Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

lunes, 27 de agosto de 2007

Las cosas que yo sé, las sabe todo el mundo

Siempre he creído que aprender es importante. Oyendo, leyendo, mirando, conversando, discutiendo, debatiendo y aún sufriendo, siempre fue útil para mi saber algo más, que nada me fuera extraño. En mis años mozos muchas veces me creí en el límite del conocimiento y hasta protesté en mi mente acalorada por no encontrar más información de un determinado tema. Me recuerdo estudiando astronomía en mi tiempo libre y sintiendo los vacíos del desconocimiento. Era obvio que debían existir más lunas en Plutón, pero no se podía probar. ¡Qué desesperante! Con los años vinieron los telescopios más modernos y el cuadro de lunas de Plutón se esclareció, pero también se vio que era pequeño, desproporcionadamente pequeño comparado con sus hermanos del sistema planetario solar, se pudo captar la imagen de Eris un objeto más grande y más lejano y se acabó Plutón, pasó a planeta enano, como Eris y Ceres. Los planetas, todavía siguen siendo ocho, como fueron hasta 1930. Este tipo de sapiencias son interesantes, pero resultan inútiles para la vida diaria y para la influencia que deseamos ejercer sobre nuestros semejantes con nuestra conducta y nuestras ideas. Sirven, eso sí, para muy buenas conversaciones, pero nada más, pues ni mirando al cielo se pueden ver.

Algo parecido pasa con la medicina, lees y aprendes, practicas y aprendes, ves a otros y aprendes, fallas y aprendes, pero de nada sirve para aliviar la pobreza socioeconómica y espiritual de otros seres que sufren.

Y… ¿qué decir de la política? Respiro política desde que era un adolescente. A los 14, cuando cayó Pérez Jiménez, ya sentía la necesidad de enterarme, de discutir, de salir a la calle. Saber que mi padre formó parte integral del movimiento que coordinó el derrocamiento fue algo inenarrable. Vivir, comer, dormir y entretenerme con la política fue siempre grandioso. Donde voy encuentro un espacio para pensar políticamente. Donde estoy, estoy pensando en ella. Leo todo lo que cae en mis manos, si es fastidioso o no despierta mi interés suficientemente, lo pongo de un lado y cojo otro libro o artículo y sigo empapándome de los asuntos. A veces se me escapan algunos o no siento que dispongo de suficiente información, como cuando la anécdota de la astronomía, pero ahí sigo, dándole y dándole.

Me interesan todos los movimientos políticos gubernamentales, pero hay algunos que sigo con más intensidad, como las evoluciones políticas de los españoles y los americanos del norte. Algunos gobiernos captan mi interés ocasionalmente, cuando cometen alguna tropelía o son víctimas de alguna barbaridad.

La política de mi país me resultaba particularmente fascinante. Siempre pensé que éramos un país con mucha suerte, pues el debate político sin ser de altura ni particularmente respetuoso, era, sin embargo, constante, estimulante e interesante. Era evidente el ocultamiento, la manipulación, las trampas electorales y la corrupción, pero de ninguna manera se pretendió nunca institucionalizar y legalizar esas prácticas. El país avanzaba, lento y con dificultades, pero lo hacía. Progresivamente se iba creando conciencia ciudadana,

La política actual venezolana, no la entiendo, no me gusta y más bien tiende a desagradarme profundamente. No me siento valorado como ciudadano y presiento que cada vez lo seré menos. Pero no soy yo el único que se siente así, los demás también; hasta aquellos que ocupan la representación popular para ser sus voceros en la Asamblea Nacional. ¿O se creen ustedes que se siente valorado el diputado a quien le ordenan a aprobar el proyecto de reforma de la Constitución y lo que se espera de él no es su sesudo estudio y creativa propuesta, si no más bien su automática alzada de mano, aprobatoria de un compuesto de normas que le van a restar viabilidad al país y libertad a sus habitantes, incluyéndolo a él?

Decía al comienzo, que me gusta saber y saber de todo. Ahora siento que lo que sé, que tampoco es tanto, no sirve para nada. A veces trato de entender desde el ángulo marxista leninista o desde el de la teología de la liberación, o desde el pensamiento bolivariano o del de José Martí, incluso desde las canciones de Alí Primera o desde los escritos de Debray. Nada, no consigo entender que pasa. El manifiesto del partido comunista, con su intensa crítica política, social y económica, tampoco me explica lo que estamos viviendo.

Fascismo es fascismo aquí o en Italia. Aquí el fascismo, que de hecho existe es el del gobierno que se dice antifascista. Comunismo es comunismo aquí o en China. Aquí el comunismo, que de hecho existe es el del gobierno, que dice que están haciendo su propia revolución socialista adaptada a las características e idiosincrasia venezolana.¡Yo te aviso!

La sensación es la de ser epectadores de un individuo que dotado de condiciones histriónicas y populistas, se sienta a jugar al socialismo, cree inventar un nuevo socialismo deslumbrado por la amistad de Fidel y basado en las críticas socioeconómicas del siglo XIX, las mismas que usaron Marx y Engels en la exposición de sus ideas, decide que la solución es regresar al estado de desculturización y falta de desarrollo agroindustrial y socioeconómico de las eras pre-feudales. Añadiéndole además la destrucción de la clase media y la estrangulación de los capitalistas e industriales, como representantes exitosos de la burguesía “maldita” por exitosa a nivel individual y desarrolladora a nivel colectivo.

El proyecto de reforma de la constitución es a mi manera de ver, inconstitucional, pues en primer lugar arremete solapadamente contra el espíritu de la constitución promulgada en el 2000. Transforma al país en un estado que deberá necesariamente funcionar como lo dicte el autócrata de turno, que de paso se tomará en promedio una generación completa para dejar el paso a otros con otras ideas, proyectos o carisma.

Siete años son muchos años para una presidencia, catorce son demasiado y 21 una eternidad. Luego de esos periodos la maquinaria aceitada a placer por el personalismo, las cuotas de poder, la corrupción, el “dejar hacer”, el no mirar y el no estimular la oposición de las ideas, causarán siete años más para llegar a 28. Eso, si no sucede lo que un amigo, por demás optimista, me dijo: “la historia muestra que los regímenes personalistas tienden a estancarse y sus jefes, que no necesariamente son líderes, a perpetuarse, por elecciones amañadas o con modificaciones constitucionales que les permitan ser jefes de por vida y a veces jefaturas hereditarias.”

Votar en bloque modificaciones constitucionales del calibre que propone el “Gran reformador”, es un absurdo en contra de la democracia, pero es de una lógica aplastante y necesaria para justificar la actitud antidemocrática y constriñinte del gobernante.

Haber utilizado los poderes extraordinarios para plantear con exclusividad modificaciones a la constitución, es artero y malhadado.

Las cuestiones básicas respecto de la orientación ideológica del individuo siguen siendo individuales y ninguna constitución por mucho que lo diga cambiará el fondo de la libertad, pero no poder ejercer acciones dictadas por el pensamiento libre es una agresión al individuo y por ende a la humanidad.

Las cuestiones básicas respecto a la orientación ideológica del Estado, no se discuten y no se conculcan. El Estado no puede ni debe ser partícipe de una orientación ideológica política o no. Un gobierno puede estar conformado por diversos personas cuyas ideología pueden o no ser semejantes, pero la función de los gobiernos es gobernar no ideologizar a los ciudadanos y menos pretender que todos seamos ideológicamente iguales. La diversidad debe ser protegida y estimulada por los gobernantes, no al revés.

Cambiar los nombres a las parroquias, municipios, pueblos y ciudades es una tontería, por decir lo menos. Relegar a segundo plano a gobernadores y alcaldes, ambos de elección popular, es un acto dictatorial sólo comprensible en cuanto que ya no se les dejará poder que ejercer.

Por último, calificar literariamente o popularmente a la ciudad de Caracas como se ha hecho en el pasado es potestad de escritores y de amantes o detractores de la ciudad. Tan ha sido Caracas la “cuna del Libertador”, como ha sido la de los “techos rojos” o la “odalisca rendida a los pies del Sultán enamorado”; para otros ha sido la fuente de sus desgracias o el ejemplo a seguir. Ahora tendremos que, a juro, calificarla. Lo que antes era sentimiento ahora será obligación. Lo que antes pudo ser retórica ahora será excesiva palabrería vacía de contenido.

En general tengo la sensación que lo que pretende el gobierno es hacernos un estado transformista, somos de una manera pero pretende hacernos ver de otra. Se pueden hacer cauces artificiales y otras cosas para dominar la fuerza del agua y a las personas, pero en el fondo seguiremos siendo como somos, pues es difícil, muy difícil hacer que el torrente vaya por donde nos apetece. Generalmente coge su propio camino, a la fuerza.

Ciertamente, las cosas que yo sé, las sabemos todos. La impotencia que sentimos ante la manipulación gubernamental, la sentimos todos. No hallo como aprender más para entender que pasa. No encuentro quien me explique a cabalidad lo que plantea el supuesto socialismo del siglo XXI. ¿Qué es y qué va a ser? Sólo sé lo que sabemos todos: que no sabemos qué es.

El no saber que hacer para lidiar con esta desgracia colectiva que pretende anularnos a todos y convertirnos en títeres de un “iluminado” que juega con las palabras y se burla de las personas, y que vemos como progresivamente va cercenando cada día nuestras libertades, es desesperante.

¿Cuánto más aguantarán los demócratas rectos y decentes que se sienten hoy en día vapuleados y apartados de sus metas?

¿Ser diputado es estar al servicio del pueblo o del gobernante?

¿Tendrán interés los jóvenes en ser políticos en el futuro?

¿Quién quiere llegar a ser Presidente de la República y cuando lo lograría?

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