Inseguridad (III)
(Artículo de opinión publicado el día 26 de mayo de 2006 en el diario El Nacional, página A-9)
La violencia es causa de inseguridad. Pero no siempre identificamos la violencia como tal y mucho menos qué, quién o quiénes la generan y la conducen.
Con frecuencia, aun siendo víctimas de violencia no nos vemos ni nos sentimos así, ya que es difícil, por ejemplo, asociar los malestares e injusticias sociales, las carencias económicas y la ausencia de bienes y servicios públicos, como manifestación de violencia gubernamental. Pues para muchos de nosotros, el manto protector del estado no es ni puede ser identificable como responsable de la actitud manipuladora y doblegadora de voluntades que constituye la violencia deprivadora y postergadora en contra de la población. Tal paradoja pierde su sentido cuando entendemos la abismal diferencia entre estado y gobierno, resaltando entonces ante nuestros ojos la cualidad de intemporal de uno contra lo puntual y pasajero del otro.
La sordera del gobierno y sus acciones desconectadas de las necesidades reales del individuo y de la sociedad, así como la actitud de culpar a otros de los males sociales y de no defender el derecho al trabajo y la protección del salario, la redistribución desigual de las riquezas del estado y la ceguera parcial y acomodaticia ante la impunidad y la corrupción, son también actos de violencia extrema y como tal deben ser entendidos.
También la manipulación política puede hacer que lleguemos a creer que la violencia que nos acosa es consecuencia de nuestra actitud; algo así como pensar que somos los responsables de la violencia que sufrimos o sufre la sociedad en la que vivimos. Incluso pueden inducirnos a creer que es una autosanción por no haber sido ni tan buenos, ni tan humildes, ni tan revolucionarios como otros pensaron que debíamos ser. Además, no importa que tan cercana o lejana en el tiempo esté nuestra actuación ciudadana, siempre seremos cuestionados si no estamos amalgamados y sumisos o embarrados con el ente aglutinante de los actores de la violencia.
En Venezuela, además de lo dicho, hemos padecido ultimamente otro tipo de violencia: cuando el gobierno se ha negado a reconocernos como individuos y ha recurrido al infamante expediente de exigirnos demostrar quienes somos, con testigos, aparatos captahuellas y exigencias de procedimientos formales no establecidos por la ley, para autenticar nuestra identidad, firma y capacidad para asentar nuestra opinión electoral; presumiendo la intención de dolo por parte de los electores.
Aquella parte de la sociedad que está todavía asociada al gobierno y que, obviamente, trabaja para el estado, en un acto de complicidad ha hecho uso de la información privada y secreta que constituye las firmas de un referendo revocatorio y la lista de votantes en diciembre de 2005, para, en el primer caso, despedir, no comerciar, no acceder a derechos económicos, legales y personales, o no emplear a aquellas personas que firmaron el revocatorio y, en el segundo caso, para hacer lo mismo con quienes se abstuvieron de votar.
La inseguridad generada por ese flagelo permanente y a veces invisible que es la violencia política y la gubernamental, es sólo comparable con la angustia y el temor desatados por las guerras, con su oleada incesante de destrucción, migraciones, privaciones, expropiaciones, desaparecidos, heridos, muertes, hambre, dolor y miedo.
En estos tres artículos sobre la inseguridad (El Nacional 30 de junio, 12 de mayo y hoy), he tratado de presentar una visón global de la inseguridad que vivimos en nuestro país como estrategia planificada por un gobierno más interesado en obtener poder que en utilizarlo en bien del pueblo. La carrera belicista, el prodigalismo, la politica exterior dispendiosa y manipuladora, y el populismo espasmódico sin continuidad posible, junto con la palabrería demagógica e incumplible, pero reforzadora de viejas y nunca satisfechas ilusiones y necesidades del ciudadano, son fuente de resentimientos, temores y honda frustración, para el venezolano.
Como contrapartida propongo no desanimarnos, no desesperarnos y perseverar. Ya lo dijo Unamuno: ?Para consistencia, resistencia; para subsistencia, asistencia; y para existencia, insistencia?.
Insistamos pues en nuestras ideas, asistamos y colaboremos con nuestros semejantes y las instituciones que nos representan o puedan representarnos y, siendo congruentes con nuestras ideas, seamos consistentes en nuestras acciones, resistiendo los embates desestabilizadores de las políticas amedrentadoras y violentas de un gobernante y su grupo, que son irrespetuosos y agresores del ciudadano libre y autónomo en su pensamiento y en sus acciones.