Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

sábado, 22 de julio de 2006

El efecto Zidane y la guerra

(Artículo de opinión publicado en el diario El Nacional el viernes 21 de julio de 2006 en la página A-8)

Vivimos en tensión y congoja. Ya no sabemos dónde es mejor estar o a dónde huir. Emigrar ante la desgracia bélica o política, fue, para muchos, una quimera agotadora que les arrancó de raíz de su entorno cultural, familiar y social, y si les trajo bienestar económico y seguridad personal, fue a costa de soledad y nostalgia.

No hay lugar en la tierra en el cual no se esté viviendo o se haya vivido en fecha reciente, situaciones de dolor, angustia y temor exaltado a terror. El pánico comienza a cundir.

Nunca hubo más refugiados que hoy.

Los genocidios siguen activos. Las escaramuzas minuto a minuto escalan a conflagración bélica. El terrorismo, el narcotráfico, el secuestro y la inseguridad son ubicuas. El chantaje, descarado o disimulado, es la forma de negociación preferida de gobiernos y empresas. La adoctrinación política es más frecuente, persistente y duradera que la formación moral, ética y religiosa. La libertad de informar y enseñar es cada vez más restringida. Tanto inducen los ideólogos al capitalismo o al socialismo, como lo hacen a la anarquía y al populismo, o a la autarquía o la globalización.

Somos el caos organizado.

Hemos avanzado mucho científicamente, nuestros aparatos y medios electrónicos son cada vez más eficaces, sabemos más de todo y estamos seguros de que mientras más sabemos de algo, más nos falta por aprender. Vamos a la Luna y regresamos sanos y salvos. Estudiamos el sistema solar con naves espaciales. Pero, no somos capaces de respetarnos como sociedades, de aceptarnos como personas y como grupos. Siempre hay divisiones entre los humanos, estamos en desacuerdo y no lo aceptamos o, simplemente, no queremos que haya acuerdo.

Hemos hecho un culto de la provocación, de la reactividad y de la represalia violenta. Hemos perdido nuestra libertad, creemos tenerla y la invocamos para enfrentarnos con violencia como medio de resolver una disputa o de imponer nuestra percepción de las situaciones, así no sea el mismo criterio de padecimiento que tienen los demás. No nos importa cometer cualquier barbaridad, en nombre de lo que sea: democracia, derechos humanos, gobierno para el pueblo, socialismo, comunismo, capitalismo, etcétera.

La incitación a la violencia, al despertar la reactividad en los individuos y en las sociedades --léase gobiernos-es una forma muy antigua de generar conflictos. Solemos llamarla detonante o desencadenante. Ambos términos implican que existe una situación previa, potencialmente explosiva. Poder jugar con situaciones difíciles siempre ha sido una ilusión de los humanos. Algunos fueron hábiles provocadores que no sólo las crearon, también las manipularon hasta el máximo posible. Julio César, Cicerón, Fouché son ejemplos, no muy edificantes pero históricamente válidos. Hitler también, él hizo aparecer a Polonia como agresor y desató la II Guerra Mundial. Pearl Harbour es el cementerio de ingenuos más grande del mundo, ataque avisado, más que esperado, fue la excusa perfecta.

Benedicto XVI dijo el domingo pasado, en referencia al conflicto en el Medio Oriente, que "ni los ataques terroristas, ni las represalias, en especial cuando traen trágicas consecuencias para la población civil, pueden ser justificadas de ninguna manera". Así mismo reconoció que "las causas de tan terrible confrontación son, desafortunadamente, violaciones de las leyes y de la justicia".

El Papa recoge en dos cortas frases la esencia de miles de años de conflictos humanos y pinta el círculo vicioso de la escalada bélica: provocación - reacción - violenta - defensa agresiva - negociación (casi siempre humillante) - status quo - provocación...

En la reciente confrontación futbolística mundial, vista y sentida por mucha gente como una ordalía moderna, vimos cómo un jugador del equipo italiano incitó a Zidane, jugador, capitán y líder indiscutido del equipo francés, a reaccionar agresiva y violentamente, perdiendo así el equipo un jugador, su líder y su capitán. Esa actitud del jugador italiano es frecuente entre los deportistas, ellos saben y planean a quién tienen que desestabilizar, y lo hacen. Se ve en el boxeo y en la Fórmula Uno. El resultado final suele ser que el provocador se convierte en la víctima y el reactor en vil victimario.

Tenemos que entender que hay muchas formas de incitar a la reacción violenta, pero debemos ser más ponderados, prudentes y por tanto medir más las consecuencias de los actos que realizamos. La sindéresis debe regresar a todos. El Papa tiene razón, los actos de agresión y provocación terroristas y la retaliación no son justificables de ninguna manera.

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