Fait accompli
La historia nos recuerda que en muchos lugares y momentos, los humanos nos hemos encontrado ante situaciones ya establecidas, sin nuestro conocimiento y por tanto sin nuestra anuencia, y no nos ha quedado más remedio que aceptar y echar para adelante. Apechugar con el problema, como se decía antes. Calárnoslo, como decimos hoy. Mientras encontramos algo o alguna forma de lidiar con el problema.
A esas situaciones los diplomáticos franceses las llamaron «fait accompli», un hecho cumplido, ya establecido, realizado. Hoy día, en casi todos los idiomas se le conoce con el mismo nombre y se usa el término en francés o en su traducción más aceptable. El hecho es que la imposición de los hechos cumplidos es de las cuestiones más desagradables, indignas y humillantes que pueden sucederle a una sociedad y por ende a los individuos que la componen. Tales hechos cumplidos, suelen ser precursores de grandes dramas y hasta tragedias, que enderezan lo torcido y devuelven la dignidad al humillado.
Recordamos, por ejemplo, la historia de la sucesión de Mahoma, cuando uno de sus suegros, basado en el supuesto de prevenir la división de la comunidad musulmana, apoyó a otro suegro para que fuera el sucesor de Mahoma, pasando por encima de los designios del propio Profeta, quien había indicado que Alí, su discípulo, protegido, primo y yerno, sería el sucesor. Al suegro que fue Califa, le sucedió el otro suegro, y a este último le sucedió uno de los yernos de Mahoma, quien, posteriormente, fue asesinado y entonces, por aclamación, escogieron, finalmente, a Alí. Alí tuvo que aceptar el hecho cumplido de que le pasaran por encima, a pesar de saber que había sido elegido como sucesor por el propio Mahoma. Y ya sabemos todo lo que ha pasado después.
Otro «fait accompli», de los más recientes, fue el famosísimo tratado de Versailles, que se cocinó a fuego rápido y sin condimentos en 1919, por los «cuatro grandes»: el británico Lloyd George, el francés Clemenceau, el americano Wilson y el italiano Orlando, convidado de piedra. A la hora de diseñar el tratado no se tomó en cuenta a ninguna de las naciones derrotadas y a las naciones aliadas de menor poder que las nombradas, apenas se les permitió decir algo. Así pues, a los alemanes se les presentó un hecho cumplido tan severo en sus términos y tan diferente de lo acordado cuando la firma del armisticio, que protestaron intensa e inútilmente y tuvieron que aceptar las cláusulas de culpa de la guerra y los terribles y odiosos términos en que les fue exigida la reparación. Todos conocemos lo que pasó después: como fue denunciado el tratado infinidad de veces y finalmente el surgimiento del nacionalsocialismo, la cultura nazi y el infame Hitler, la segunda guerra mundial y el exterminio de seres humanos por las más variadas, injustas e inaceptables razones.
Hoy la primera plana del diario El Universal trae la frase: «Gaviria propone sistema electoral más confiable». También dice que el Rector del Consejo Nacional Electoral, Jorge Rodríguez, «anunció» que daba por cerrado el capítulo de esta votación del Referéndum revocatorio.
Resulta obvio que estamos ante un «fait accompli», refrendado por la petulancia impertinente y despectiva del engreído y arrogante Rector Rodríguez. La supuesta auto auditoría que dio los resultados que se esperaban ?no podía ser de otra manera- aparentemente confirma la veracidad de las actas. Y la única auditoría aceptable, el conteo manual de todos los votos, no se hizo. Gaviria y todos quienes han observado y participado en esta votación, saben que hubo falta de probidad, no saben cómo, pero lo saben. Saben, sobretodo, que no fue transparente y limpio el juego. Lo saben y no saben como decirlo. Lo insinúan y nos recuerdan que debemos buscar un sistema más confiable. Lo definitivamente claro y evidente es que el garrote no tiene la culpa. No es el sistema, a los sistemas los hacemos y deshacemos los humanos. Son los humanos que dirigen en nuestro nombre y con nuestra anuencia y delegación esos sistemas, a quienes debemos cambiar. Necesitamos personas que nos hagan sentir su compromiso con la verdad y la justicia, no que nos impongan su apreciación de los asuntos y nos presenten, finalmente, hechos cumplidos.
Aceptaremos, «por ahora», el «fait accompli», pero recuerdo a todos que Alí el cuarto Califa, tardó, pero llegó. Es verdad que siguieron los problemas y siguen aún, pero la historia dio la vuelta que debía y los designios del Profeta se cumplieron al final. También les recuerdo que Alemania se ha tenido que calar varios «fait accompli». Pero ahí está, de nuevo unida y pujante. Al final, ¿no será que «fait accompli» significa otra cosa, algo así como «energía infinita»?