Actualidad al 11.4.2003 – Lágrimas
Por suerte o por desgracia, nunca lo sabré, me ha tocado vivir una profesión en la cual las lágrimas son un ingrediente casi constante. Las he visto y las he sentido de muchas formas: de dolor, de tristeza, de soledad, de arrepentimiento, de alegría, de risa, de frustración, de rabia, de impotencia, de miedo, de angustia, de mentira, de no se por qué y de simpatía. También las he visto por gas lacrimógeno y por cebollas. Siempre me han impresionado mucho, pero las que más me han impactado han sido las que no he visto brotar pero he sentido que mojaban el alma de alguien y por ende la mía. La lágrima que no aflora pero está ahí, la que sabes que va a estallar y no estalla, la que moja para adentro, la que duele, por no salir y no sale por que duele más que la vean que la pena que la causó; esa lágrima salada y picante que empapa la rabia y lubrica la ira, que fomenta la venganza y no el perdón, que para algunos es la antesala del crimen pasional y para otros el campo de batalla de los demonios internos contra los valores eternos; esa lágrima dolorosa y terrible, resume el drama de la vergüenza, la ira, la tristeza y el sufrimiento que genera la frustración. Esa lágrima también es finita, tiene límite. También tiene un ¡no más, hasta aquí llegué!
En estos días previos al once de abril, mucha gente no quiere llorar y está llorando. Somos muchos los que estamos llorando por dentro, para adentro. Estamos tristes, frustrados, rabiosos, indignados por todo lo que vemos suceder con la anuencia y estímulo gubernamental, la impunidad de los crímenes contra el individuo, la sociedad y el estado, y la inconsecuencia de los planes y promesas del gobierno. Un año de duelo que no nos ha liberado de la pena. Un año de amenazas y desprecios a la individualidad, autonomía e independencia de los venezolanos. Un sufrimiento colectivo que pareciera hoy, para ese gobierno indigno, ilegítimo, irrespetuoso y abusador, más motivo de desprecio y burla, que de arrepentimiento y contrición.
Los humanos tomamos fechas y sucesos como puntos de referencia histórica: el Éxodo, la batalla de las Termópilas, Viernes santo, Sábado de gloria, 12 de octubre, 4 de julio, 5 de julio, 14 de julio, 19 de abril, el grito de Dolores, 23 de enero, 11 de septiembre, 11 de abril… Todas identifican un suceso y en la brevedad de su nombre está la grandeza y la importancia del evento: Huida de Egipto de los hebreos, los espartanos intentan, sin éxito, detener a los persas en la segunda guerra médica, crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret, resurrección de Cristo, descubrimiento de América, firma del acta de la independencia norteamericana y venezolana, toma de la Bastilla, declaración de la independencia, inicio de la independencia de México, derrocamiento de la dictadura, ataque terrorista contra el World Trade Center, asesinato de 19 manifestantes desarmados y pacíficos.
Sin embargo, dos de esas fechas aunque describibles en cuanto al suceso eluden definición en cuanto al por qué y por quién. Sólo sabemos de su inutilidad y del sufrimiento que causaron. Sabemos de las muchas lágrimas derramadas en su día original y de las no derramadas en sus aniversarios. Aniversarios de impunidad.
Osama no aparece, pero sabemos que fue él el asesino. Haberle propinado una paliza a los talibanes no ha hecho que aparezca y la mínima satisfacción de ver al culpable juzgado, no la ha tenido la humanidad.
Aquí en Caracas, supuestamente, no sabemos todavía quién o quiénes fueron los asesinos y parece que hay más empeño en que no se sepa, que en buscarlos. Lo que fue una masacre artera y traicionera, está pasando a ser otro «golpe de opinión», otro «golpe mediático» y llegará pronto, Dios no lo permita, a «realismo fantástico» o fantasía histérica no acontecida.
Eso mismo pasa con todo lo que hacemos, con lo que deseamos, pensamos y proponemos. Nada tiene consecuencias y nadie es responsable. En la oposición estamos con las lágrimas reprimidas. No queremos que nos vean llorar por lo que queremos llorar. Pero esa mezcla de rabia con frustración, desesperanza e indignidad es un explosivo tremendo. Mantenerlo controlado es casi imposible. El único control efectivo surgiría de saber quién es el asesino, tanto el loco como el que le dio el garrote, de que se reconozca el derecho a disentir sin ser tildado de sedicioso, saboteador, terrorista, antipatriota, vende patria o traidor, de sentir garantizado el derecho al revocatorio y de saberse uno respetado en sus derechos y tratado con justicia y equidad. Mientras no sea así, el polvorín de las lágrimas no vertidas, será la más grande amenaza a este régimen y su más seguro fin. La fuerza del sufrimiento es la energía más extraordinaria que tenemos hoy. Para salvarnos, Cristo padeció en la cruz. Su sufrimiento ha sido y es, la fuente de apoyo más sólida de buena parte de la humanidad. No desestime el gobierno nuestro padecer callado y las lágrimas que no ven. Algunos ya llegaron al ¡no más, hasta aquí llegué! Otros estamos llegando…
Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.