El voto no es secreto, por ahora.
Por las noticias nos hemos enterado que se pudo demostrar, al fin, que el voto electrónico en Venezuela, no es secreto. A mi, al menos, no me ha extrañado esa demostración, siempre lo creí así. Las trampas irán saliendo una a una. Primero saldrán las trampas, luego las trampas para cubrir las trampas y luego los tramposos, sus protectores y como está de moda: los autores intelectuales y financieros del sórdido asunto. Así es que debe ser. Esa es la expectativa que me anima en medio de tanta falta de respeto por las personas y sus esperanzas, y por las instituciones y su eficiente funcionamiento.
Las perversas listas de firmantes y las otras listas que aparecieron de personas afectas o desafectas al gobierno, son una aberración abusiva y un irrespeto a los derechos humanos, a más de ser contrarias a la Constitución. Lo que permitió esa aberración fue la ligereza sesgada del CNE al no objetar como debían el uso y distribución de las listas protegidas del registro electoral permanente, la recogidas de firmas y las votaciones subsiguientes. El irrespeto al individuo fue de tal calibre que el CNE llegó hasta obligar a un número inmenso de venezolanos a probar quienes eran, sin aceptar, como era debido, los documentos probatorios de filiación que son adecuados y previstos por las leyes. Normas y reglamentos por encima de las leyes y la justicia.
Estamos en vísperas de una nueva elección, cuyo resultado ya todos sabemos, pues es el mismo gobierno quien se ha encargado de decirlo y publicitarlo sin vergüenza alguna. Los porcentajes de electores y elegidos ya son de todos conocidos. La conformación futura de la Asamblea ya está estructurada y, a decir de algunos, hasta las leyes y cambios constitucionales ya están en el horno. Poco falta para que se consume la ?fiesta? electoral. De hecho faltan el acto y los actores. Yo soy de los actores e iré al acto, disciplinadamente, a votar. La diferencia estará en que votaré en contra del oficialismo y de la patraña electoral. Iré a decir que no les creo, que no me gustan. Si después cuentan mi voto o no, será asunto de sus conciencias y responderán por sus actos como yo respondo por los míos.
No me importa para nada que averigüen por quien voté. Al contrario me daría mucho gusto y sería para mi un honor, aparecer, otra vez, en alguna lista de votantes contra el oficialismo. Quizá después de votar vaya al templo de mis creencias y ore con mis conciudadanos correligionarios compungidos, en la hora aciaga que vivimos, pero contentos de haber cumplido con nuestras conciencias.
Realmente no hago mayores diferencias entre quienes creemos que debemos votar y quienes sienten que su deber es no hacerlo. Preferiría que todos fuésemos a votar, pero entiendo que no todos piensan como yo, ni otros lo hacemos como ellos. Mis argumentos para votar son fuertes y a veces pueden sonar excluyentes y no integradores, los de quienes no van a votar también lo son. Lo que nos une es la firme creencia en que quienes nos gobiernan nos están maltratando severamente en nuestros derechos, nos engañan, nos abusan como individuos y como sociedad y plantean una Venezuela sólo viable mientras exista la riqueza fácil del petróleo caro; no están generando la riqueza que una nación necesita y están obligando al pueblo al desempleo y a la miseria económica disfrazada, viviendo en una sociedad subvencionada, altamente protegida, mantenida y manipulada por el gobierno.
¿Por qué se han logrado determinar las irregularidades electorales? Claramente, el factor contribuyente de mayor peso es la asistencia, aun exigua, a los actos de votación. También la voluntad de quienes han hecho las investigaciones. Si más personas hubiesen votado en las elecciones anteriores, más indignación habría en la población, más interés en descubrir la falacia y más rápido y contundente habría sido el encontrar y develar los entuertos electorales. Pero mientras más sea el dolor ante lo que pudo ser que ante lo que fue, más difícil será encontrar la verdad y sus necesarios culpables.
Insisto, iré a votar.