Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

domingo, 20 de julio de 2003

Actualidad al 20.7.2003. – (Cuba)

En América, los países hermanos, como todos los hermanos, tenemos hermanos mayores y menores, según el momento en que fueron conocidos por el resto de la humanidad. Cuba es de los mayores, apareció en el primer viaje de Colón, Venezuela de los menores (tercer viaje) y todavía nacieron otros hermanos más en el 4º viaje.

La isla «Juana», como la llamó Colón, de siempre bella, soleada, fértil, rumbera y generosa pero infeliz. Los cubanos llevan la alegría por dentro y la desdicha también. Su dulzura humana, su azúcar dicharachero y su ron, disimulador de penas profundas, han sido los pilares de su supervivencia. Su alma es musical, rítmica, y su cadencia muestra el acelerado pulso de la gente que tiene la adrenalina en acción. Al mal tiempo buena cara es su grito de esperanza. Todos los cubanos, estén donde estén, sea en Cuba o en otro país, siempre llevan la alegría en la boca y la tristeza en el alma. No hay tristeza por dolor reciente o por pérdidas anticipadas. Es tristeza ancestral, que nunca cesa. Es la pena por la falta de libertad. Ahora, desde 1959, el país es, por primera vez en su historia, independiente, pero los cubanos no son libres, siguen sin libertad. La libertad que les restó la colonización española, todavía no la han recuperado. Pocos pueblos han sido tan constantes en su lucha por su independencia y por la libertad, y pocos pueblos han tenido que sufrir la desdicha de tantas derrotas a los justos y valientes. Desde la rebelión de Aponte y todas las que le siguieron, incluyendo la de Céspedes y la «guerra chiquita», hasta el ilusionado grito de Baire y después la pena inmensa de la muerte de Martí. A la derrota se le suma la injuria cuando son los EE.UU. y España quienes dirimen el futuro de ese valiente país en 1899; por fin se van los españoles pero entran los americanos, y cuando le dan la autonomía al país y se constituye la república, se reservan el derecho ignominioso e indignante de poder intervenir según su criterio en la política y gobierno cubano y, por supuesto, en su economía. Por pocos años hubo cierta sensación de libertad, pareada con resquemor y malestar, que en 1925 capitalizó Machado, pero que luego conculcó con presión extrema dictatorial, hasta que en 1933 Batista, indirectamente, asume un poder supuestamente democrático que luego convierte directamente en dictadura. Fidel, que ya se había levantado contra la ignominia y la dictadura, triunfa por fin en 1959. La alegría dura poco, en dos años se desenmascara un gobierno dictatorial, autocrático y desentendido de las libertades individuales más esenciales para los humanos y vitales para los cubanos.

No conozco personalmente a Cuba. No ha sido posible para mi ir. Pero he estado en Cuba mil veces y se de Cuba lo que necesita uno saber para amarla. Ese enamoramiento con Cuba viene de mi adolescencia. Mi abuelo materno vivió muchos años allí. En Cuba fue feliz, muy feliz. Trabajó, jugó, se divirtió y padeció. Hizo fortuna y la deshizo. La volvió a hacer y la volvió a deshacer. Tuvo mil amores y mil amores dejó, cuando, ya viejo, decidió regresar a Caracas. Mucho me habló de Cuba; hay sitios y personas que conozco como si las hubiese visto toda la vida. Muchas y muy cortas horas pasé hablando con él. Yo alucinaba con sus aventuras e historias cubanas y, después que murió, deliré leyendo las cartas que guardaba y destruyendo, como el me lo había pedido, sus papeles y documentos. La verdad es que por años sólo supe de lo bueno de Cuba. Cuando cayó Batista sentí gran alegría y pensaba que Fidel era el futuro de Cuba, y tristemente así fue.

He conocido muchos cubanos a lo largo de mi vida y mi concepto sobre ellos, aparte de lo dicho anteriormente, es que son personas de una enorme e inagotable energía y capacidad de trabajo, creativos, imaginativos, rápidos mentalmente, sensuales y divertidos. Todos sufren y todos quieren la Cuba de sus sueños. Me atrevo a decir que nos parecemos, los venezolanos también somos así.

Por esas razones, es que me resulta tan difícil digerir lo que estamos viviendo en Venezuela con nuestros hermanos cubanos. Yo quisiera recibir con los brazos abiertos a todos los cubanos que quisieran venir a mi país. No quisiera oír más improperios contra Cuba o los cubanos. Ninguno se lo merece. Pero tampoco merecen el maltrato oficial del que son víctimas allí y aquí, al aceptar una promesa, pírrica por lo barata e indignante por la situación a que son sometidos.

Me ha llevado varios días entender que es lo que no me gusta y me subleva íntimamente del problema suscitado con los médicos, cubanos. Al fin, después de mucho darle vueltas, he llegado a una conclusión sobre el sentimiento que ha emergido en mi a raíz de este asunto, es la vergüenza. Pura y simple vergüenza.

No siento que el problema legal que plantea su presencia y la Ley de Ejercicio de la Medicina, sea, realmente, el punto de tranca del juego. Es asunto discutible y en otras condiciones sería rápidamente solventable, sólo con buena voluntad.

No tengo ninguna razón para pensar que los médicos cubanos que han traído a Venezuela, no sean médicos de verdad verdad, es decir, graduados de una Escuela de Medicina, como debe ser. No tengo manera de calibrar si sus conocimientos están o no a la altura de los exigidos en este país para un recién graduado de Médico. Debo suponer que los gobiernos, al poner en práctica un convenio de ese tipo, se aseguran bien que las realidades coincidan con los planteamientos y las expectativas del convenio. Por tanto, debo asumir que son colegas médicos, que no han revalidado, pero son tan colegas y tan médicos como los graduados en República Dominicana, Canadá, Honduras, EE.UU. o Francia, porque los médicos, que además se supone somos una hermandad, una confraternidad universal, nos debemos reconocer profesional y socialmente y, por tanto, tratarnos como tales, estemos o no revalidados. Entonces surge la pregunta, ¿cómo puedo yo aceptar que lo que no es bueno para mi sea bueno para un colega cubano y, además, que a éste lo traigan a hacer un trabajo casi imposible por la inseguridad y la falta de medios, en condiciones de salario, vivienda y desarrollo de su ejercicio que dejan tanto que desear y que va a resultar en una práctica médica insuficiente cuando menos y mala praxis, en el peor de los casos?

¡Por favor, eso no puede ser!

A estos colegas se le induce a creer, falsamente, que su labor es en sustitución de supuestos médicos venezolanos que, timoratos, egoístas, interesados e inmorales, no quieren prestar su concurso para aliviar al pueblo dolorido y maltratado por la economía y la sociedad alienada de los últimos 40 años.

Los médicos venezolanos no quieren ir a esos sitios por razones muy claras y contundentes, y la esperanza no es llevar la vergüenza a ejercer la medicina, sino adecentar las condiciones de vida en los barrios, de tal manera, que la medicina de los médicos pueda estar allí con soltura y altruismo, no con temor y limitaciones de todo tipo.

El trabajo médico en los barrios debe ser otro. No puede ser que un médico vaya al barrio de forma permanente a tratar, por ejemplo, niños que seguro padecerán severas gastroenteritis y diversas afecciones de la piel condicionadas por la insalubridad.

Antes que el médico, la construcción de soluciones primarias sanitarias como las cloacas, debían estar allí. La llegada de los médicos parece ser la garantía de que no se va a hacer nada por el barrio. ¡Problema de salud resuelto! Si en el barrio se enferman por insalubridad, para eso están los galenos…

Cada país forma los médicos que necesita como los necesita. En Venezuela los médicos se han formado con una visión global del quehacer médico, nuestros graduados son, básicamente, médicos generales, prácticos y con alto nivel de conocimientos, que les permiten, a muchos de ellos, acceder rápidamente a postgrados en especialidades muy variadas. Quizá, ese no es el tipo de médico que debemos formar, a lo mejor deberían ser más sanitaristas o más duchos en medicina familiar, o más expertos en trabajo comunitario, quién sabe. Sólo una política estadal de salud puede determinarlo. Esa política que está descrita en el papel de las leyes, no existe como asunto estructurado y mandatorio. Quizás tengamos que formar en el futuro médicos como los colegas cubanos. Por ahora tenemos miles de médicos de alto nivel profesional, sin trabajo, cada vez más alejados del ejercicio profesional, pues el recurso técnico profesional ha mermado y seguirá mermando, como ha sucedido también con la industria, el comercio y la construcción. La economía menguada, la sociedad insegura y limitada en su economía y posibilidades de desarrollo, son elementos dolorosos que no justifican el ejercicio de la profesión en condiciones de inseguridad y carencia de elementos de apoyo suficientes, que pondrían en peligro a las personas tratadas con ese tipo de atención limitada, insuficiente y altamente peligrosa. ¿Qué mayor frustración que saber que se puede hacer más y estar impedido de hacerlo por razones de tipo político y administrativas?

Los ciegos de nacimiento no conocen el color rojo y los sordos de nacimiento no saben y no pueden tararear el himno nacional. Si yo no sé algo no lo añoro, pero si lo sé y lo conozco, sí. He ahí nuestro problema técnico. ¿Cómo trabajar sin medios adecuados? ¿Cómo reducir mi medicina a nada, si puedo hacer mucho de otra forma?

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Médico psiquiatra en ejercicio