Reconciliacion (I)
(Artículo publicado en el diario El Nacional el día 20 de enero de 2006, en la página A-8)
Iniciar la reconciliación entre los venezolanos como propósito para el 2006, está en la mente y en el ánimo de muchos. Algunos haremos lo posible por demostrarlo, otros, temerosos de la pérdida de poder que puede representar el cambio de actitud, simplemente no lo harán, por ahora, aunque lo deseen.
La reconciliación, en primer lugar, no implica la aceptación pasiva de las acciones de los demás, sean quienes sean, del gobierno o de la oposición. De hecho, lo mejor que nos puede pasar es tener una oposición activa, vibrante, bien definida, defensora del individuo y de sus circunstancias, respetuosa de los servidores públicos y orgullosa de las instituciones oficiales y de los logros políticos y sociales; pero exigente, insatisfecha, creativa, innovadora y vigilante.
La reconciliación no consiste en asistir, como corderos, a esos monólogos interminables que los oficialistas llaman diálogo y que intentan imponer como recurso generoso, cuando en realidad son reuniones entrabadoras y propagandísticas.
La reconciliación no es acusar y acusar, descalificar y descalificar, en una cadena infinita de quejas y denuncias. El que tenga pruebas de algo mal hecho debe ir a los tribunales, de una vez, y si no lo hace, es preferible que invierta su energía y voluntad en seguir adelante con su vida y con el proyecto de todos de construir y reconstruir este país.
Reconciliación es que volvamos a ser amigos.
Reconciliación es que unamos nuestras voluntades para luchar y construir aquello que queremos.
Reconciliación es que amemos y mostremos nuestro afecto por nuestro país y por los venezolanos, sean de la ideología o tendencia política que fueren.
No se puede reconciliar una sociedad que siente que sus líderes son agredidos constantemente con críticas acerbas y descalificados con burla y sarcasmo. La ironía que puede desplegar la retórica propia de la oratoria política, no puede ser un lanzazo mortal al honor, la dignidad, el decoro y personalidad del individuo, como es el caso cuando se utiliza el sarcasmo descalificador, hiriente y maledicente, para referirse al oponente, o la cínica invitación a un diálogo que no se dará jamás.
No puede haber reconciliación cuando hay gobernantes que creen saber, y así lo dicen, qué es lo ?políticamente correcto? para hacer o decir. La expresión de las ideas y de las intenciones sociales, políticas o del tipo que sean, es un derecho, no es un privilegio que nos conceden los gobernantes o los líderes y, por tanto, las únicas regulaciones pertinentes son: el sentido común, la decencia, las buenas costumbres y el respeto por la verdad y por los seres humanos en su totalidad. No es aceptable de nadie y menos de un Presidente, que crea que puede imponer o solicitar a otros una forma ?correcta? de expresarse en un discurso político o religioso, o en un dibujo caricaturesco.
Acabamos de presenciar la victoria de un líder socialista en Chile. La Sra. Bachelet es un ejemplo de socialista constructor y reconciliador. Con una historia de sufrimiento y resistencia ante las adversidades, se ha batido en buena lid y ha captado la mayoría de los votos. Pero en otras partes no es así.
Pareciera que algunos gobiernos supuestamente socialistas, utilizan como recurso la jaquetonería, el cinismo, el desprecio por el opositor y el autoritarismo. No es sólo en Venezuela.
En España están pasando por algo similar a lo que estamos padeciendo aquí: la vuelta a lo superado, revolver lo sedimentado, soliviantar a quienes mantienen la seguridad, pactar con el enemigo sin haber construido la paz, profundizar la brecha política y maltratar al oponente político con burda ironía. La dirigencia en nuestras naciones se regodea en lo que suponen un fracaso para la oposición y un triunfo para el gobierno. ¿No se dan cuenta de que un triunfo político y populista del gobierno, puede significar un desastre futuro para una nación que se ha mantenido unida con lazos que pueden soltarse por detalles y deberían más bien constituirse en sólidas y permanentes uniones? Populismo sin sentido, por el solo hecho de conseguir los votos, es decir el poder, es terrible. España sabe, tanto como lo sabemos nosotros, de pronunciamientos, levantamientos y guerras civiles. Allí han tenido varias, aquí también. Tenemos en Venezuela 103 años de paz, a pesar de algunas escaramuzas, en España llevan sólo 67 años. Evitar que la oratoria inflamada y populista incite a la fuerza bruta, a la dominación dictatorial y al dolor social, familiar y personal, es un imperativo que justifica la reconciliación, una vez más, allá y aquí.