Soplón, común y corriente
Poder aliviar y curar son aspiraciones esenciales de los seres humanos. De hecho, hay quien dijo que lo que nos diferencia del resto de los seres vivos, es que los humanos tomamos medicinas. Pero esa actitud también define a un tipo de seres humanos: los que mandan las medicinas. A quien prescribe medicamentos se le suele llamar brujo, chamán, piache, curandero o, más corrientemente, médico.
La función del curandero, sea cual fuere su origen, es doble, por un lado asistir al enfermo en su padecimiento físico, intentando su alivio y curación y, por otro lado, asistirlo en su desgracia personal, prestándole la atención que requiere y oyéndole sus cuitas y desesperanzas. Saber vivir sólo se aprende viviendo. Saber morir, sólo se aprende, agonizando. En vivir y morir, saber es tener paz y esperanza y lograrlas es la tarea de la vida. Ayudar en esa tarea es función especial de médicos y celebrantes religiosos. Una parte especial de esa tarea la ha aceptado como función la psiquiatría: aquella que se relaciona con las alteraciones del afecto, el pensamiento y de la conducta, cuando no se aprecia una causa que los explique. Lo que solemos resumir diciendo que la psiquiatría se ocupa de las enfermedades de la mente.
También la psiquiatría se ha ocupado, por extensión, de las alteraciones de la conducta social y aunque no es específicamente de su competencia, algunos psiquiatras han hecho interesantes apreciaciones y aportes, como por ejemplo en la salud mental.
Ese contacto con la miseria humana y a la vez con ese prodigio ignoto que es la mente, ha llevado a algunos psiquiatras a desarrollar un sentido humanitario, social y político de gran sensibilidad. Hay muchos psiquiatras y psicólogos dedicados al servicio público en el ámbito de la política. Algunos han sido famosos y pagaron con su vida el éxito de sus ideas políticas, como Salvador Allende en Chile. Otros, como Jorge Rodríguez, también famoso, son pagados por sus ideas políticas.
Penetrar la sociedad con la figura del médico es un medio seguro para el éxito político. Esa no es una novedad inventada por Fidel Castro en Angola, en Venezuela o en Brasil. Ya lo decía en 1933 el Mariscal Lyautey, conquistador y pacificador francés del Marruecos moderno: "el médico, si entiende su papel, es el primer y más efectivo de nuestros agentes de penetración y pacificación."
Alguna vez han sido usados los médicos, los psiquiatras y los psicólogos, con la finalidad de extraer información o para doblegar voluntades, tanto por sus habilidades interrogativas como por sus conocimientos farmacológicos y su educada percepción de los límites de la resistencia humana. A esos procedimientos de tortura y vejación, se les ha opuesto el rechazo unánime de la profesión médica en todo el mundo.
Lo que si es una novedad es la utilización de la calificación de "médico psiquiatra" para fines de penalización y represión política, como aval de veracidad y probidad. Es decir, por el hecho de ser médico psiquiatra, la credibilidad y confiabilidad del personaje está garantizada. Yo, y todos los médicos psiquiatras sabemos que somos así, confiables y creíbles. Esa es la base moral de nuestro quehacer. Pero nunca me había topado con el hecho fehaciente y brutal de que alguien pretenda convencer a la sociedad, de que por calificar a alguien de "médico psiquiatra", su palabra sea entonces ley, veraz, indudable, no cuestionable; infalible. Bueno, ni que fuera el Papa.
La psiquiatría es un ejercicio médico individual, de persona a persona e íntimo. La extensión popularizada o colectiva de las condiciones del trabajo psiquiátrico no pueden ser endosadas a la acción de un soplón o un informador penal. Si el psiquiatra resultase ser una persona que se ocupa de esos menesteres, tendría que aceptarse su palabra como persona, pero no le brinda ninguna calidad especial su profesión de médico psiquiatra.
En otras palabras, así como el hábito no hace al monje, tampoco el título hace a nadie lo que allí dice. Menos aún si tal título no es verdadero.
Es probable que la intención de quien intenta convencer a la opinión pública de que el informante que dice ser médico psiquiatra, es contundentemente veraz y confiable, en realidad pretenda algo diferente. Quién sabe si no es una venganza personal, o que se esté dejando engañar por que le conviene, ya que después de un año de pesquisas, resulta que no tenían nada ni nadie concreto para culpar o explicar. Quizás no han mirado debajo de la alfombra o alrededor. Quizás no han querido oír, ni ver y han estado esperando que alguien, entusiasmado por el clima que se vive en Venezuela, viniera a contarles la verdad que ellos querían escuchar.
¿Quién sabe?
Lo cierto es que el individuo que se dice médico psiquiatra colombiano paramilitar e infiltrado de la policía y espía contraespía, ha implicado, en una narración novelada, a un puñado de personas, cuya sola mención nos asombra y llena de incredulidad. Pero también asombra la ingenuidad con la cual se justifican y explican las inconsistencias e incongruencias que narra el mencionado testigo protegido. No tiene que justificar sus aseveraciones, el propio Fiscal lo hace por él: si no cuadran las fechas de las reuniones o los sitios en que estaban los indiciados, es por que dejaron en sus lugares de origen unos dobles y la prueba es que en la reunión en Panamá, los militares llevaban plaquitas con sus nombre y el señor mayor de negro una cruz colgada del pecho. Ya está. Cerrado el caso. Probado el punto.
En fin, como dice el pueblo llano y franco: tanto decís, que creo que mentís.