Actualidad al 02.06.2003. – Ahora es cuándo…
En los últimos días, desde mediados de mayo para acá, todos hemos estado dándole vueltas, constantemente, obsesivamente, al resultado de la mesa de negociación y acuerdos.
Es difícil precisar los logros de la Coordinadora Democrática. Intuitivamente, siento que hubo más logros que pérdidas. Logros, como el reconocimiento oficial e internacional a la oposición como fuerza política unida en sus principios, pero divergente en sus estilos y formas; el apoyo colectivo a los negociadores por la oposición; las cada vez menores divergencias dentro de la oposición en cuanto a las posibles salidas de la crisis y las crecientes expectativas en cuanto al futuro del país, a pesar del torbellino actual. Hubo pérdidas, como la ausencia de los petroleros del acuerdo en sí; el no reconocimiento del derecho a la disensión y a la huelga; las continuas fallas del gobierno en cumplir con los preceptos legales y constitucionales, así como la progresión implacable de la imposición de leyes antilibertarias, no democráticas e inconstitucionales en su concepción y aplicación; la manipuladísima no designación de los rectores electorales del CNE; la falta de apoyo a las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia en cuanto a devolver sus armas y pertrechos a la Policía Metropolitana, y muchos asuntos más. Cada uno de nosotros tiene una pérdida que lamentar que esa mesa no resolvió positivamente.
Obviamente, la mesa no podía resolverlo todo y, posiblemente, el sólo acuerdo sea un logro. Estoy seguro.
Lo que nos toca vivir ahora será la parte más importante de la historia contemporánea de Venezuela, siglo veinte incluido. Si Chávez representa en este momento un cambio en la política, en la economía, en la sociedad y en la manera de asociarse, de hablar y actuar del venezolano, el sólo hecho de oponerse en base a criterios sanos, justos, buenos, legales y constitucionales, no es suficiente. Desear el referéndum revocatorio es muy importante, pero llegar a él, es la tarea. No basta que esté garantizado en la Constitución o despejado el camino en el acuerdo, hay que llegar a él.
Tradicionalmente estamos acostumbrados a que cuando queremos las cosas, las cosas se dan. El 23 de enero la huelga general apoyada por los militares tumbó a Pérez Jiménez, Chávez se rindió una vez para no derramar la sangre de los soldados, ergo: el 11 de abril o el 10 de diciembre, debieron resultar en la caída del gobierno. Era de anteojito. Así lo entendimos todos y sobretodo los petroleros y más específicamente los marinos mercantes petroleros. Teníamos las seguridad de que la lógica emanada de la historia y de los actos de rebeldía serios y en apariencia definitivos, triunfarían sobre la fanfarronería populista, demagógica, y en apariencia apoyada por las fuerzas armadas. Los militares, pensábamos, siempre nos van a responder. Ahora sabemos que los sucesos no se dan espontáneamente o como consecuencia de mucho desearlo. Hay que trabajar mucho sin confiar en nada más que en nuestra energía, nuestra meta, nuestra determinación. Ya no podemos seguir creyendo en líderes mesiánicos que resuelven nuestros problemas, protegen la cultura, estimulan las ciencias y orientan la economía y la sociedad. Ese será nuestro trabajo. Nuestra participación en el gobierno o en el desgobierno, será nuestra responsabilidad, como lo fue el gobierno que hoy tenemos.
Desvalorizar y subestimar al enemigo es práctica común de unos y otros. Pero es peor para el que lucha por subir que para el que lucha para que otros no suban. Hemos desvalorizado demasiado a Chávez y a sus seguidores. También nos hemos desvalorizado nosotros mismos. Redimensionarnos es esencial.
Pensar que llegaremos al revocatorio por que se firmó el acuerdo, que en él votaremos que cambie el sistema de gobierno, que las cosas se darán automáticamente, es una ilusión casi infantil. Chávez, se va a defender como gato panza arriba, hasta con las uñas, y así tiene que ser o perderá toda la credibilidad que tiene en sus adeptos. Para lograr los fines que nos proponemos tendremos que ser luchadores resteados con nuestras ideas y nuestras necesidades y presentarnos a la lucha con toda la determinación de que somos capaces y dispuestos al sacrificio.
No hace falta en la oposición lo mismo que hace el chavismo. Allí un solo líder y una sola voz son fielmente seguidas y no cuestionadas. Para ellos «asociación política» significa un pacto mafioso de lealtad y apoyo mutuo, que se paga con la vida y a los contendores se les trata con la mano dura alcaponiana, que busca definir territorios de influencia y protege a los asesinos y terroristas heridos con la ayuda de las instituciones, supuestamente, al servicio de la justicia, para que «rescaten» a los heridos de los hospitales del estado y los lleven a hospitales también del estado, donde son protegidos por sus agavillados compinches y así exceptuados de declarar ante la ley las verdades que dibujan al régimen y a sus dirigentes como malintencionados capos mafiosos, con más maldad y complicidad criminal que intención política.
La oposición no necesita ni líderes únicos ni grupos únicos y homogéneos, ni estructuras mafiosas disfrazadas de agrupaciones políticas. La oposición necesita muchos líderes, muchas personas que digan la verdad y actúen con honestidad, muchos grupos que tengan como meta una Venezuela mejor para unos venezolanos solidarios y leales con la sociedad en su conjunto y no con cómplices o compinches. No necesitamos organizarnos militarmente ni estar armados para repeler ataques de guerrilleros urbanos o de ex-convictos y antisociales motivados criminalmente para doblegar voluntades y generar triunfalismo político, donde lo que hay es carroña ideológica. Necesitamos, como todos los pueblos de la tierra, personas buenas que orienten a la comunidad a la consecución de sus logros y sepan llevar la voz del individuo a los parlamentos y gobiernos de la nación. Para eso, así como hoy estamos preparándonos para revocar el poder de los gobernantes actuales que se lo merezcan, debemos prepararnos, en su momento, para elegir dentro de los miles de líderes y cientos de grupos, aquellos que nos pueden representar y gobernar y, en un acto cívico electoral que no deje lugar a dudas, con el respaldo masivo de nuestros votos, llevarles al gobierno. Esa es la verdadera revolución, el apoyo a los gobernantes que elegimos masivamente, sin abstenciones y sin votos castigo, siempre con votos positivos, que expresen voluntad.
Se acabó la pasividad, nadie va a hacer el referéndum revocatorio por nosotros, que esté garantizado por la Constitución no quiere decir que esté hecho. Hay que hacerlo. Ahora es cuando hay trabajo por delante.
Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.