Testamento de Judas
Los venezolanos somos temerosos de Dios y lo amamos. Le tememos tanto que por todas partes siempre está apareciendo una nueva Virgen o un nuevo santo que interceda por nosotros y al que pedirle, pues, directamente, no nos atrevemos a hacerlo, quizás por que nos sentimos culpables de cierta banalidad en nuestra vida espiritual y no somos tampoco muy cumplidos ni muy comprometidos con nuestro cristianismo.
Nuestro amor a Dios en la figura del Sagrado Corazón o Cristo, es muy grande, pero más aún es nuestra devoción a la Virgen, en cualquiera de sus presentaciones. Esa devoción local y nacional es tan fuerte que se cuenta que en alguna oportunidad un recordado obispo llevaba a la Virgen de Coromoto en peregrinación por toda Venezuela, pero en uno de los viajes en avión se presentó una tempestad y el obispo, que era devoto ferviente de la Virgen del Valle, como buen margariteño, dicen que empezó a rezar en voz baja: ?Virgen del Valle salva a la Virgen de Coromoto?.
En todo caso, en Venezuela, las festividades religiosas siempre han despertado una devoción muy especial y multitudinaria.
Costumbres tenemos que ya ancestrales siguen en aumento. Aunque ahora hay menos procesiones que antes, las actuales son más voluminosas, más impresionantes y más atrayentes. Se ve menos gente en rituales del tipo del Via Crucis, pero las visitas a los templos, las penitencias, las velaciones y las misas por semana Santa, se multiplican. La búsqueda de las palmas fue tan multitudinaria este año, había tanta gente, que hubo dificultad para bajar del Ávila. La gente no cupo en las Iglesias y los parlantes permitían que en la calle los feligreses escuchasen las homilías.
Es cierto que a casi todos nos ha invadido la tristeza esta semana Santa, tenemos muy presente el duelo por tanta gente buena e inocente fallecida en este último mes. Pero también estamos triste por ver lo que todos vemos: como se deteriora nuestra nación, ante nuestros ojos y como aquellos que fueron elegidos para hacernos una nación digna, grande, fuerte, generosa y poderosa, nos han venido convirtiendo en una nación temida, esquivada, obsequiosa, beligerante y cada vez con más dinero pero más empobrecida.
Otra tradición que no fleja ante el embate de los cambios y la represión gubernamental es la de quemar a Judas y su testamento. En todos los lugares de Venezuela vemos los Judas de trapo, paja seca, papel y cartón, la gente aprovecha para recoger dinero y celebrar la quema que harán el próximo domingo de resurrección, en piras públicas, a lo largo y ancho del país, pero antes de quemarlos leerán el testamento de Judas, cada uno diferente.
Los testamentos suelen tener más o menos el mismo sentido: dejar porciones de la supuesta fortuna de Judas, o al menos algunas de las infames treinta monedas, a algún personaje público nacional o local que no haya vivido a la altura de las expectativas que sobre él se tenían, o que, simplemente, haya defraudado a la comunidad, También se suelen develar conflictos, malos comportamientos, infidelidades y se airean los rumores. En definitiva, ser heredero de Judas es poco menos que pagar un infiernillo local, no es, obviamente, ningún honor y puede ser una picota. Sobretodo si en vez de ponerle al muñeco el nombre de Judas se lo cambian por el de aquel personaje que consideren tan maluco y traidor como Judas.
Generalmente el testamento es escrito en verso, en forma de coplas o parecido. Otras veces es una prosa con ritmo y rimas. Suelen tener un tono jocoso, alegre e irónico. La burla es obvia.
Hoy, no le cambiaremos el nombre a Judas, aunque sobran candidatos. Recordemos que Judas traicionó a un hombre, aquí los tenemos que traicionaron a muchos millones.
Judas era pobre de solemnidad, tanto que fue tentado por treinta monedas de plata, por tanto debemos suponer que esa era su fortuna y, francamente, treinta monedas son, a una por cabeza, muy pocas herencias. ¿Sólo treinta merecedores? Poca gente, son demasiados los herederos en justicia, les daremos a un céntimo por cabeza y así heredarán 3.000 personajes públicos nacionales y locales, de la política y el gobierno. Pero no los nombraremos. Haremos como los prestidigitadores, dejaremos a la imaginación de los lectores la entrega de cada ignominioso céntimo, en la mano de cada uno de los herederos de Judas.
De esa lista de herederos se salvarán, espero, los asesinos, los rateros, los criminales confesos y otros seres que reconocen y aceptan sus errores y maldades, hayan o no prometido que se enmendarán.
En esa lista estarán aquellos personajes que prometen y no cumplen, que ordenan y no ejecutan, que dicen y no creen en lo que dicen, y aquellos otros que sólo hacen lo que les dicen, que no miden las consecuencias de sus actos, que ven el dolor, la injusticia, el abuso, el delito, el nepotismo, la desidia y otros males, y permanecen imperturbables, incólumes, fríos y distantes, ante la desgracia popular del venezolano.
Son demasiado nombres para un testamento breve que no pudo salir jocoso, ni irónico y menos aún alegre. Pero esos son los tiempos que corren. No es que estemos tristes por Judas. Es por que a casi dos mil años de su traición, hay todavía quienes le imitan.