Partidos abatidos
(Artículo publicado en el diario El Nacional el viernes 9 de diciembre de 2005, en la página A-13)
Simón Bolívar vivió tensiones muy fuertes y constantes en los dos últimos años de su vida. En septiembre de 1828 trataron de asesinarle. En el 29 terminó la guerra con el Perú, pacificó la región del Cauca y todo el año estuvo padeciendo de los embates políticos suscitados entorno a la propuesta de asumir la jefatura de una monarquía, que siempre rechazó. De hecho, la convocatoria de la Asamblea Constituyente o "admirable" como él la llamó, fue consecuencia directa de su negativa a perpetuarse en el poder, a ser monarca y a seguir conviviendo con la descarnada, sucia y artera política en Colombia y Venezuela.
En Venezuela, nos estábamos portando mal, no sólo se le insultaba y vilipendiaba, también se propuso expropiarle sus tierras, las minas y otras propiedades, lo cual le mortificó mucho, pues lo dejaría en la miseria una vez se cancelasen sus compromisos políticos y de mando civil en Colombia y no percibiese más salarios.
En 1830 sintió que ya no tenía sitio donde estar, en Colombia no quería y en Venezuela no debía; meditó profunda y largamente acerca de emigrar y finalmente decidió hacerlo. Veía la traición en cada noticia y se angustiaba ante los vituperios e injustos juicios que sobre su persona y poder político, emitían sus adversarios y algunos que le habían profesado amistad eterna.
Fueron dos años de frenética actividad ante peligros esquinados y traiciones a media noche, víctima de indecisiones y búsquedas de reencuentros políticos y con la tenaz y honesta actitud del líder serio y responsable que siempre supo ser. Fue la época más intensa y angustiante de su vida, con un debate constante entre las exigencias de la política, su sentido común, su probidad y su ya delicada salud. Debate tan terrible que le convenció de una vez por todas de las bondades de la carrera militar en comparación con el retorcimiento moral de la política, para la cual no creía estar hecho, pero tuvo que practicar con éxito relativo y honestidad por 20 años. Lucha interna y dolorosa que le permitió decantar en pocas palabras sus torturantes pensamientos sobre el futuro político de nuestros pueblos americanos.
Bolívar, en su sabiduría y exquisita percepción, previó el futuro cuando el 20 enero del año de su muerte, dijo, en la instalación del Congreso Admirable: "Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y al fin no existiría". Convencido plenamente de lo innecesario y absurdo que es al espíritu generoso y dedicado saberse necesitado como sostén y pieza clave en la estructura del estado, que por definición debe ser autónomo e independiente y por tanto distante de cualquier atadura. Sabía bien lo inadecuado, egoísta y explotador que resulta el convertir un país en un predio ideológico personal. Naciones alrededor de un individuo son el equivalente a necesidades creadas y manipuladas por ese individuo. Es la corrupción más completa, pues incluye la aceptación no cuestionada del poder omnímodo, la repartición de bienes y prebendas según criterios utilitaristas, el desprecio del adversario político y el sometimiento por la fuerza de la disidencia.
En ese mismo discurso de apertura de la constituyente, en renglón seguido, define como debía ser el Jefe del Estado o Magistrado, como era costumbre llamarle en esa época. A tal efecto dice: "El magistrado que escojáis será sin duda un iris de concordia doméstica, un lazo de fraternidad, un consuelo para los partidos abatidos".
Pocos son, sin embargo, quienes cumplen esas buenas condiciones humanas para ser magistrado y muchos quienes se encuentran abatidos por la fuerza de las circunstancias, al haber tenido que recurrir al doloroso y difícil expediente de poner en peligro de extinción las agrupaciones políticas que fueron su motivo de lucha y desvelos por muchos años, que representaron una opción ideológica con sentido de pertenencia y solidaridad de grupo y que hoy son sólo el probable germen del ritornelo político que representa la estructura bipartidista con tendencia alternante al relevo del poder.
Pareciera que hoy el poder está disociado de la concordia, del respeto por la disidencia y ha perdido la capacidad de ser bálsamo y consuelo para quienes, por la razón que sea, no le han apoyado. Las minorías no se sienten representadas, las fuerzas opositoras no son respetadas y ahora no tendrán paladines parlamentarios, ni las minorías ni los opositores.
He ahí las funciones que le tocarían cumplir a un Jefe de Estado y a un parlamento deliberante y por las cuales se harían merecedores de nuestro respeto, consideración, aprecio y admiración.