Testarudos
(Artículo de opinión publicado en la página 16 del diario El Nacional, el viernes 31 de octubre de 2008)
La historia enseña a quien quiere aprender de ella. Las experiencias enseñan a quienes pueden aprender de ellas. Hay quienes no pueden aprender de las experiencias y tampoco quieren aprender de la historia; para ellos cada suceso es nuevo, diferente e imprevisible y creen que pueden controlar los eventos, actuando entonces por sus deseos y sin tomar en cuenta los hechos. A estas personas solemos llamarlas testarudas, alcanzando un grado máximo de tozudez cuando además interpretan a su conveniencia e interés los eventos históricos y las experiencias vividas. Son personas a quienes no se les puede considerar enfermos mentales, pero sus acciones suelen ser motivo de sufrimiento para quienes les rodean y a veces, para ellos mismos. La psiquiatría les llama trastornos de personalidad.
Hay varios tipos de trastornos de personalidad, algunos son frecuentes entre los gobernantes, sobretodo aquellos que imponen y cultivan el culto a su persona y la consideración única a sus deseos, los llamados narcisistas; otros, los antisociales, exhiben actitudes desconsideradas, agresivas y hasta criminales.
La humanidad tiene en su lista de gobernantes un buen número de testarudos, entre los que destacan: Roboam, hijo de Salomón, quien desoyendo los consejos de sus mayores escucho los de quienes se aprovecharon de su actitud e insensatez y perdió diez de las doce tribus de Israel; Moctezuma, que no escuchó a sus consejeros e interpretando los sucesos a su manera, perdió su imperio a manos de Cortés; Felipe II, tan terco que sólo su opinión contaba; Luis XIV, que no sólo creía poder resolverlo todo a su manera, sino que, además, lo hacía impulsivamente, hasta el punto de arruinar a Francia por la persecución contra los hugonotes. La lista es larga y no es nada difícil descubrir los rasgos de personalidad descritos en muchos de los personajes de la política y por supuesto en algunos de los gobernantes como Hitler, Stalin, Saddam, Milosevic, Idi Amin, Mugabe, Taylor, Nkunda y otros.
En Venezuela tenemos también nuestra cuota de personajes testarudos. En los últimos quince años vimos aparecer y desaparecer de la escena política a muchos, quizás los más conspicuos fueron Alfaro Ucero y Hugo Chávez.
El problema principal con estas personas es que, aunque no lo parezca, nadie les duele y si algo les molesta lo imponen como Roboam a los israelitas, o lo extinguen, como intentó Luís XIV con los hugonotes, Hitler con los judíos y los gitanos, Saddam con los kurdos, Milosevic con los bosnios y croatas y los líderes africanos que han escenificado los más terribles genocidios de Ruanda, Uganda, Congo, Sierra Leona y Darfour. Para ellos, la solución más inmediata y expedita para librarse de contendores políticos, de ciudadanos incómodos y de testigos directos de sus malvadas y diabólicas políticas.
Los inicios del desbordamiento de las actitudes de represión y supresión o neutralización de contendores y disidentes, son insidiosos, pero a medida que se incrementa la disidencia y se ve cada vez más claramente la actitud impositiva, desconsiderada, interesada y dominadora del gobernante, intuimos, por las experiencias vividas por otros y los actos recogidos por la historia, que estos personajes pueden instaurar políticas y acciones malvadas que se corresponden con las vividas en otros países, donde los testarudos impusieron que sólo su palabra y sus deseos eran aceptables.