Presos hasta el 2021
Quince años, once meses y cinco días de prisión es lo mismo que preso hasta el 2021. Coincidencia poco feliz y nada extraña.
¿No les parece raro que la sentencia a Ortega sea tan similar a la del resto de los venezolanos? Los conciudadanos venezolanos estamos condenados, según el comandante Chávez, hasta el 2021. Algunos pasarán estos años en prisión y otros en sus casas, pero todos dentro de la enorme cárcel en que se ha convertido este país.
No hay sorpresa, estoy seguro, ante la aseveración que he hecho de que vivimos en una enorme cárcel: sabemos que es así. Obtener un pasaporte es una odisea imposible. Por supuesto que se puede sobornar a alguien, pero es igual, el soborno sólo es posible para algunos. Los mejores ejemplos de las prisión geográfica en que se ha convertido Venezuela, son Caracas, el estado Vargas y Mérida.
Salir fuera de Caracas o venir a visitarla es una ordalía. La ciudad es un inmenso valle cuyas salidas y entradas están en peligro de derrumbe constantemente y las vías alternas son engorrosas y peligrosas por la misma razón de los derrumbes, además de la alta peligrosidad criminal que se desarrolla en los barrios aledaños a esas carreteras. Por supuesto siempre nos queda la posibilidad de salir y entrar por helicóptero o aviones pequeños. ¡He ahí la importancia de La Carlota!
Vargas está casi aislada del resto de Venezuela, pero obviamente está conectado con el resto del mundo a través del aeropuerto de Maiquetía y del puerto de La Guaira. Almacenes atiborrados de productos importados, cargas felices de otros países que reciben nuestros abundantes petrodólares a cambio de poco o de nada.
Mérida y otros pueblos y ciudades de las montañas andinas, en abandono de prevención y mantenimiento, ven tan cercano como Caracas su futuro y dramático aislamiento.
Por supuesto que Maracay y Valencia tiemblan de emoción ante la posibilidad casi inmediata de ser, de nuevo, capital del país. El aeropuerto internacional que servirá a la nueva capital, puede ser Palo Negro. Didalco la pegó de la pared. Puerto Cabello podrá sustituir a La Guaira. Acosta subirá en su propia estima. Lo que tienen que hacer es sentarse a esperar, que de que viene la ola de riqueza y bonanza, viene.
Véanlo así: después de cinco años Vargas apenas ha mejorado. Ruinas históricas, desencanto popular, riqueza imposible de compartir, progresivo empobrecimiento. Aeropuertos, puertos, clubes, balnearios, comercios, etcétera, tan vacíos como almacenes llenos de productos que no podrán llegar a sus destinatarios. Contradicciones de la ineficiencia y la palabrería apabullante, la falta de inversión, prevención, mantenimiento y el muchísimo dinero mal empleado, regalado, botado y almacenado para nada. Resultado infeliz de creer que saben lo que están haciendo, cuando en realidad están improvisando.
Para seguir con el argumento de la enorme cárcel geográfica, no tenemos más que mirar alrededor: las casas y los edificios rodeados de muros altísimos, cercas electrificadas, cámaras de televisión, botones de pánico, alarmas sofisticadísimas en autos, casas, comercios e industrias, vigilantes privados por doquier, policías ausentes y si les llamamos o avisamos, más ausentes; asesinatos cada hora, robos, atracos, hurtos y otros delitos cada minuto, insultos, agresiones y trasgresiones legales y abusos, cada segundo; salir a la calle es una aventura peligrosa; andar armado es una incitación a la muerte, andar desprevenido, ingenuo, despreocupado y feliz es incitación al robo, al engaño, al fraude y al abuso. Quejarse y denunciar no sirve para nada, no quejarse y no denunciar, que sirve aún menos, es lo que hacemos. ¿Para qué la denuncia, para qué la queja? Es la pregunta respuesta habitual.
Votar, firmar o proponer ideas políticas, es riesgoso. Hacer huelga, dirigirla o coordinarla, es ahora un delito penado con la cárcel y sancionado con la espera del 2021.
¿Es o no un penal inmenso nuestro amado país y, particularmente, nuestras otrora atractivas ciudades?
El consuelo es que Ortega va a estar más cuidado y protegido que quienes andamos por la calle. Por eso Sr. Ortega, no se sienta usted mal, piense que el magnánimo poder del estado decidió cuidarle y protegerle de estar en la calle y en la palestra pública. Yo no estoy mejor que usted, sólo que se supone que no me debo dar cuenta, pues si lo hiciere, sentiría el inmenso dolor de estar preso en una jaula de petrodólares.