Ingenuidad
El 28 de diciembre conmemoramos los cristianos el día de los Santos Inocentes. Las iglesias orientales lo celebran el 29. Es una conmemoración piadosa por el asesinato de los niños varones menores de dos años de la región de Belén. Masacre ordenada por Herodes el Grande, Rey de Judea, en un clarísimo episodio de demencia paranoica; por esos días, también mandó a matar a su segunda esposa y dos de sus hijos con ella, a su cuñado, al abuelo de su esposa, a su suegra y finalmente, a su hijo mayor, todos, por temor a que le quitaran su tan querido reino. Después intentó suicidarse.
Como recuerdo del acto terriblemente injusto del martirio por masacre de inocentes, ingenuos, cándidos e inofensivos niños, debió continuar, por siempre, esa efeméride. Lamentablemente, las viejas costumbres paganas del mundo romano influenciaron las nuevas virtudes pías de los primeros cristianos y se asoció a la celebración de la inocencia la de la tontería o mejor dicho, la de los tontos. Quizás se copiaron de las fiestas Saturnales romanas en las cuales se permitía a esclavos, sirvientes y dependientes, decir y hacer cosas que el resto del tiempo estaban absolutamente prohibidas. Con el tiempo esa mezcla de fiesta y ritual religioso devino en el nombramiento de niños y niñas como abades y abadesas por un día; también se llegaron a nombrar obispos y Papas por un día o más, en burla exagerada a los poderes terrenales del ministerio divino. Práctica que en el siglo XV fue fuertemente condenada por el Concilio de Basilea y que no terminó, realmente, hasta mucho tiempo después. Pero ya el daño estaba hecho y es tradición que en tal día se conmemore más la ingenuidad de los humanos que los primeros mártires de la era cristiana.
Celebrar la ingenuidad exige que el celebrado sea ingenuo y el celebrador un «vivo» o un aprovechado. A los niños en Inglaterra, el día de los inocentes, les despertaban pegándoles unos fuetazos para recordarles la conmemoración y quizá para que se pusieran las pilas de una vez y perdieran toda inocencia. Esa práctica, afortunadamente, también terminó hace ya tres siglos.
Hoy nos queda, aparte del ritual religioso por los Santos Inocentes, cierto nivel de paganismo que se manifiesta jugando bromas y haciendo «caer por inocente» a los demás, o mejor dicho, a quien se deja. «Oye, vale, renunció fulano de tal». «¿No me digas, de verdad? ¡Qué bueno!» «¡Qué va, caíste por inocente!» Nos hacemos tan expertos en esas bromas que nos convertimos en hábiles jugadores y puede ser difícil «cogernos» o hacernos «caer» por inocentes.
Pero todo lo hábiles y capaces que podemos ser para la broma, no lo somos para la vida. Es así como vemos que en estos tiempos presentamos un aspecto de perplejidad y boca abierta, tal y como lo describiera Job Pim en «Inocentes»:
Que el lobo se disfrace de cordero,
es tan antiguo ardid, que ya es «un robo»;
pero lo asombroso considero,
es que abundase en el país entero
tanto cordero con disfraz de lobo.
Todos los corderos que parecíamos lobos, caímos por inocentes varios años seguidos y lo seguimos haciendo. Vimos suceder, entre otras: la renuncia del Presidente; la dignificación de los damnificados del deslave del 1999; el fin de la pobreza, el desempleo y la desaparición de la marginalidad; la transformación de los niños indigentes y de la calle; las miles de casas construidas por año; los autores materiales e intelectuales de las bombas en Caracas que el gobierno tenía «plenamente identificados»; el intento de magnicidio de Maiquetía con la bazuka; la patraña teatral de los paramilitares; el ?sin trucos? de Carter; el desliz verbal de Carrasquero anunciado la ?tramparencia? de las elecciones; las firmas planas como acto humillante disfrazado de legalidad; las elecciones electrónicas, como método infalible; las auto auditorias; el millardo de bolívares de Danilo Anderson, que supuestamente desapareció de su casa el día que le asesinaron, ¿Cómo puede alguien pensar que el paladín de la justicia, que recibía el salario escaso y digno de un servidor público, podía tener semejante cantidad en su casa y, peor aún, que un amigo de él se lo hubiese llevado; los cuatro policías colombianos que agarraron con todos sus documentos e identificaciones y a un detective sagaz y avezado se le ocurrió decir que eran espías colombianos, bueno, ni el espía Salazar de la isla Margarita, sería más fácil de identificar. Así somos aquí, corderos con piel de lobo, creemos que nos las sabemos todas, pero la verdad es que caemos por inocentes todo el tiempo.
Quiero hoy terminar esta reflexión recordando la primera de las coplas a la muerte de su padre, del poeta español Jorge Manrique:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
Cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Quisiera hacer algún comentario final, pero prefiero dejarlo para el nuevo año, cuando en vez del «mea culpa» trataré de ocuparme de avivar el seso y despertar, a ver si no se me siguen presentando las cosas tan obvias y tan diáfanas que no invitan a la duda y a la reflexión maliciosa, y planteamos un curso de acción basados en nuestros principios morales y en el país que tenemos con el gobierno que gobierna actualmente. Realidad que si seguimos sin aceptar nos llevará a vivir marginados y sin influencia posible de nuestros semejantes.
Conmemoremos pues, que Jesús se salvó de la masacre ordenada por un demente paranoico de 74 años, que pensó que entre los niños menores de dos años estaba quien podría deponerlo y sustituirlo.