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domingo, 24 de agosto de 2008

Éxito olímpico

(Artículo de opinión publicado en la página 11 del diario El Nacional, el viernes 22 de agosto de 2008)

Pretender ir más rápido, más alto y ser más fuerte (“Citius, Altius, Fortius”) está íntimamente arraigado en los humanos y muchos animales. De hecho, marcar territorio, pelear por las hembras o por los machos, por el alimento y demostrar poder físico con arrogancia y hasta fanfarronería, como los Pavos Reales, los leones o las morsas, no es muy diferente a buscar destacar y desplazar al contendor durante la adolescencia, el cortejo, las reuniones sociales, las guerras y la práctica de los deportes, tal y como vemos entre nuestros congéneres.

Los eventos públicos más destacados en la competencia entre humanos, quizá sean: los concursos de belleza, las guerras, las elecciones políticas y las competencias deportivas. El mejor batallador se torna en la hembra o el macho más solicitado y hasta en el gobernante más deseado.

Es probable que los primeros juegos olímpicos, en el siglo VIII antes de Cristo, fuesen el resultado de la organización en un solo evento de varias competencias de tipo militar: correr más rápido, más lejos y más tiempo, lanzar la jabalina más lejos y más acertadamente, tirar piedras a mano y con honda, levantar pesos, correr en carros tirados por caballos, nadar a través de ríos y mares, saltar, brincar más alto con o sin la ayuda de una pértiga y luchar cuerpo a cuerpo con armas o sin ellas. En general, los entrenamientos que hoy llamamos deportes, estaban destinados a mejorar las habilidades de los guerreros y eso lo demostraban compitiendo. “De ningún modo”, como dijo Guillermo de Orange en el siglo XVII, “es necesario esperar para emprender la acción, ni ganar para perseverar en ella”. La lucha por ser mejores es continua, así no se gane en la competencia.

Los modernos juegos olímpicos enaltecen la competitividad y desdibujan la esencia bélica de los deportes. Haber logrado transmutar la preparación para la guerra en un juego cuya meta son la marca, la medalla y el reconocimiento local y mundial es un gran triunfo para la humanidad. Polarizar la atención de la gente con eventos deportivos en los que ganar una presea llegue a ser un acto colectivo nacionalista, es extraordinario. Poder brindar a la mayor cantidad de atletas posibles, que hayan alcanzado los requerimientos mínimos de competencia, la oportunidad de competir con otros más desarrollados, con más experiencia y más alto desempeño, es invalorable.

Nuestros muchos y esforzados atletas, que dieron y están dando lo mejor de sí en estos juegos olímpicos, en medio de la presión y las exigencias que les hemos planteado, traerán a Venezuela, más que medallas, experiencia, admiración por otros sistemas de entrenamiento y por los atletas que vieron ganar, así como paciencia y disposición para el entrenamiento arduo y perseverante. Ellos saben que la esencia del deporte moderno no es la preparación para la guerra ni la disposición política, que la competitividad deportiva implica llevar al ser humano a un nivel de desarrollo físico y mental más elevado, en el cual dar el máximo de sí con totalidad y entrega, trae como consecuencia un reto para otros y un reconocimiento personal y grupal, que complace a quien compitió y a quienes les apoyamos con nuestras ansiedades y esperanzas, nuestros mejores deseos y el pago de impuestos que nunca fueron mejor empleados que para formar muchos deportistas calificados y poderles enviar, hoy y siempre, a competir y aprender, tan lejos como a China.

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