Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

miércoles, 3 de marzo de 2004

Actualidad al 2.3.2004. De caballos y planillas...

Dos granjeros vecinos decidieron ponerse de acuerdo en como distinguir uno de otro sus respectivos caballos. Uno decidió cortarle el rabo a su caballo y así lo hizo. No hubo más confusión entre ellos; pero unos meses después, el otro caballo sufrió un accidente y perdió la cola. Ante el reinicio de la posible confusión, ambos granjeros fueron a hablar con un amigo quien les dijo que no se mortificaran tanto pues « el caballo negro es un palmo más alto que el caballo blanco».

Este chiste, con el que solía reír, hoy no me hace gracia. Lo que alguna vez pensé era una caricatura de la estupidez imposible, hoy, acabo de aprenderlo, es más que posible: ¡ha sucedido!

Triste evidencia de que la realidad es más terrible y chocante que la fantasía.

El nombre y el número de la cédula de identidad escritos en un renglón de la planilla de la solicitud del revocatorio, y seguidamente firmada y refrendada con la huella digital, en acto presenciado por al menos tres personas, testigos del proceso, una de ellas empleado del Consejo Nacional Electoral, no es suficiente identificación.

En este país, las leyes, las normas, las regulaciones y los reglamentos cumplen la función de estar escritos, no de normar. Para normar hay que ponernos de acuerdo en aquello que nos puede confundir: caballo y caballo es lo mismo. No importa que este sea negro y aquel blanco, que este sea alto y aquel bajito, lo que importa es que el mío sea este y no aquel. Por que mi vecino, si me descuido, le pone zancos a su caballo y hasta lo puede pintar de negro y después será difícil distinguirlo del mío. No puedo partir de la base de que son diferentes, tengo que hacerlos diferentes. Y la precisión de las diferencias puede llegar al infinito.

Según ese principio debí marcar a mis hijos al nacer, pues ni su huella dactilar, ni su fisonomía, ni su talla, color de piel o de los ojos, ni su firma en soledad o con testigos, ni su documento de identidad sirven para diferenciarlos. Hace falta algo más, quizá, que los reconozca el partero que los trajo al mundo. Sin duda que tal inseguridad paranoide es producto de los tiempos modernos, del once de septiembre, que diría un amigo, para quien el mundo cambió ese día.

Ahora, para identificarnos adecuadamente, además de todos los medios de identificación posibles ya en vigencia, aparecerá la autoreafirmación repetida de la identidad por medios digitales e impresos. Es decir, ya no tendré que pasar por el penosísimo y problemático procedimiento de decir y probar que yo fui o no soy, tendré siempre, óigase bien, siempre, que probar quien soy. De ahora en adelante nos pasaremos la vida probando quienes somos. Hasta los ladrones, los asesinos y los corruptos se fregaron, pues ellos tendrán que probar quienes son y lo que son.

Uno de los problemas más fuertes y claves de la psiquiatría son los trastornos de la identidad. Ya no lo serán más, ahora con la autoreafirmación repetida de quien soy, o quien eres, se acabaron los problemas.

Reafirmar la identidad, o mejor dicho saber quien es uno es muy importante. Algunos creen saberlo y demuestran su fracaso no reconociendo a los otros. No reconocer a los demás, o negarles el reconocimiento como dirían los psicoterapeutas es duro, es agresivo, es declarar a los demás como inexistentes, como seres en duda, como posibles humanos. No sentirme agredido por la indiferencia a mi identidad como persona es muy difícil. Generalmente, la manera más fácil de agredir y alterar a alguien es con la indiferencia. No es lo mismo que no tomar en cuenta las actitudes o acciones de alguien.

Las firmas están allí todas y más de las que necesitamos. Por qué no han sido contabilizadas pertenece al reino de lo humano, de los errores y de las mezquindades. No es un tributo a la inteligencia ni a la perspicacia diagnóstica la jugada artera que hemos presenciado hoy. Es un triste recordatorio de los tortuosos caminos que necesitan algunos para encontrar su identidad.

Yo se quien soy. Yo firmé. Yo votaré en el revocatorio. Si tengo que llevar cargado a uno de los enfermos que me consta le llenaron la planilla, lo haré. Si tengo que llevar a mi madre de 85 años a quien mi hermano, con su particular caligrafía fácilmente identificable, le llenó los datos en la planilla, en la línea siguiente a los suyos, lo haré. No me gusta tener que hacer eso. Lo voy a hacer con mucho disgusto, pero al final quienes planearon y lograron esa brutal burla, se irán o aprenderán de mi determinación y voluntad.

Nosotros sabemos quienes somos, qué queremos y qué no queremos. Otros, por lo visto no saben bien lo que quieren, ni lo que no quieren y no están muy seguros de quienes son. Lo mismo debe pasarles con sus ideas políticas.

El referéndum va y con el se irá este gobierno. Ese es nuestro propósito inalterable.

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Médico psiquiatra en ejercicio