Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

viernes, 27 de junio de 2008

¿Somos iguales?

(Artículo de opinión publicado en la página 13 del diario El Nacional, el viernes 27 de junio de 2008)

Son incontables las veces que la palabra “igualdad” aparece en los discursos y en la literatura política. Desde tiempos inmemoriales es palabra obligada para quienes piensan en términos éticos sobre las relaciones entre los seres humanos, aunque la inefable capacidad del ser humano de ser selectivo en la aplicación de sus conceptos y percepciones, le lleve a hablar de igualdad y aceptar y hasta defender, por ejemplo, la esclavitud, tal y como hizo, entre otros, Aristóteles.

Igualdad, es también una palabra incendiaria y estimulante de posiciones antagónicas e irreductibles. En su nombre se han cometido actos libertarios y atrocidades revolucionarias. Ocupa un puesto preeminente en las monedas de muchos países y forma parte de los himnos patrios de muchos más. Un discurso político que no la mencione se queda corto en su esencia y no atrae seguidores esperanzados.

Tantas contradicciones de sentido en una sola palabra, llevaron a G. Orwell a describir en su obra “Rebelión en la Granja”, cómo las actitudes de los jefes, los años, la desidia y la molicie, cambiaron a los otrora revolucionarios, solidarios luchadores por la igualdad y defensores de los 7 mandamientos de conducta, en seres dominados por un dictador corrupto que usaba el látigo para mantener el orden y permitió que borrasen 6 de los mandamientos de la pared y al último que decía “Los animales son todos iguales”, le añadieran la coletilla: “pero unos son más iguales que otros”.

Para los habitantes de la granja humana está claro que la diferencia no es semántica, es arteramente hipócrita y tiende a confundir a los ciudadanos que se creen protegidos por unos mandamientos que llamamos Constitución, pero qué, con las actitudes de los jefes, los años, la desidia y la molicie, han cambiado de revolucionarios, solidarios, luchadores por la igualdad y defensores de la Constitución y las leyes, a ser víctimas ingenuas del nuevo y resplandeciente código de conducta: “Todos somos iguales, pero unos somos más iguales que otros.”

El concepto de igualdad es connatural al ser humano. El problema de la desigualdad, también.

En Venezuela, la desigualdad es la regla. Además, cada día se institucionaliza y se enfatiza más que no somos iguales a pesar de lo que diga la Constitución. Los derechos no son los mismos para todos, como en el caso de las inhabilitaciones políticas. Las leyes no se aplican o si lo hacen no es con semejanza de criterios, como en las dilaciones judiciales. Por último, quizás lo menos grave, pero sí lo más chocante, es que hasta los números no son iguales y tienen distinto significado: tendencia y total son lo mismo en los resultados del referendo de diciembre 2007.

En Venezuela, hay una forma de ser todavía más desiguales y es cuando los ciudadanos pasan a ser estadísticas. Por ejemplo, las estadísticas de muertes violentas. Los asesinados son de varios tipos pero no engrosan las cifras de muertos si son por peleas entre ellos, “ajustes de cuentas” los llama el gobierno y al hacerlo abroga la Constitución que considera que muerto o vivo es un ciudadano y sólo mediante un juicio se puede calificar la condición de muerte violenta por mano de otro. Ese saco sin fondo, infinitamente variable y que permite la injusta selección de los ciudadanos después de muertos es, quizás, una de las mayores fuentes de desigualdad y humillante indignidad que se aplican al venezolano.

Archivo del Blog

Acerca de mí

Mi foto
Caracas, Venezuela
Médico psiquiatra en ejercicio