Frustración
(Artículo publicado en el diario El Nacional el viernes 25 de noviembre de 2005, en la página A-12)
Pocas veces he sentido frustración, hoy es una de ellas. Hasta ayer sentía incertidumbre acompañada de esperanza. La expectativa de ver cambios en la oposición me mantenía entusiasmado y muy interesado en seguir pulsando la opinión de amigos y conocidos. La proporción de amigos que habían decidido no votar era baja. Ahora no. Son muchas las personas que no van a votar, unas porque confunden el 350 con no votar, otras porque sienten que su voto avalaría o legitimaría al CNE, otros por que no saben por quién votar y los más, por desinterés, desidia o abandono de la lucha política.
Lo peor, es que uno de los argumentos más frecuentemente escuchados es el de que hasta en el oficialismo hay disidencia y algunos de los grupos del chavismo tampoco van a votar, lo que rematan los adalides de la oposición con la frase lapidaria: "¿Si ni ellos creen en el CNE, vamos a creer nosotros?"
Ya no encuentro argumentos para inducir a los amigos a que vayan a votar. Toda sugerencia amistosa y razonada es enfrentada con un argumento emocional y aparentemente racional, que dibuja más la frustración del individuo que su conocimiento de la política y del ejercicio de sus derechos.
Las posiciones de dignidad amenazada, adoptadas por algunos, terminan siendo un juego solapado para no enfrentar el reto de ir todos a votar y obligar de esa manera a quienes quieran hacer trampa, a que la hagan. Al no votar no es necesario hacer trampa, no es necesario mover un dedo criminal, no hay responsabilidad penal en el fraude, porque no hubo tal fraude, el fraude lo perpetró el no votante, el único y verdadero responsable.
El oficialismo lo único que tuvo que hacer es pescar en río revuelto: sugiriendo al oído lo que se quiere escuchar, la maledicencia inductora de la supuesta dignidad ofendida. El resultado es que las personas llegan a creer que al no votar obligan al reconocimiento por parte del gobierno y de los extranjeros, de que una parte importante de la población no acepta la ilegitimidad ni la falta de transparencia de las elecciones. Verdades sí, pero que no se prueban al no ejercer el derecho al voto.
Votar es un derecho inalienable.
Los derechos no se renuncian, se ejercen. El CNE es una oficina que debería representar la seguridad del ejercicio de la democracia a través de las elecciones. La institución es la democracia, las elecciones y por tanto el voto, no el CNE, por eso lo llamamos oficina. Es en una oficina donde puede instalarse la corrupción, la manipulación y el fraude, no en la institución que es sólo un concepto.
Por eso lo adecuado es ejercer el derecho y si alguien lo tuerce, lo tergiversa, lo anula, lo modifica o lo que sea, será responsable de fraude, pues ese es un acto criminal. Jamás tendremos una oficina responsable, limpia y transparente en el manejo y gestión de las elecciones, si no podemos exigirles, debemos ver los resultados en el manejo del voto para poderles acusar y procesarles, no debemos, simplemente, seguir acusándoles sin acumular más pruebas y al no votar no habrá prueba alguna.
Me frustra saber que a mi voto no le van a acompañar los votos de todos los venezolanos, sólo estarán los de quienes me adversan y, francamente, no me hace nada feliz pensar que los demás le hicieron el juego al oficialismo y este ganó, sin más, por que ni trampas tuvieron que hacer.
Para mí, que he aprendido a esperar, que no me atoro con el futuro y que sé que la justicia tarda pero llega, ganar o no ganar un escaño en la asamblea en este momento no es primordial, aunque sería muy útil. Es esencial jugar el juego de la democracia, con entereza y constancia, con dedicación y a sabiendas de los sacrificios que ello implica. No me dejo amedrentar ni acepto que nadie me diga que hacer con mis derechos o me induzcan a no cumplirlos.
¡Qué lástima! Pensé que era una jugada política maestra la de decir que no iríamos a votar y así estarían tan seguros los oficialistas, que no necesitarían programar trampas ni hacer fraude con las máquinas o con los números. Luego, en el último instante, votaríamos todos y acallaríamos con votos opositores la ostentación impúdica del poder que desde ya luce la Asamblea y el Gobierno. Se caerían por su propio peso todos los proyectos jaquetones, irrespetuosos y apabullantes, que nos quieren imponer por la fuerza de la mayoría parlamentaria.
Pasarían las minorías a poder exigir el respeto y consideración que en todo régimen democrático parlamentario, se les otorga y ¿quién dice que las minorías, después de las elecciones parlamentarias, no puedan ser las mayorías de hoy?