Estos tiempos que corren...
En estos días de tanta y tan honda mortificación por el presente y el futuro, oímos con frecuencia preguntas y comentarios como: "¿hasta cuando...?" "tenemos que hacer algo" "yo lo vengo diciendo" "¿nos vamos a quedar con los brazos cruzados?" "hablas mucha paja pero no haces nada" "¿nos vamos a seguir calando esto, así, sin hacer nada?" y otras muchas frases angustiosas, agresivas y lapidarias, la mayoría. A esta retahíla de frases desesperadas se le unen las que tienen que ver con la apreciación de la evolución de la nación en cuanto a pobreza, elecciones, abuso de la mayorías en la Asamblea y otras instituciones, libertades económicas e informativas, propiedad privada, retardos procesales, desamparo judicial, inseguridad jurídica, secuestros, robos, asesinatos, invasiones, falta de respeto a las personas y lenguaje agresivo, soez, abusivo, despectivo y jaquetón. Todo eso acompañado con noticias amañadas, disimulos informativos, compra de espacios e información mediáticos, amenazas y agresiones a los medios, incitación al abuso, al desprecio y, por qué no, a delinquir, ¿o es que las amenazas a la integridad personal, a los bienes, y al digno desarrollo del ejercicio profesional y del trabajo en general, no son delito?
Pienso que sólo el tiempo y el sufrimiento nos ayudarán a salir de esto. Parece una actitud trágica pero es así como reaccionan los pueblos. Puede a veces tardar años, pero sólo cuando el sufrimiento y la desesperanza son parte del diario vivir, cambian las cosas. Chávez no llegó allí de un día para otro. Él, con trabajo y constancia, logró capitalizar el sufrimiento y la desesperanza de las clases populares y convertirlos en rabia, en ira sorda, en revanchismo y en envidia. Volteó la alegría y la pasividad del gentilicio, en lucha de clases, en envidias raciales. Pensábamos que ya no sentíamos odios raciales ni de clases, pero los reavivaron y junto con la rabia se convirtieron en una fuerza ardiente y momentánea difícil de apagar. En eso estamos ahora.
Ningún argumento funciona en este momento.
Quienes tenemos una visión más amplia de las circunstancias y hemos saboreado la estabilidad económica, social y política, probablemente estemos más cerca de saber que hacer, pero a la vez estamos lejos de asumir esos roles de líderes populares y populacheros que la situación exige. Pregúntenme que hay que hacer desde el punto de vista social, económico, filosófico y religioso y lo diré, igual que lo puedes decir tú, amigo lector. Pero desde el ángulo de la política, no sé, ni tú, ni el de más allá, ni siquiera los oficialistas lo saben.
Los del gobierno saben que tienen que hacer cosas llamativas y contrastantes con el pasado, constantemente y mientras más se parezcan a los manifiestos comunistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, mejor. Después de todo lograron el poder, que es lo que cuenta para ellos, en Rusia, Ukrania, China etc... Y después, en Cuba. No importa que las cosas hayan ido mal y hasta Gorbachov lo haya denunciado, ni que los chinos acabaran con el maoísmo. Esas son, aparentemente, fases de la historia de los pueblos. Como el arado de la tierra, que revuelve lo de abajo para encima, hundiendo la que estaba arriba.
En estos días, a propósito de dos series de TV sobre los romanos, pensaba en que Julio César era populista, aunque oligarca de noble cuna y muy rico; además, aún llamándose así mismo demócrata y honesto, compraba curules, tribunos y hasta un pontificado. Amañó elecciones como quiso, traicionó a sus amigos sin que los otros amigos se dieran cuenta, inició la reforma agraria y regaló dinero al pueblo. A través del estímulo a las luchas entre gladiadores, se crearon pequeños ejércitos terribles por su fuerza y temibles por su carencia de lealtades, como no fuera al dinero. Le dio pescado al pueblo, pero no les enseñó a pescar. Les dio pan y trigo importado de Egipto. Hizo sentir fuerte y poderoso al pueblo y lo amaron por que veían en él un dadivoso protector que procuraba para ellos alimentos y diversión. El pueblo no se dio cuenta de que había sido manipulado y que César introdujo con sus acciones y su muerte anunciada un imperio hereditario, dominado por los ricos y poderosos de reciente cuño y algunos tradicionales, adaptados a las nuevas circunstancias y modelos de negocios y corrupción.
Es obvio que una situación como la descrita para la Roma del siglo I antes de Cristo tomó años en gestarse y que su desarrollo fue estimulado por los desmanes, la corrupción, el nepotismo y la simonía. También resulta evidente que la solución planteada por Julio César era más de lo mismo, pero a mayor escala y con una sanción legal, entre paréntesis, pues se ordenarían las expropiaciones, despojos o confiscaciones, directamente del senado, inducidos por César, autorizadas y dadas con fuerza de Ley por el senado y activadas por la fuerza pública. Hasta los soldados salieron, teóricamente favorecidos por las larguezas de Julio César, en la época no habían créditos blandos, pero sí les daban tierras y dinero para ponerlas a producir, aunque la venta del producto estuviese previamente contratada por algunos a un precio irrisorio.
Todo fue y es de cocción lenta. El imperio romano tardó muchos años en caer. Llamaron ?paz romana? al imperio de la fuerza y la amenaza de la guerra destructiva total. Las conquistas salvajes de otros pueblos acabaron con ese imperio que fue del poder y la fuerza, pero la falta de estímulo que representó la sumisión de la pobreza, la explotación y abuso de las personas, las desigualdades entre los seres humanos y los clanes y clases de los poderosos y ricos, inhibieron, por muchos siglos la lealtad, la solidaridad y el gentilicio, que a pesar de las vicisitudes les había mantenido unidos.
Espero que las experiencias de otros aniden en nuestras almas y alcancemos la madurez suficiente como sociedad para cambiar el derrotero del gobierno de la misma forma que lo hicimos antes: con los votos.