¿Juego sucio o árbitro sin credibilidad?
(Artículo publicado en el diario El Nacional elviernes 28 de octubre de 2005, en la página A-13)
El problema principal por el que han atravesado y atravesarán las futuras elecciones en este país, es el de la credibilidad.
Por razones que desconozco, muchos de los dirigentes políticos y gobernantes no han sabido ganarse la credibilidad de quienes se ven o se verán afectados por sus decisiones, liderazgo o gestión administrativa. Un ejemplo dramático es el CNE.
Desde la perspectiva de los votantes, no es posible saber si los sistemas de votación electrónicos son o no confiables, por tanto, la confiabilidad y seguridad de esos sistemas no se puede imponer al público a la fuerza, obstinada y tercamente.
La introducción del sistema electoral electrónico debería haber contado con: primero, la legitimación de quienes lo aplican; segundo, la aplicación estricta de las leyes y reglamentos; tercero, la comprobación inmediata a través de la apertura y contabilización de todas las boletas depositadas y cuarto, el uso repetido de esas comprobaciones en al menos dos o tres elecciones generales nacionales y locales. Ninguna de esas condiciones se ha dado. Ningún observador internacional ha afirmado lo inconveniente de la falta de control manual y el excesivo distanciamiento del CNE del pueblo elector. Las voces de advertencia y crítica del sistema, han sido desdeñadas o no atendidas.
La ira es la respuesta a la incomodidad manifestada por los electores.
No se atiende al elector, se atiende al sistema.
Hace pocos días les fue conferido el premio Nobel en Economía a R. J. Aumann y a T. C. Schelling, quienes han realizado trabajos importantes sobre la cooperación y el conflicto, utilizando los postulados de la teoría de las decisiones interactivas o teoría del juego. Es evidente que la aplicación de algunos de estos conceptos a las acciones desplegadas por el CNE se traducen en que este organismo no ha sabido generar la cooperación del elector ni de las organizaciones políticas, ya que no han realizado "compromisos creíbles", como: aceptar las auditorías propuestas o la apertura comprobatoria total de las urnas; la celebración de futuras elecciones utilizando el sistema electrónico y comprobación manual; la disminución de la incertidumbre a través de la publicación del registro electoral permanente; el refuerzo de la credibilidad en el elector al aceptar su firma en el revocatorio sin la alharaca paranoide y delirante que significó la duda maliciosa y politizada, por encima de la confianza y la buena fe del ciudadano.
Así pues, la teoría del juego, en algunos de sus planteamientos básicos para el análisis de la cooperación y el conflicto, explica la falta de credibilidad del CNE y aunque no define los límites del efecto de la falta de fe en el árbitro, deja abierta la puerta para que consideremos que el juego es sucio, ya que no existe "equilibrio fuerte" al haber imposición, desprecio, manipulación de los electores, falta de definición adecuada ante las figuras casi legales y obviamente inconstitucionales de las morochas, amén de la ilegitimidad de los rectores y la disimulada falta de apego a las leyes y a la Constitución.
A pesar de que el juego no es parejo hay al menos un "equilibrio" -en el sentido de Nash, el profesor alucinado de la película Una mente brillante- y debemos jugarlo, pues la determinación de jugar el juego, de votar, no legitima al CNE, pero sí apoya el sistema electoral democrático. El uso de las instituciones públicas es el único medio de hacerlas crecer y mejorar. Si no hay usuarios, el sistema no se puede perfeccionar, pues desde el cogollo sólo se puede mandar, no perfeccionar el instrumento público, que depende de las demandas, exigencias y planteamientos del usuario, que en este caso somos los electores.
El CNE tendrá que cambiar su actitud y su política de acercamiento. Lo tendrán que hacer, porque la ?asimetría? actual desembocará en juego trancado y eso no lo queremos ninguno de nosotros.
Para contrarrestar esta situación infeliz y desgraciada de no creer en el árbitro del juego que queremos jugar, debemos jugar muchas veces, manifestar nuestro pesar por el irrespeto del que somos objeto y seguir solicitando la elección legal y constitucional de los árbitros.
El juego democrático es un juego de interacciones describibles y definibles, que debe ser arbitrado y observado, pero no orientado ni manipulado.
El árbitro debe tomar las previsiones para que los jugadores jueguen limpio, bajo la mirada escrutadora y vigilante de los observadores y de los facilitadores del sistema.
No puede estar por encima de la voluntad del elector la voluntad del árbitro, eso es aberrante e inaceptable.