio de 30 kilómetros en cuatro localidades distintas, ya que nadie oyó los disparos y al sobreviviente le tomó más de tres horas encontrar a un campesino que le ayudó. para ese asesinato tuvieron que llevar a los muchachos en varios vehículos.

El secuestro tuvo lugar en las cercanías de una base aérea militar venezolana (Buenaventura Nieves) y, aparentemente, los secuestradores llegaron como Pedro por su casa y se llevaron los muchachos. Nunca dijeron por que lo hicieron.

Las autoridades locales y militares supieron del asunto inmediatamente y según las informaciones oficiales desplegaron los servicios policiales, militares, civiles y antisecuestro. Pero según dicen los tachirenses locales, no se desplazó nadie ni se movió un solo dedo, como no fuese para señalar a alguien de manera acusatoria, pero sin prueba alguna. Menos aún se movió el estamento de seguridad ciudadana luego de conocerse los asesinatos. Por supuesto que la información oficial no es esa. Según el gobierno se cundió la frontera de guardianes públicos.

Lo que si debemos reconocer es que los ministros de este país y otras autoridades han expresado su repudio al asesinato –¡no faltaba más!– y han aprovechado además para echarle las culpas a cuanto ser y grupo político les cae mal, incluyendo al gobierno de Colombia.

Cuando la desidia, el desinterés y la mala voluntad anidan en el alma, los sucesos más banales pueden transformarse en graves y horripilantes dramas. Cuanto más si se trata de una tragedia de las proporciones que estamos narrando. Hasta la entrega de los cadáveres a los familiares de los secuestrados fue un drama troyano, con el agravante de que por falta de recursos en la morgue local de San Cristóbal, no pudieron refrigerar los cadáveres y estos se descompusieron y ni la cal ni el dolor humano fueron alivio suficiente para la rabia añadida al profundo dolor de la injusticia asesina.

Qué pena más grande saber que esos muchachos fueron vilmente asesinados sin motivo aparente, que sus vidas truncadas son en este momento el trampolín mediático de los odios y pasiones de los políticos y que este crimen quedará impune y que ni ellos, ni yo, ni usted amigo lector, sabremos jamás por que unos seres humanos que dicen que luchan por las libertades y los principios e ideales políticos del Ché Guevara, asesinan a jóvenes deportistas, que seguramente se sintieron seguros jugando en el campo de fútbol a la sombra de una base militar venezolana.

¡Una guará!

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