Sitio virtual donde se archivan los ensayos periódicos que escribe Álvaro G. Requena, sobre la situación política, social, económica y de salud en Venezuela.

martes, 11 de marzo de 2003

Actualidad venezolana al 10.3.2003 –Asado de gato

Recientemente vimos en la televisión como unos cuantos reclusos de una de las penitenciarías de Venezuela, preparaban un gato para asarlo en vara al fuego de leña. Posteriormente pudimos observar como esos reclusos, con ansiedad y algo de disgusto, se comían el asado. Mientras tanto, por la narración del periodista y las entrevistas a los presos, nos enteramos de que también tenían que comer perros y «roedores» -eufemismo por ratas, supongo.
Iván Denisovich, el personaje novelado y probablemente autobiográfico de Solzhenitsyn, comía ratas y cucarachas. Llegó a ser un deleite muy especial, para él y otros presos de Gulag, tanto la cacería como el proceso subsiguiente. Su vida se vio reducida a eso y sin otra esperanza, excepto por la espera del fin del crudo invierno siberiano y los primeros rayos de sol, año tras año.
De las ya fenecidas Rusia de los Zares y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, puede decirse que una condena judicial conllevaba una pena estipulada por escrito y otra, generalmente peor, sobrentendida. Siberia que es tan inhóspita, se utilizó para el destierro como castigo por el mal obrar civil o político que no ameritaba juicio legal y, ciertamente, fue el complemento no escrito, sobreentendido, de severas penas de prisión.
En Venezuela, gracias a Dios, no tenemos ese clima extremo, aunque a veces sentimos que el calor es espantoso y nos vamos a achicharrar, como en el infierno, como si estuviéramos pagando una penalidad en esta vida. Pero es indiscutible que aquí, aunque no hablamos en ruso, también las condenas y las esperas por los juicios, tienen una pena sobreentendida muy severa.
En este país, la mitad de las personas en prisión lo están sin condenas, lo que llaman «procesados», padeciendo igual que los ya condenados. El hacinamiento en las penitenciarías es gravísimo y ahora se le suma que se ha hecho público, gracias a las huelgas de hambre de los presos, que no les dan comida suficiente y adecuada, y tienen que comer perros, gatos y roedores. También salió por la prensa que los familiares deben llevarles comida y que a veces, por la discrecionalidad de los guardias, les quitan la comida. El colmo fue que los alimentos donados por el Gobierno del Estado Carabobo a la Penitenciaría de Tocuyito, la más grande del país, fueron decomisados por la Guardia Nacional y entregados a los Círculos Bolivarianos, por orden del Ministro del Interior y Justicia, General en Jefe retirado, Lucas Rincón Romero.
Por cierto, el mentado Ministro dijo, con su acostumbrado sonsonete de inicio de tartamudeo culposo, que él le había preguntado a los reclusos y uno le había dicho que no era verdad que comían perros, gatos y roedores. Otro representante del poder, en este caso el ¿Defensor? del Pueblo, dijo que se trataba de un problema mediático, bulla creada por los medios. El desmentido y simultáneo choque con la realidad, lo dieron: las cámaras de TV con las tomas del asamiento y banquete del gato envarado, y las entrevistas con los reclusos –que dieron la receta de cómo preparar el fricasé de gato con perro y la recomendación de lavarlos antes con jugo de limón para que «no te de tanta sed y no salgan llagas en el cuerpo al día siguiente»; el presidente del Observatorio Venezolano de Prisiones cuestionando el destino de 1,9 millardos de bolívares destinados a la alimentación de los presos, y un diputado de la asamblea, quien, además, confirmó que esa es práctica antigua y los medios de comunicación lo que han hecho es hipertrofiar una situación conocida que, según él, ya no es noticia.
En la época del descanso ilustrado del maestro de los adverbios, que estuvo leyendo y conversando en Yare desde 1992 al 94, él, según dio a entender, comprendió y vivió en carne propia los sufrimientos del preso y prometió adelantar las reformas necesarias al sistema penitenciario venezolano cuando llegase al poder. Al poder llegó en 1998, pero las reformas se esfumaron. Por el contrario, el sistema empeoró, y empeoró tanto que cuando los disturbios penitenciarios del 1999, 2000, 2001, 2002 y ahora en el 2003, tanto él como sus ministros y otros personeros que en rápida sucesión han tenido el problema en sus manos, prometieron, como siempre, lo que los penados ex-compañeros y los nuevos presos solicitaban. Así se salieron de la suerte y tranquilizaron las prisiones. Corrieron la arruga. Desde noviembre del año pasado la cosa se puso peor por que la arruga corrida se cambió por quién sabe qué marrullería que por arte de magia terminó en que desde enero no hay alimentos suficientes para los presos.
No me gusta dar consejos a quien no los pide, menos si se trata del Presidente. ¿Yo quién soy, yo qué sé que a él le pueda interesar? Él se las sabe todas, camela presos y votantes por igual.
Por ahora, voy a romper mi norma, y al Presidente le voy a recomendar que arregle pronto ese expediente de las cárceles, prisiones, penitenciarías, retenes, reformatorios y otros lugares de detención, por que el recorrido de esos sitios es seguro que le va a tocar, cuando por elecciones, caído el gobierno y mandando la oposición, a rendir cuentas le llamen la Fiscalía, la Asamblea, el Tribunal Supremo y las ONG de aquí hasta Tucusiapón. Y cuidado si esas cárceles locales son sólo un primer escalón en la carrera forzada a La Haya, Madrid, Washington. ¡Ah… se me olvidaba, y Bogotá!

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Caracas, Venezuela
Médico psiquiatra en ejercicio