Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

lunes, 6 de septiembre de 2004

Además...

Llevo tres semanas tratando de llegar a un acuerdo de paz conmigo mismo. Dentro de mi se debaten pasiones que no me son desconocidas y que siempre he logrado contener, al menos eso creo. Las primeras reacciones ante las injusticias son para mi catastróficas. Las primeras reacciones ante el engaño o la estafa también. Me provoca romper con todo y moler a cuanto ser malvado existe. Se me exalta tanto el ánimo y los deseos de aplastar y descuartizar a quienes considero culpables son tan fuertes, que no puedo recibir la comunión en sana paz, pues habiendo obtenido el perdón de mis pecados en la confesión, no logro sentir, por más que busco y escudriño mi alma, el propósito de enmienda. Se, por tanto, que no estoy perdonado. Yo no me he perdonado. No encuentro como perdonarme. No encuentro la serenidad que deseo, como buen cristiano que quiero creer ser.

Decía, que llevo tres semanas tratando de llegar a un acuerdo de paz conmigo mismo, he tratado de establecer un diálogo constructivo y enriquecedor con mi persona. Me digo todo lo que se decir a otros. Me trato con la indulgencia que creo merecer y me sermoneo con la frecuencia y dureza que aunque no me merezca, me parece necesaria, dado mi carácter blandengue ante la ira. Dialogar conmigo mismo siempre ha sido importante para mi. Dialogar con otros es primordial. Escuchar es mi profesión, decir lo apropiado al que sufre es a veces un arte, pero la mayoría de las veces es cuestión de empatía y las menos veces es un acto profesional automático, reflejo, estándar, es decir: frase de manual, de recetario de hacer sentir bien.

Dialogar conmigo mismo es un contrasentido. Más apropiado será decir que realizo monólogos secuenciales, primero me hablo así y luego me digo asao. Y así, le voy dando y dando a la pensadera, hasta que llego a algo. En honor a la verdad, trato de decirme las cosas con crudeza y no suelo disfrazar mis verdades. Ha sido útil este método, pero su costo en esfuerzo y emoción es a veces muy oneroso. Mantenerme ligado a la realidad sin deslizarme a la fantasía y a la condescendencia excesiva es difícil. A veces me pregunto: ¿Cómo hacen los demás, que mecanismo usan para olvidar tan pronto, para regresar tan rápido al capítulo anterior, para pactar y amistarse de nuevo con quienes les ofendieron o les maltrataron? Para mi es tan fuerte como que Cristo, en su resurrección, hubiese ido a jugar dominó con Judas, Pilatos y Caifás. Estoy seguro de que los tres están perdonados y si se arrepintieron, están a la diestra de nuestro señor. Pero no creo que ese dominó hubiese sido posible sin confesión, sin arrepentimiento, sin propósito de enmienda, sin reparación y sin entrega generosa.

La manera que he encontrado de entenderme conmigo mismo es la de ponerme en el lugar de los demás. Mis autodiscusiones comienzan por ahí, por tratar de asumir la conducta y pensamiento del otro, por calzarme sus zapatos, como dicen. Al final, parezco un eremita que de tortura mental a tortura mental, termina por pensar que está viviendo en una era que no le corresponde, en una sociedad que cree entender pero que en realidad no entiende, en una cultura que no comparte, en un mundo social que muestra valores que pareciera que varían con el precio del dinero y en un país que amo y padezco pero que, definitivamente, no se leerle. Lo que mi país me dice, nos dice, no lo entiendo, son grafismos, ideogramas, engramas mentales, frases y palabras que no comprendo igual que otros lo hacen. ¿Estaré exagerando?

Es evidente que una altísima proporción de nuestros coterráneos venezolanos, creen, a pies juntillas y con delirio, en la revolución de Chávez. Es evidente, también, que otro grupo mayoritariamente importante de venezolanos, no creen en Chávez. ¿Por qué se da el fenómeno descrito, bastante normal en otros países, pero trágico en el nuestro? ¿Cómo puede alguien en su sano juicio y clara inteligencia pensar siquiera que Chávez y su estilo de gobierno, pueden ser una solución? ¿Lo ven ustedes? ¡Ahí está el detalle?! Ese es el problema principal. Obviamente yo no entiendo los porqués más elementales de la actitud popular en el juego democrático; no he aprendido nada, no entiendo nada.
No estoy conectado con la realidad política, social y cultural de la Venezuela actual. Sigo conectado con la Venezuela idealizada y fantasiosa que siempre imaginamos y que se nos comenzó a desmoronar aquel fatídico viernes negro? Hoy, veintitantos años después, me doy cuenta de lo difícil que ha sido nuestra vida en estos años y de lo poco que hemos aprendido a convivir y transigir con aquello que paladina y anacrónicamente, llamamos inaceptable.

Hasta en la manera de conversar hemos cambiado. Ahora no se conversa, uno habla y el otro oye, no importa que no escuche. El mejor ejemplo es la Asamblea Nacional, unos y otros hablan, para nada, pues lo que importa, ya está decidido por quien ostenta la mayoría. El diálogo es otra manera de hacer lo mismo. Ya no es lo que fue. Ahora, desde hace unos cinco años para acá, dialogar no es escuchar y exponer, oír y decir, sentar las bases de aspectos concretos a discutir y los parámetros de su discusión. Ahora, dialogar es equivalente a lección magistral con preguntas al final, sin más. Se aprueba la materia por asistencia y aclamación al profesor. Si apruebas eres, si no apruebas, no eres, no mereces y tu existencia estará limitada a la voluntad y a las sobras políticas, económicas y sociales. Los derechos individuales y colectivos dependen de los compromisos asumidos con el oficialismo. Por eso, ni Fedecámaras, ni la Confederación de Trabajadores de Venezuela, ni la Coordinadora Democrática, ni ninguno de los políticos o líderes que suenan o quieren sonar, son, ni sirven, ni van a ser tomados en cuenta. El diálogo se llevara a cabo con quien Chávez y su combo quieran, en las condiciones que ellos quieran, cuando ellos quieran, donde ellos quieran y para lo que ellos quieran. Y habrán muchos que irán a «dialogar» así, pues lo que interesa no es el diálogo en sí, si no la aceptación explicita por parte del gobierno.

El abuso del poder por el hecho de ser mayoría, dominar las fuerzas armadas, manipular y abusar de manera dispendiosa del tesoro nacional y mostrar un discurso agresivo, descalificador y populista, es la carta de naturaleza del oficialismo. El estilo apabullante y desvalorizador rinde frutos inmediatos, pero no permanentes. Las cuentas serán exigidas en su momento, espero.

Como ves amigo lector, el que está mal soy yo. Mi tormenta interior no tiene más doliente que menda. No se leer a mis coterráneos, si así, coterráneos, porque compartimos en la tierra en que vivimos, pero no creo que sea la misma patria.

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