Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

miércoles, 30 de abril de 2003

Actualidad al 1.5.2003. –(Día del trabajo)

Hoy estamos dedicando el día a enaltecer el trabajo y al trabajador. Esa es una de las paradojas más sorprendentes que aquejan a los humanos. En momentos como los que estamos viviendo en Venezuela, es cuando se hace más evidente para todos las carencias y los defectos de nuestro diario vivir. Carecemos de trabajos suficientes para todos y muchos de los que hay son de tal nivel de exigencias y explotación que resultan humillantes o exagerados, en proporción a lo que aportan económicamente.
Enaltecer el trabajo y al trabajador es comprensible para todos, pues el trabajo a pesar de ese nombre tan peyorativo –proviene del latín «tripalium», que era un instrumento de tortura – ha pasado a ser, en apenas unos cuantos miles de años –desde que Eva y Adán fueron desalojados del Edén y condenados a laborar para vivir – un valor de importancia capital para la humanidad. Tanto honra el trabajar que los refranes y los dichos populares no descansan en mencionar sus bondades y sus altísimas virtudes morales. Algunos como Mark Twain aluden su carácter obligatorio y lo diferencia así del juego, otros como Bernard Shaw lo sienten como esclavitud, San Pablo decía que el que no quiera trabajar no debe comer, Rousseau se debatía entre el deber indispensable de trabajar y su pasión por el ocio, aún a riesgo de ser considerado un bribón, Baudelaire no opinaba igual y le parecía que el trabajo era menos fastidioso que el ocio, Gorki que amaba el trabajo, lo enaltecía sólo si lo hacía con placer y Voltaire dijo que nos liberaba de tres grandes males: el tedio, los vicios y las necesidades.
Necesidades son las que están pasando una buena cantidad de compatriotas, y no hay trabajo que les alivie esa situación. Hambre ya hay. Baja escolaridad, también. Desesperación, abunda. La inventiva se ha desarrollado al máximo, pero ahora, no hay quien compre, quien contrate ni quien produzca. Ser buhonero yo no es una ayuda, ahora es una verdadera tortura sin final.
Ya no basta amar lo que se hace. El problema es que no hay como hacerlo. Amo mi profesión y siento dicha en ejercerla, pero hoy en día hay muy pocas personas que se permitan el «lujo» de enfermarse de la mente o del cuerpo, y si lo hacen, la carga económica del tratamiento es poco menos que insoportable. Es tal el rezago en la salud individual, que los médicos estamos viendo y tratando enfermedades en estadios de evolución que hace muchos años no veíamos. Tanto somos capaces de postergar el malestar, que cuando acudimos en busca del diagnóstico y del alivio, el remedio es terrible o ya no es posible.
Cada vez que se medio estabiliza la situación política, surge, de los personajes del gobierno, otra nueva descarga verbal inapropiada e incontinente, que desata otra ola de desconfianza y de inseguridad. Al desprecio por las ideas y actitudes de las personas, se suma ahora la falta de protección legal del individuo y de la sociedad. Los gobernantes hacen gala de una discrecionalidad en la aplicación de las leyes y normativas, que no sólo no está autorizada por las leyes sino que, además, es flagrantemente inconstitucional.
Seguiremos enalteciendo al trabajo y al trabajador, aunque sea una tortura y la tomemos voluntariamente. En las marchas de hoy por el trabajo, iremos los dos bandos de torturados, los que desean y necesitan la tortura del trabajo y no la tienen y aquellos que si la tienen y es insuficiente, pero por nada lo podemos perder, pues al menos estamos trabajando… Unos irán de sur a norte y otros de este a oeste, pero en el fondo todos estaremos ahí por el trabajo y por trabajar. Todos somos trabajadores con temor de no tener trabajo.
Padecemos la tristeza de ver como lo que resta del aparato productivo se apaga lentamente. Como el gobierno siente una extraña satisfacción en la disminución del empleo. Como el esfuerzo se pone en la crítica y en la descalificación y no en la creatividad y el estímulo. El gobierno no reconoce sus responsabilidades y pretende que las culpas de su ineptitud la tenemos los demás. Las mentiras y el engaño siguen siendo las bases de este proyecto político. Las realidades, por lo visto, sólo nos afectan a los demás. Les importan un pito nuestras necesidades, ideas y opiniones. Pero nuestra continua mortificación, nuestra constancia en la lucha por la defensa de nuestra individualidad, autonomía e independencia, no ha flejado, no ha mermado. Puede estar más callada, pero no es menos fuerte. Será contundente al final. Entretanto, roguemos por que aumente el empleo, disminuya la miseria y se siga iluminando el camino por el cual debemos seguir. Los guías vendrán en su momento, cerca del final, cuando tengan que liderar ese océano de personas que quieren el verdadero cambio de gobierno y la verdadera modernización del estado venezolano, pero, por sobre todo, quieren trabajo productivo, justo, adecuado, suficientemente remunerado, creador de riqueza y prometedor de futuro de más trabajo. Queremos todos amar el trabajo que realizamos.

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Médico psiquiatra en ejercicio