Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

viernes, 24 de junio de 2005

¡No me quejo más!

Publicado en el diario El Nacional el 24 de junio de 2005 en la página A-11

La Caracas de ayer me gustaba, aunque mucho me quejaba. En mala hora me quejé y he seguido quejándome.

Al fin caí en cuenta de la realidad. Caracas no es más la ciudad virtual fantaseada por mi mente. Se acabó el delirio de grandeza y belleza que alimenté con mi fantasía para no padecer la realidad. Prometo que no volveré a desear una Caracas limpia, de amplias avenidas y bulevares, de respeto por el peatón y el automovilista, con tiendas y comercios variados de vistosas decoraciones y atractivas ofertas.

La Caracas que añoro y que tanto dolor me causa compararla con la actual, era elitesca, oligárquica y plutocrática, muy alejada de lo popular y lo vernáculo. Ciertamente, era una ciudad para unos pocos, pues para la mayoría de sus habitantes la ciudad era y es, solamente, barrio, escalera, colas, transporte deficitario e irresponsable, delincuencia, largas horas de trabajo, pocas horas de descanso y esparcimiento, bajos salarios y necesidades mínimas no cubiertas.

Caracas es hoy una ciudad para las mayorías. Los bulevares y las aceras son de todos, hay buhoneros que acercan cuanta cosa es vendible a la posibilidad de comprarla. Ya no hay tantos comerciantes exclusivistas que vendan en tiendas y comercios, ahora todos pueden vender lo que quieran en tarantines y como les parezca. Quienes pagan impuestos y patente de comercio son los exclusivos comerciantes que venden a las minorías pudientes en los centros comerciales, y en algunas calles también tienen sus puntos de venta informales. Se acabaron los negocios recoletos y tradicionales, protegidos por clientes igualmente tradicionales y constantes. Ya no se usan los bulevares para pasear y mirar vidrieras, ahora son apiñamientos de comerciantes informales que cumplen la labor de mantenerse a sí mismos y suplir de manera económica las necesidades de las personas.

Cada vez se necesitan menos cosas de aquellas que llegamos a necesitar. La sociedad consumista se desespecializa y consume menos variedades y va más a los productos esenciales, tanto que llegará de nuevo a su origen y sólo se consumirán productos básicos. La desespecialización comercial, elevada a la categoría de buhonería especializada, es ya un hecho. En determinados sectores de la ciudad son distribuidos los inventarios por buhonero, de acuerdo a lo acordado secretamente por los jefes, prestamistas, distribuidores y capos, que manejan el ?macro? del negocio buhoneril.

En su afán de estimular la participación protagónica del individuo y con la intención de que cada hombre o mujer sea una empresa, se ha estimulado oficialmente el aprovechamiento popular de las áreas peatonales por las masas de caraqueños desdeñados por la injusticia plutocrática de los gobiernos. El mejor ejemplo es la Candelaria, antes bastión de las culturas mediterráneas inmigrantes y hoy masivo ejemplo del aprovechamiento espacial por grupos políticamente favorecidos.

En todo caso, lo que antes era para diez, hoy es para cien. Lo que antes era disfrutado por pocos y deseado por muchos, hoy es utilizado por muchos y añorado por pocos. Lo mismo sucedió con la riqueza, antes poseída por algunos, hoy por muy pocos. También pasó con la pobreza, antes padecida por bastantes, hoy sufrida por demasiados. Así se han ido tejiendo las redes de la mal llamada democracia protagónica, que ha terminado siendo el catálogo de lo inadecuado, lo inútil y lo degradante e indigno.

A mi no me va a molestar más y no pienso quejarme más nunca de lo que pasa en Caracas. Pero no por eso voy a dejar de preguntarme si el error de nuestros gobernantes fue, en lugar de quitarle a éste para darle a aquellos, haberle quitado a todos y no darle a nadie.

Las ciudades tienen su vida propia, algunas se mueren por dentro. Caracas se está muriendo, se está haciendo progresivamente invivible. Aquellos que la viven, explotan, ensucian y la desvalorizan hoy día, tampoco la podrán vivir mañana. El progreso que debió llegar a las puertas de sus casas, se detuvo, nunca llegó. El adecentamiento sanitario y estético del lugar en que vivimos es un signo de progreso; nuestros gobernantes son culpables de no haber llevado el progreso y el adecentamiento a donde era pertinente; son culpables de haber coqueteado con las minorías pudientes; son culpables de permisividad, inequidad y hasta de permitir el maltrato social y personal derivado de la falta de servicios adecuados.

No me quejo más, otros sufren más que yo. Lo mío es desilusión y tristeza, lo de otros es frustración, desolación, rencor y revanchismo. Ni yo, ni ellos, nos merecemos lo que padecemos por igual.

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