Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

lunes, 7 de junio de 2004

Actualidad al 7.6.2004. Argucias

Al fin ha sido aceptado por todos, lo que todos sabíamos. Que el referendo vendría, más tarde o más temprano, era seguro. Que unos no lo aceptasen en público y que otros lo dudasen en privado, es un problema de vergüenzas. La perseverancia y la determinación, la constancia y la prudencia, la insistencia y la inteligencia, dieron sus frutos. La estrategia era y es: la revocación del mandato al Presidente de la República. La meta, claramente, diafanamente, transparentemente, sigue siendo: otro estilo de gobierno.

El Presidente y sus asociados saben muy bien que aquí no estamos entrabados en una lucha por otro sistema de gobierno. Si el sistema es democrático, ese es el que queremos. Lo que no queremos es un gobierno que democrático en su origen y en su fachada, practique el desprecio, la injusticia, el ventajismo, la vejación, la humillación y someta a algunos de los otros venezolanos no «comprometidos», o no embadurnados, diría yo, a la indignidad, el desempleo, la retaliación, el revanchismo y la inseguridad jurídica, económica y social.

A la tiranía tienden los gobernantes populistas, al menos así lo insinuaba Plutarco, cuando en su época padecían los mismos males que hoy sufrimos. Está claro que el gobierno actúa con un estilo francamente tiránico y va camino a empeorar. El gobierno no siente que es adversado políticamente, percibe sólo la amenaza a su permanencia, no discrimina, no analiza el sentido de la voz reclamante y demandante. Se siente «personalmente» asediado y amenazado, y responde al enemigo con la agresividad y dominación propias del enfrentamiento bélico. Además, en su afán de construirse una plataforma de autoestima más elevada, recurre al expediente de la descalificación y la humillación colectiva. La oposición, muy al contrario de lo que opina el Presidente de la República, no ha sido llevada o, como decimos en criollo, «nariceada», por los caminos que él ha querido y ha marcado, ni tampoco él le ha permitido ganar las dos primeras batallas para en la tercera, en el pueblo de Santa Inés, como remedo del triunfo de Zamora en la guerra Federal, recibir el zarpazo de la derrota final. Ni él es Ezequiel Zamora, ni la oposición es el general Pedro E. Ramos del ejército gubernamental de occidente. Ese es un argumento falso y degradante que demuestra una vez más la calidad humana del actual gobernante y su incapacidad para entrar en contacto con las íntimas necesidades y pasiones del venezolano. El buen comunicador mediático que es ante la televisión, la radio o frente al populacho, deja siempre la sensación de que ha usado las palabras y los hechos para justificar lo injustificable y plantear como metas de su gobierno, lo que a todas luces son sus aspiraciones y temores personales. Argucias para mantenerse en la condición de cabeza de un gobierno que hace tiempo se desvió del norte que el pueblo soñó junto a él.

Hay muchos como él.

La historia, enseñanza del futuro para quien mira la esencia y no la anécdota; para quien estudia el esquema, el patrón y la circunstancia, muestra como las desviaciones del sentido trascendente de los actos de los gobernantes terminan fatídicamente en su desgracia, o en el olvido. Un ejemplo fue Agatocles de Siracusa, quien en el siglo IV antes de Cristo, luego de dos intentonas de golpe militar, inicio su gobierno, por cierto militarizado, jurando la constitución bajo el sistema democrático helenista y luego masacró unos 5.000 y desterró otros 4.000 oligarcas y distribuyó sus propiedades entre los pobres, abolió las deudas y constituyó un régimen populista y personalista que derivó en tiranía agresiva, belicosa, expansivista, paranoide y, finalmente, se nombró rey de Sicilia. Al final tuvo que devolver la capacidad de decisión a sus súbditos pues sus descendientes y posibles sustitutos, no se ponían de acuerdo entre sí. Se le recuerda por su crueldad, por el pertinaz exterminio de sus opositores y de los llamados «oligarcas», y también por sus feroces batallas contra los cartaginenses, la construcción de algunos monumentos civiles y la imposibilidad de permitir que el país adquiriese identidad y permanencia como nación.

Es nuestra obligación imponer por el sufragio la defensa de los valores de la democracia. Sólo el respeto a la opinión de los demás puede exigir el de la nuestra. No podemos permitir el enquistamiento supuestamente democrático de un tirano que juró la constitución y la usa a su antojo y libre interpretación. La pelea por el voto revocatorio es definitiva, no caben las dudas ni las dilaciones. Las oportunidades no se repiten, es ahora o será por muchos años, como en Siracusa.

Las ironías de la vida son siempre sorprendentes: Ezequiel Zamora ganó la batalla de Santa Inés y su homónimo conduce la decencia de la batalla electoral moderna; a Maisanta también se le conocía con el nombre de «El Americano»; Andrés Eloy Blanco, adeco primigenio, que cantó el corrido de caballería «Maisanta», ensalzando la figura del famoso guerrillero, también escribió sobre la guerrilla y el gobierno en «Juan Bimba»:
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Tenía veinte caballos;
la revolución le llevó diez;
para perseguirlo
el gobierno se llevó los otros diez;
y cuando no tuvo nada
se lo llevaron a él.

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