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viernes, 31 de marzo de 2006

Arrogancia, altanera y beligerante

(Este es el artículo de opinión Nº100 archivado en este blog. Fue publicado por el diario El Nacional el día 31 de marzo de 2006, en la página A-9)

Mucho, de algo bueno y deseable, puede ser excesivo. Por ejemplo, mucho buen licor puede ser causa de una borrachera monumental que, a su vez, termine siendo motivo de desagrados con amigos, vecinos, familiares o autoridades. Algo de arrogancia y de combatividad, son una buena y deseable combinación, pero mucho de ambas puede ser peligroso.

Actuar de forma arrogante no siempre es malo ni objetable. Con frecuencia nos encantamos con personajes que son valientes, briosos y muestran esa gallardía envidiable que hace pensar que han salidos airosos de las batallas, antes de haberlas dado. Hay personas a las que cierta altanería y un dejo de soberbia les cuadra las esquinas y les hace más aceptables al sentido de las proporciones deseables del carácter. Un buen ejemplo fue Simón Bolívar. La historia recoge otros personajes con semejantes atributos: Napoleón Bonaparte, Charles De Gaulle, Douglas MacArthur y varios más que dejo a la memoria del lector.

Arrogancia, como calificación de la actitud de una persona, es aplicable no sólo a quienes muestran valentía, arrojo o gallardía, también lo es, y más apropiadamente, a quienes se muestran altaneros y soberbios, aunque lo disimulen con falsa modestia, con manifestaciones de aparente generosidad y actitudes de supuesta paciencia y tolerancia con los demás -lo que llaman, perdonavidas.

Así mismo, es arrogancia la falsa condescendencia con abundantes explicaciones, a cual más degradantes, pero disfrazadas con voz pausada, tono neutro y volumen bajo, en actitud paternalista y supuestamente orientadora, como predicador salvando meretrices en un lupanar.

Un buen ejemplo de ese transitar por la arrogancia sin querer darse cuenta de la influencia que tal actitud ha tenido sobre los demás, es el Rector presidente del Consejo Nacional Electoral. Pocas dudas tengo de que más contribuyó su actitud a la desconfianza de los venezolanos en el Consejo Nacional Electoral y en el Registro Electoral, que la suma de todas las fantasías, inventos, suposiciones y verdaderas trampas que se hallan podido hacer. El no querer continuar como Rector y su renuncia a elegirse, son más que comprensibles. Su labor está completa. Ahora, supongo, irá a destinos más fructíferos y menos desestimulantes de la actitud pública.

Ciertos personajes influyentes, en ejercicio de alguna función pública, a veces se pasan de arrogantes y su actitud les lleva al descrédito, a la desconsideración y hasta a la descalificación de sus acciones. La situación se pone más difícil de calibrar cuando esos personajes arrogantes se ponen además beligerantes y tienen poder militar.

Beligerante, en su acepción personal de combativo, es una cualidad a veces deseable que esperamos demuestren algunas personas y más aún en política y por supuesto en la guerra. Así, podremos reclamar a un líder que no halla actuado de forma combativa y ?se deje comer el rancho? o a un negociador que se halla dejado ?poner la pata encima?.

Otro asunto es cuando esos personajes, en su afán de movilizar y liderar multitudes, se regodean en crear un clima de guerra: primero, con el uso de palabras que implican agresión y maltrato; luego, con la definición de actitudes defensivas contra un supuesto y amenazador invasor y, por último, con el estímulo y generación de agresiones orquestadas, propuestas de ataques armados, demostraciones de poderío militar y compras de armas. Clima beligerante que estimula a la agresión. Así pasó hace unos días con el embajador de los Estados Unidos, que fue agredido por una turba callejera en San Juan de los Morros; un par de días antes el Presidente Chávez, en su show político proselitista dominical, había descalificado y ridiculizado al Presidente Bush.

Esa combinación de arrogancia y beligerancia excesivas es terrible. Los ejemplos sobran, pero citemos al menos a: Hitler, Saddam Hussein, George Walker Bush y Hugo Rafael Chávez Frías.

Cuando a ese panorama de personajes en actitudes beligerantes, derrochando altanería y soberbia, se le suman la incontinencia verbal y la búsqueda indiscriminada de centimetraje comunicacional, junto al apoyo y reconocimiento de los otros excéntricos y extravagantes personajes de la política contestataria y anárquica que en el mundo hay, por ahora; tenemos entonces un peligro real, casi inmediato, de conflagración bélica entre nosotros (muy probable), hacia nosotros (poco probable) o de nosotros contra los demás?

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