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viernes, 7 de septiembre de 2007

Onomástica amenazada

(Artículo de opinión publicado en la página 13 del diario El Nacional, el 7 de septiembre de 2007)

Ponerle nombre a un hijo o hija es una cuestión complicada e interesante y un proceso mental más torturante y exigente que el hecho mismo de la concepción. La prensa informa que pronto se acabará la posibilidad de poner a los hijos el nombre que más nos apetezca. La futura ley de registro civil contempla limitar el uso y abuso de los padres al registrar a sus hijos al nacer, utilizando los nombres que a ellos les parezca apropiado.

En Venezuela esa ley va a tener consecuencias dramáticas. Así será en Maracaibo, donde la altísima creatividad onomástica ha sido muy rica y tradicional, hasta el punto de que tan solo con oír un nombre ya sabemos que alguien es de allí. Muy dados son a pegar dos nombres y hacerlos uno, “Elvispresley” es un buen ejemplo y ahora estará prohibido. Lo sentiremos por los “Diosdado” que no podrán nombrar a sus nietos así y por Pazylú y Rosinés, que tampoco podrán repetir.

Algunos venezolanos han expresado sus ideas políticas o sus creencias religiosas en los nombres de sus hijos, Lenín, Kenedy, Usnavy, Coromoto, son frecuentes. Y los hay que sienten la picante necesidad de demostrar al mundo su libertad de escogencia hasta para los nombres y vibran con nombres como “Tomate Tigre Catorce”, en recuerdo del Papa León XIII, el de la encíclica “Rerum novarum”. Otros, por escasez de santos en los años bisiestos, recurrieron a un famoso almanaque y se decidieron por el único nombre allí impreso no ligado a un día del año y llamaron a su hijo Tipylit, acrónimo de la tipografía que por años lo imprimió.

Hay quienes curtidos por el sol de lo profundo de la sierra y a falta de mayores luces gramaticales, nombraron a su hijo Jelipe. Otros, padres de poca paciencia, que ante la pila bautismal fueron conminados a decir si la bella nena se llamará Elena con H o con E y el resultado es que la niña se llama Coné.

Afortunadamente se permitirán los nombres autóctonos y podremos seguir oyendo de personas que se llaman Guaicaipuro o Paramaconi, que además suenan de lo más masculinos. Quizá haya un poco de problema cuando se trate de Surima o Terepaima, que suenan femeninos por terminar en “a” y también fueron caciques.

Donde se va a armar la trifulca va a ser en sitios como la isla de Margarita donde nombres como Irene y Matilde son usados en varones y también es frecuente la masculinización de los nombres como Tereso y Mónico.

La modernidad ha penetrado hasta la intimidad y los padres conmemoran en sus hijos su avanzado espíritu electrónico y digital en nombres como Email. Kino, es también un nuevo nombre surgido de la alegría y la buena suerte.

Son muchos los nombres que brotan del estro criollo y terminan siendo identidad para hijos muy amados. Ya no podremos ponerle a nuestros hijos varios nombres, ni inventar o componer nombres en una palabra que, llena de significado personal o familiar, transmita la energía de las expectativas positivas que tenemos en nuestros hijos y les de el impulso vital que soñábamos al escoger su nombre.

Más que limitar la onomástica, debemos educar y formar a las personas en el respeto y lo apropiado de las tradiciones familiares y socioculturales. El uso adecuado de las libertades comienza por casa, el estado no debe intervenir en la formulación social del acto de la procreación. El nombre de los hijos debe continuar siendo un acto tan libre como tenerlos y tal responsabilidad compete sólo a nosotros, sus padres.

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