Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

domingo, 21 de agosto de 2005

¿Error, descuido?

Es difícil no darse cuenta de los gazapos que cometen las personas encumbradas y aquellas que aun no siéndolo, son, sin embargo, enfocadas por los medios de comunicación masiva. Algunas veces son tan llamativos y altisonantes que se muestran reverberantes, con reflectores y luces de neón. La mayoría de las veces producen risotadas y otras veces asombro chistoso, pero casi siempre la reacción del público trae envuelta la burla, el escarnio y, por qué no, la interpretación.

La interpretación de los errores no es propiedad exclusiva de la psicología profunda. El vulgo sabe y siempre ha sabido, que detrás de los supuestos errores, deslices, incorrecciones del lenguaje, inexactitudes, gazapos, omisiones, yerros, pifias, mentiras, distracciones, olvidos, tergiversaciones, cambios, accidentes, interpretaciones de textos y lecturas inadecuadas o falsas, se esconde algo, un significado oculto o poco visible en el momento, que explica el suceso. «La trampa sale» se suele decir.

Muchos autores han estudiado este, llamémoslo fenómeno, unos lo hicieron con afán clasificatorio y descriptivo (Meringer y Mayer, en 1895), otros con la idea de profundizar en el porqué, sus causas, motivaciones y formación del error (S. Freud). En todo caso no es un problema muy psiquiátrico que digamos y por tanto, generalmente, los psiquiatras no pasamos de un simple esbozo analítico del asunto. En ocasiones, por supuesto, es un reflector de mil Wattios que apunta a un problema serio y es entonces motivo de cuidadoso y profundo proceso de búsqueda.

Las personas no ligadas con la psicología y la psiquiatría suelen aventurar interpretaciones sobre este tipo de asuntos que con frecuencia tienen gran sensatez y suelen estar bastante cerca de la verdad. La gente sabe que detrás del error hay una verdad oculta o tergiversada, saben que el significado del desliz es la intención para lo que está sirviendo y hasta se aventuran a describir la secuencia mental del proceso conformador del error. Por eso, en medio de la chanza, la risa y la mamaderita de gallo, todos sabemos que: «No son accidentes; se trata de actos mentales serios; que tienen su significado; que surgen de la concurrencia "quizás mejor, de la mutua interferencia" de dos diferentes intenciones» (S. Freud)

Así pues, la intuición, educada o no, nos lleva a entender el verdadero sentido de lo hecho o actuado por aquel que comete el error.

Imagino que los analistas y quienes están familiarizados con la psicología profunda están gozando un puyero en estos días. Si lo estamos disfrutando los no versados, ni que decir de quienes tienen la costumbre de analizar e interpretar ese tipo de dinámicas.

Lo que llama la atención poderosamente es que los errores más notorios provengan del Consejo Nacional Electoral (CNE). La «tramparencia» no hubo quien no la interpretara como una confesión de parte. La publicación, y que sin revisar, del libro sobre el referendo revocatorio, no queda más remedio que pensarla como una confesión abierta, momentánea, consecuencia del mea culpa de los patrocinadores del más violentador de los fraudes posibles jamás practicado contra una comunidad, que en ejercicio de su derecho pretendió que podía ejercer ese derecho: el referéndum revocatorio del presidente de la República.

El actual jefe del CNE es una persona versada y con experiencia en el tema que hoy nos ocupa. Por esa razón me atrevo a decir que nada de lo que ha sucedido con el referendo revocatorio es accidental, casual o fortuito; mucho menos lo del libro.

Veamos la probable secuencia de eventos: los directivos del CNE se sintieron altamente cuestionados, sus explicaciones parecían no satisfacer a la mayoría, sabían en sus conciencias que ocultaban algo tras la mampara numérico-tecnológica; había que demostrar con números y datos técnicos aquello que siendo el resultado de manipulación fraudulenta del registro electoral permanente y de la recolección y autenticación de firmas, debía ser tomado y asumido como un estado del proceso; la presentación de los resultados tenía un rango mínimo de manipulación y había que aprovecharlo; el libro conteniendo la información era un tiro al piso para probar la aparente probidad; quienes escribieran y editaran el libro contaría con la información ya en poder del público, por tanto el riesgo era mínimo, al no haber posibilidades de profundización en la información.

Tan seguro el hecho que se olvidaron de revisarlo.

Pero allí no terminan los errores. Recomiendo a mis amigos lectores que se lean el comunicado a la opinión pública que publicó el CNE en la prensa escrita el viernes 19 de agosto de 2005. Día infame, por cierto, por ser el 71 aniversario de uno de los fraudes electorales más terribles que ha padecido la humanidad: el plebiscito en el cual se decidió la unificación del poder total del estado alemán en Hitler, donde votó el 92,4% de la población y se aprobó la unificación de los cargos de presidente y canciller con 89,9% de los votos.

Pues bien, de la lectura de ese comunicado, bastante mal escrito, por cierto, obviamente producto de la rabia y el disgusto, más que de una razonada y asumida reflexión sobre el problema, se obtiene la sensación de que el CNE se quiere elevar a los altares con escapularios prestados: «... que recogiera los testimonios de los actores que jugaron un importante papel en la activación de los mecanismos constitucionales que permitieron la solución pacífica y democrática a la crisis política venezolana desencadenada durante el período 2001-2004»

En el mismo comunicado nos piden perdón a todos los venezolanos: «Nos disculpamos sinceramente por haber presentado al país una muestra de tan lamentables páginas.» Más adelante remata la solicitud de absolución, cuando dicen: «... por cuanto empañaron el reconocimiento a los más de 10 millones de ciudadanos que con férrea voluntad democrática decidieron por la paz».

De lo escrito en el comunicado se pueden hacer algunas inferencias. La más evidente es que el CNE llegó a pensar que su papel era el de arbitro de una confrontación que terminaría, si ganaba la oposición, en guerra y si ganaba el gobierno en la paz. No fueron por tanto árbitros independientes, objetivos y no deliberantes y lo reconocen al pedir perdón veladamente al pueblo venezolano.

Vemos pues que en los errores de la vida cotidiana, algunos son por cambios de palabras o letras, otros por negligencia u omisión de actos o funciones, otros por interpretación inadecuada, injusta e infeliz de los eventos y las circunstancias, otros por la asunción de papeles, o como decimos los psiquiatras, roles, que no les corresponden, basados en la tergiversación de hechos y mandatos y por último, destacaremos la presencia de errores del significado, a veces ambigüedades, cuando queremos decir una cosa y la escribimos de tal manera que puede ser entendida otra. Como decía Freud: «mutua interferencia de dos diferentes intenciones»

Yo quiero pensar que la decencia no ha abandonado del todo a esos personajes encumbrados que cometen esos gazapos inolvidables y que sus errores son justamente eso, actos decentes disfrazados de errores.

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